la palma

Las familias de NEP se rebelan contra la devastación

La erupción volcánica afectó a los usuarios de la Asociación de Niños Especiales La Palma, desde la que piden con urgencia una carretera que una el Valle y Jedey
La Asociación quiere recuperar la normalidad para los usuarios. DA
La Asociación quiere recuperar la normalidad para los usuarios. DA

Entre las miles de personas afectadas por el volcán, hay algunas que aún tratan de explicar a sus hijos e hijas, no solo por qué corrían para abandonar sus hogares y salvar los muebles, sino el motivo por el que siguen fuera, por el que nunca volverán a sus barrios. Son los mismos chicos y chicas que tampoco terminan de entender por qué no han recuperado sus rutinas: la natación, el espacio de trabajo semanal con su pedagoga o su logopeda, en el mismo centro del barrio de Jedey donde desde hace años recibían, hasta el 19 de septiembre, sus terapias y donde tenían su lugar de encuentro y convivencia.

El centro de la Asociación Niños Especiales de La Palma (NEP), entidad constituida en los años 90 y declarada de servicio público, se vio afectada no solo por el aislamiento en zona de exclusión, sino por la repetitiva actividad sísmica que registró esa zona durante el largo periodo de la erupción volcánica. “La ceniza puede limpiarse y eso está hecho, pero ahora el centro se moja, hay fisuras y mucho trabajo por hacer, además de la imposibilidad de llegar, como hacíamos, por Todoque, Tacande o Los Llanos. Ahora hay que cruzar la Isla para llegar, lo que supone trayectos de dos horas de ida y dos de vuelta”, indican.

El centro de Niños Especiales de La Palma, el segundo hogar para decenas de familias y punto de terapia para mayores con movilidad reducida, adultos con lesiones neurológicas en fase de recuperación y otras personas a las que se prestaba asesoramiento para hacer más sereno el camino en el encuentro con diagnósticos que alteran las más comunes expectativas de vida, fue levantado con más de un millón de euros a base de mercadillos, venta de rifas y lotería, con proyectos y costosos trámites en puertas y despachos de instituciones, con fondos Federy con un enorme ejercicio de fe en sí mismos.

Isabel Martín, que en 2017 recogió la Medalla de Oro de Canarias para Niños Especiales de La Palma y que sigue al frente de la asociación, pese a que su situación familiar ha variado tras la partida de su amada hija, destaca la importancia de que, cuanto antes, se recuperen las comunicaciones. “Necesitamos una carretera por la que llegar, es lo más urgente, además de obras para eliminar las goteras que, tras la erupción, tiene el centro, unido al arreglo de la canchas”, subraya. Son parte de un largo rosario de detalles imprescindibles para alcanzar la normalidad.

Algunas de las familias de NEP perdieron sus casas y su barrio bajo la colada. Otras siguen esperando volver a lugares donde es necesaria la recuperación de la red de abasto público de agua, o en otros casos el acceso a núcleos que, como Puerto Naos, están vetados por el riesgo letal que representan los altos niveles de dióxido de carbono (CO2), no solo en el interior de viviendas, sino en el exterior. Quienes conocen a las familias de Niños Especiales de La Palma, las que hicieron germinar la idea de un trabajo común en favor del desarrollo y el futuro de sus hijos y las que han seguido viniendo después, saben a ciencia cierta que los usuarios recuperarán su espacio en Jedey, pero, mientras tanto, no se rinden. Han retomado la mayor parte de su actividad en otros dos puntos alternativos en Los Llanos y Fuencaliente, pero otros servicios esperan y es urgente su recuperación.

Las familias de NEP no dejaron de pensar, en medio de la erupción, en la posibilidad de que también su proyecto, como las casas de otras familias, terminara desapareciendo. Fue en aquellos días más críticos de la erupción cuando se recordaba con más nostalgia aquel verano de 1996, en el que dos mujeres que se vieron crecer desde lejos y que nunca antes habían cruzado más que algún tímido saludo iniciaron una breve conversación en la que, sin pretenderlo, se dieron cuenta de lo mucho que tenían en común: sus hijas pequeñas padecían una discapacidad irreversible. Ambas estaban dispuestas a trabajar con ahínco para lograr que la situación física y neurológica de sus niñas mejorara. No hay posibilidad de rendición.

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