tribuna

Planas

Por algún sitio he leído recientemente que la socialdemocracia, más que una ideología, es un sistema, una forma de Estado a la que en la actualidad nadie se puede negar. No existe una Constitución que no consagre la igualdad de los ciudadanos en todos los aspectos, que no tenga por objeto respetar el Estado de derecho y que no garantice la división de poderes para el buen funcionamiento del negocio político. Podría decirse entonces que todos somos socialdemócratas y que aquellos que no lo son, de alguna forma pueden considerarse antisistemas. Pero la democracia exige algo más que eso y requiere el observar unos modos éticos donde se demuestre claramente que las mayorías tienen en cuenta la existencia de las minorías y al revés, y donde el buen hacer, con la transparencia y la honestidad necesarias, presida todo el conjunto. Ayer hizo una excursión por los platós de televisión un socialdemócrata de verdad: el ministro de Agricultura, Luis Planas. Salió a dar la cara sobre la posición del Gobierno en torno a las declaraciones de su compañero de gabinete, el ministro de Consumo, Alberto Garzón. Dijo que estas cosas ocurren en los ejecutivos de coalición, a los que no estamos acostumbrados, pero aclaró algunos conceptos que a mí me sirvieron para fijar dónde están las incompatibilidades de los que hacen de la acción de gobierno un objetivo común. Planas tiene una preparación técnica a años luz del coordinador de IU y lo demostró hasta la saciedad. En primer lugar, dijo que la ganadería intensiva representa en España el 82 % de la actividad, pero, además, que, si no fuera así, si volviéramos a los rebaños pastando libremente en el campo, o estaríamos consumiendo todo el suelo o nos moriríamos de hambre. Dejó patente que la alimentación es un asunto primordial en el mundo que vivimos, donde hay que procurar dar respuesta al aumento de población y, a la vez, a una producción sostenible que sea respetuosa con el medioambiente. En este equilibrio se encuentran las cosas sensatas y el ministro Planas estableció que la sensatez está de su parte, y además no es discutible. El resto son presiones de ideologías extremas más propias de un ecofascismo manido o del animalismo sentimentaloide. El ministro se comportó elegantemente. Yo le hubiera recordado al señor Garzón, declarado prosoviético, cómo en la época de Stalin las manipulaciones genéticas de Lisenko sobre el trigo mataron de hambre a millones de personas en el paraíso comunista. Más o menos lo mismo que ocurriría boicoteando la producción de carne en nombre de ciertas ideas proteccionistas que, por si fuera poco, ya se llevan a cabo en todas las reglamentaciones vigentes en la UE, donde España figura como una de las más importantes productoras. Me quito el sombrero ante las argumentaciones de este socialdemócrata del que todos debemos sentirnos orgullosos. Hoy nos inunda una estupidez basada en la utopía del veganismo para todos. No voy a recurrir a la imagen de unas activistas devolviéndole a las gallinas lo que es suyo: los huevos. No es necesario llegar a ese punto de ridiculez. Hay una falsa bondad ascética que se encuentra en el mundo del ayuno, en una falsa interpretación de la purificación. Puede ser que en el afinamiento de nuestro cuerpo se encuentre el afinamiento de nuestro espíritu, pero no es tal como parece. Si todos fuéramos san Simeón Estilita, seríamos intocables, subidos en lo alto de una columna de dieciséis metros. Y no es eso. ¿Quién trabajaría para llevarle al santo la cesta con las viandas? Lo ideal no existe, ni siquiera en los textos sagrados. En los Hechos de los Apóstoles se narra un sueño de san Pedro cuando desde el cielo desciende un gran mantel repleto de animales de todas las especies y escucha a la voz de Dios que le dice: sacrifica y come. Aquí parece que hay un permiso evangélico para convertirnos en carnívoros. Esta razón solo sirve para los creyentes, las del ministro Planas valen para convencer a todo el mundo, las de Garzón son simplemente una tontería.

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