por qué no me callo

El Año de la Libertad

A un ritmo vertiginoso, enero avanza en el calendario como si tuviera prisa por soltar lastre y poner los pilares de su propia identidad insurreccional. 2020, el Año de la Pandemia. 2021, el Año de la Vacunación. Y 2022, el Año de la Libertad. Viene como la perestroika o la glasnot de la COVID a refundar el mundo y sentar las bases de una nueva era pospandémica. A esa idea nos venimos aferrando con indómita fe o pasmosa inocencia, y a modo de coro, desde expertos a profanos, acaso generando entre todos, por medio de este mantra, una profecía autocumplida, un clima favorable para que esa quimera se pose sobre nuestras cabezas enmascarilladas. Somos conscientes de que este paréntesis no puede durar indefinidamente y hemos decidido creer que llegará a su fin este año. Y no se hable más.

La vuelta al cole de la primera generación de niños vacunados de la epidemia de coronavirus no está exenta de un listado de prevenciones. El llamado sabio de la COVID, José Luis Jiménez, un investigador español de la Universidad de Colorado, experto en aerosoles y transmisión de enfermedades, es escéptico sobre la estrategia del Gobierno en este eufórico retorno presencial a las aulas. Jiménez afirma hoy en DIARIO DE AVISOS que detecta cierto negacionismo, desde la OMS a la mayoría de los estados más influyentes, sobre el modus operandi del virus (sostiene que el peligro se localiza en el aire y no en las manidas superficies). Tiene objeciones que hacer al respecto. Desmiente que la transmisión en colegios sea mínima, y recuerda que con ómicron la franja de edad hasta los 11 años era la que más crecía en contagios. Cita un estudio en Francia que demuestra que hay más propagación en la escuela que en el ámbito comunitario. Recomienda ventilar y medir el CO2 en el aula, y usar buenas mascarillas, sobre todo FFP2. Pero teme que el colegio va a ser un criadero de ómicron: “Se van a contagiar muchos de los niños que estén en la escuela, que lleven malas mascarillas en sitios mal ventilados. Y ellos van a contagiar a los padres. Esto va a traer muchísimas hospitalizaciones”, declara con malhumor.

Hemos dado el paso y ahora cruzamos los dedos, confiando en que nuestros hijos no coincidan con media decena de positivos en clase, para eludir cuarentenas. Y hay una cierta psicosis al riesgo de bajas entre el profesorado, cunde ese pánico.

Si se cumple la premisa de que el pico de ómicron lo alcanzaremos esta semana, es cuestión de ganar tiempo hasta que la ola decaiga. Y que para entonces los turistas británicos, que ahora se animan a volar a Tenerife y Mallorca tras la suspensión del test de antígenos en los aeropuertos de su país, no traigan al bicho en el equipaje.

El propio Tedros Adhanom (OMS) apuesta por una próxima remisión de la cepa y de la pandemia. A 2022 le ha recaído esta responsabilidad. Hemos depositado todas nuestras esperanzas en que la recuperación se produzca este año recién estrenado que galopa desbocado. Esta semana es el ecuador del mes, pronto enero será historia y restarán once meses para dar la vuelta al calcetín y decir adiós al coronavirus que ha costado más de cinco millones de muertos en el mundo y saludar al catarro consiguiente. Sánchez anunció ayer un plan de evaluación para lo que llamó sin tapujos “una endemia o gripalización en lugar de una pandemia”.

Seguirán brotando cepas nuevas (como la camerunesa) o híbridas (como el flamante deltacron). Y a la par que seguiremos vacunándonos con los sueros ARN mensajero y el antídoto del doctor Enjuanes (la primera vacuna esterilizante que todos aguardan como agua de mayo), nos medicaremos con Paxlovid, el fármaco antiCOVID de Pfizer, que el microbiólogo Antonio Sierra pone por las nubes y que España anuncia que adquirirá a centenares de miles desde este mismo mes. Suena a un cuento de hadas. Todos, de un modo u otro, hemos vuelto al cole tras las fiestas navideñas, y no queremos que la realidad nos estropee este sueño angelical para 2022, el año que nos libere.

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