Siguiendo las indicaciones de un anuncio de Telefónica, y por ser titular del paquete completo de Movistar Fusión, solicito una tablet. Una señorita, posiblemente colombiana, muy amable, me responde que toma nota de mi petición y me dice que la recibiré a través de una empresa de logística; y me pide que la califique de 0 a 9 cuando reciba una llamada del 1004. Como la tablet no aparecía, vuelvo a llamar y otra señorita, que también me pareció que hablaba con acento colombiano, me informa de que yo no tengo derecho a la tablet, a pesar del anuncio. Bueno, pues acudo a Julio Luis Pérez Alonso, que estaba haciendo las maletas porque viajaba a Estambul, a ponerse pelo. No me hizo -aparentemente- ni puto caso, pero algo debió gestionar porque me vuelve a llamar otra colombiana para decirme que recibiré un código, con el cual debo acudir a una tienda Movistar (las han cerrado casi todas), a recoger la dichosa tableta, y que ese código aparecería en mi móvil. Más bonito que un San Luis -hasta me duché y todo- me dirigí a la única tienda de Movistar abierta en el Valle de La Orotava, en el centro comercial La Villa. Yo tengo ya 74 años, aunque no lo parezca. Tras hora y media de cola, consigo llegar hasta la única empleada y me comenta que mi código está “vacío” y que, además, ella no dispone de la mercancía. Llama a su central y le aseguran que la tableta me llegará a través de una empresa de logística. Pero coño, ¿en qué quedamos? Y ahora, hace diez minutos, me acaba de llamar la cuarta colombiana del 1004 para preguntarme si en la tienda me facilitaron otro código (estoy de códigos hasta las pelotas). Le digo que no. Y corta el teléfono, sin más explicación. ¿Síndrome del recomendado o países (Colombia y España) de imbéciles? Ya no quiero la puta tableta de Telefónica, se la pediré a los Reyes.