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Editorial | La guerra no acaba con los ideales de paz

No cabe hacer lucubraciones aproximadas sobre el alcance de los planes del actual zar ruso, inspirado en la megalomanía de pensadores mesiánicos de un nuevo ideario fascista que entronca con la extrema derecha emergente en Europa y que llevó a Trump a la Casa Blanca, bajo un aura de populismo

Estalló la guerra de nuestra generación, la del siglo XXI, mal que nos pese, que copia lo peor del siglo precedente, con la invasión a Ucrania por parte de Rusia, hace apenas unas horas, un conflicto que trasciende al de los Balcanes y cuantos enfrentamientos removieron el mapa del continente tras la descomposición de la Unión Soviética. Es el momento de poner los relojes en hora, en un mundo todavía libre, en defensa de la paz y de la más enérgica vocación de libertad y seguridad de los pueblos de Europa, ahora directamente concernidos por la agresión rusa. Solo una guerra corta en el tiempo nos librará de la pérdida innecesaria de vidas humanas y de un alto coste económico para Europa y el mundo.


Desde la madrugada de este jueves, la invasión de Ucrania por Moscú constituye un salto en el vacío en el arduo equilibrio de paz y convivencia que regía nuestras vidas tras el final de la Guerra Fría. De la caída simbólica del muro de Berlín hemos pasado a la guerra de Ucrania y, con ello, a un nuevo escenario de polos enconados: Estados Unidos y Rusia. Como en los viejos tiempos de tensión.


Lo que nos aguarda ahora tras las cortinas no es solo un clima bélico, una Europa en armas en el terreno convencional y en el ciberespacio, con potencias nucleares enfrentadas, justo cuando la humanidad asistía a los primeros escarceos de reconstrucción y vuelta a la normalidad, tras lo peor de la pandemia por coronavirus.


Nos esperan graves incertidumbres, otra vez, en el plano económico, amén de un estado de inseguridad generalizado a mayor abundamiento, tras los hechos acaecidos en la última década. Han sido años duros sin tregua: desde 2008, con la Gran Recesión, hasta este 2022, con la actual Guerra de Ucrania, y en medio una epidemia colosal que se ha cobrado casi 6 millones de vidas humanas (1,8 en Europa). Es el tren de los vagones del infierno que, tras una y otra desgracia, arriba a su última estación, la guerra.


A los canarios no nos coge por sorpresa. Venimos del caos de la crisis, la pandemia y el volcán. Y somos conscientes de nuestra dependencia del exterior. No es una mera casualidad que ayer se suspendiera un homenaje a los palmeros por su ejemplaridad durante la erupción, y que la causa fuera este volcán en Ucrania, en Europa.


¿Con qué contamos y a qué debemos temer? Inevitablemente, habrá consecuencias humanas y económicas. Las primeras se circunscriben, por ahora, a los desafortunados habitantes de Ucrania, víctimas de la invasión, sin que pueda adivinarse cuáles son las intenciones expansionistas de Rusia, en la añoranza de Putin por recomponer la extinta URSS. Las otras repercusiones que afectarán a nivel internacional, y se harán sentir naturalmente en Canarias, están asociadas a una escalada inevitable de precios, escasez energética, restricción de suministros básicos, nueva crisis turística mundial y tensiones financieras. Es un panorama llamado a extender grandes zonas de sombra a medida que avance este conflicto impredecible.


En Canarias, una recesión turística llueve sobre mojado y asesta un golpe letal a nuestra dolorida economía. Venimos del turismo cero del primer año y medio de pandemia y ahora estábamos, precisamente, en la remontada hacia un mercado de 15 millones de visitantes en este ejercicio, según las recientes previsiones del Gobierno de Canarias.
Más aún, los lazos inherentes de nuestra economía con el exterior nos convierten en una región muy sensible a los vaivenes que experimente el nuevo desorden económico internacional, que ya sufría, tras el parón de 2020 y 2021, una crisis de suministros, chips y materias primas y un proceso inflacionista desconocido. No, las Islas no asisten de meras espectadoras a la invasión de Ucrania, temen que un zarpazo tras otro de los múltiples desencadenantes que acompañan a toda guerra de esta naturaleza, con la implicación de dos grandes potencias, puedan acarrearnos graves perjuicios. No tenemos más opción que afrontar con pragmatismo un nuevo periodo de acontecimientos inciertos.
En el resbaladizo escenario de la guerra conviene responder con la misma predisposición frente a emergencias recientes: con la financiación adecuada para abortar un declive general que abone el terreno a una nueva recesión. Tras abrirse el fuego, se dispararon los precios del gas y el petróleo y se resintieron seriamente las bolsas europeas. Las sanciones a Rusia tendrán un coste también en las economías de nuestro entorno. Del hambre y la pobreza que arrastramos tras dos años de pandemia no es posible salir entrando, sin solución de continuidad, en una nueva crisis sin que Europa se pertreche de una inteligente economía de guerra que introduzca nuevas medidas acordes con esta situación, como ayer anunciaba el comisario de Asuntos Económicos, Paolo Gentiloni, sobre su intención de relajar el ajuste presupuestario que se exigirá en 2023 a los países más endeudados de la eurozona, como España.


Putin alberga el sueño de reconstruir el viejo imperio soviético – “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”, afirmó en 2005 respecto a la disolución de la URSS-, que decayó, precisamente, tras la democratización del país alentada por un huésped ilustre de Canarias, Mijaíl Gorbachov. El mítico dirigente soviético pasó en Lanzarote en 1992 -hace 30 años- sus primeras vacaciones tras ejercer el poder en el Kremlin bajo los preceptos de la perestroika y la glasnost.


No cabe hacer lucubraciones aproximadas sobre el alcance de los planes del actual zar ruso, inspirado en la megalomanía de pensadores mesiánicos de un nuevo ideario fascista que entronca con la extrema derecha emergente en Europa y que llevó a Trump a la Casa Blanca, bajo un aura de populismo. “Esto es genial”, exclamó el expresidente estadounidense de su amigo el presidente ruso cuando el martes reconoció a las regiones independizadas de Ucrania. He ahí el nuevo marco ideológico imperante y la disputa de una camada de líderes del nuevo mundo diseñados bajo un mismo patrón: el poder a toda costa, al margen de los principios, y sin concesiones a la libertad de los pueblos.

Confiemos -quizá sea mucho confiar- que China no aproveche esta racha histérica para invadir, a su vez, Taiwan. Lo cual sería el acabose. Celebremos, en cualquier caso, lo único que nos fortalece: la capacidad democrática que flamea sobre nuestras cabezas como una bandera, esa capa que cubre al mundo libre en nombre de la paz frente a delirios bélicos como el ruso. Los ideales no se rinden.

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