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La guerra preocupa en Canarias: compras impulsivas de aceite y gasolina por las nubes

Los consumidores a pie de calle relatan a DIARIO DE AVISOS cómo el conflicto en Europa del Este está repercutiendo en su día a día evidenciando que la guerra preocupa en Canarias
la guerra preocupa en Canarias
la guerra preocupa en Canarias
Una mujer sale con las bolsas de un supermercado en el día de ayer; estos establecimientos son el mejor ejemplo de que la guerra preocupa en Canarias FRAN PALLERO

No es hora punta. Pero en el Mercadona situado entre las calles Seis de diciembre y Núñez de la Peña, en La Laguna, se observa mucho movimiento. En los carros, algunas compras de la semana y caprichos para el finde, aunque también varias unidades de artículos de primera necesidad, como garrafas de agua, harina y papel de baño. ¿Acaso la guerra de Ucrania ha despertado, una vez más, el fantasma del desabastecimiento, que durante las primeras semanas de la pandemia de la COVID-19 provocó un aprovisionamiento impulsivo, guiado por el miedo a una hambruna que nunca llegó a producirse? La guerra preocupa en Canarias.

Parece que, a estas alturas de la invasión rusa en Europa del Este, todavía no se habla en los mismos términos del confinamiento domiciliario. Eso sí: la crisis bélica ha cambiado los hábitos de ciertos sectores de la población, que creen necesario hacerse con reservas “por lo que pueda pasar”. Prueba de que la guerra preocupa en Canarias es el testimonio de los empleados de establecimientos de alimentación, que destacan el hecho de que hay clientes que acuden en distintos momentos del día al supermercado para llevarse varias botellas de aceite sin que parezca que les puede la histeria de un escenario que se desconoce si está cerca.

Ayer, DIARIO DE AVISOS habló con consumidores a pie de calle, con el objetivo de conocer su parecer sobre el tercer gran acontecimiento que sacude al Archipiélago -después del virus y el volcán de La Palma- de manera consecutiva. Y, saliendo del supermercado, dedica unos minutos para atender a este periódico Carmen, provista de una bolsa reutilizable y una amabilidad que se le presume innata.

“No veo desabastecimiento, pero los precios de algunas cosas sí han subido”, resumía sobre la situación actual, si bien reconocía que la semana pasada “sí que se veían lineales vacíos”, tanto en ese establecimiento como en otros del entorno. “Era como un campo de batalla”, describe como mejor ejemplo de que la guerra preocupa en Canarias.

No obstante, asegura que ya se ha normalizado el panorama en lo que a cantidad de productos se refiere. Para ella, la clave de la crisis que está por venir tiene que ver con la energía y la dependencia que, especialmente en la Península, se tiene de combustibles procedentes de Rusia. “Canarias no tiene nada que ver con el gas, el petróleo y las nucleares que hay en otros lugares de Europa. No entiendo por qué el precio de la energía aquí está vinculado al de allí”, se quejaba.

Aprovechaba, además, para afear a las autoridades isleñas que “permitan que los precios dependan” de lo que sucede más allá de las fronteras archipielágicas: “Si se hubieran hecho los deberes a tiempo, no tendríamos este problema y se desarrollaría más la industria, incluso”.

Hacia otro lado dirige la mirada Elsa, otra persona que, igualmente, se detiene en el camino, saliendo del Mercadona, para aportar su perspectiva. “No no noto mucho la diferencia de precios”, decía, al tiempo que aclaraba que su caso es un tanto particular, ya que acostumbra a consumir ecológico, y en el súper solo adquiere algunas hortalizas puntuales. Sin embargo, cuando piensa en el futuro le asaltan las dudas: “Yo tomo mucha chía, pipas de calabaza, soja…puede que la próxima vez que compre sí suban, porque creo que muchas se importan desde allá”, refiriéndose a Ucrania.

Un dato que se ha repetido hasta la saciedad en las tertulias televisivas es el de que cerca del 40% del cereal que llega a España lo hace desde el país ahora asediado por las tropas de Vladímir Putin. Pero, quizá, donde más se ha notado un consumo anómalo es en el pasillo de los aceites, puesto que mucha gente se ha lanzado a comprar compulsivamente el de girasol, a pesar de los mensajes tranquilizadores lanzados desde las empresas productoras. El cartel de “limitamos la venta” colocado sobre los palets de aceite de girasol en varias cadenas de alimentación está haciendo que se perciba como un aviso de lo que está por llegar. Impera el miedo.

En este sentido, cabe destacar que Facua-Consumidores en Acción ha denunciado a cinco cadenas de supermercados por, precisamente, limitar el consumo de determinados productos. Y es que, tal y como señala la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas), estas medidas han sido adoptadas por un “comportamiento atípico del consumidor”, aunque aclaran que “existen alternativas”. De hecho, “España es primer productor mundial en varias de las familias de productos que componen las categorías de grasas vegetales”, por lo que no hay de qué preocuparse.

GASOLINA

Donde sí se respira gran preocupación -y a veces incluso se detiene el corazón- es en las gasolineras. En la estación DISA ubicada al final de la Avenida Trinidad, al lado de la rotonda de Padre Anchieta, el autor de estas líneas preguntaba a una conductora: “¿Cómo percibe la subida de los carburantes?” A lo que esta respondió de manera concisa: “Percibir es quedarse corto”. Tenía poco tiempo, pero sí quiso dejar claro que, en base a los puntos de repostaje que había visto en Santa Cruz, le merecía el viaje a La Laguna para llenar el tanque. El tipo de gasolina que lleva su vehículo, la 98, “abajo [en la capital] estaba a 1,57 y aquí a 1,48”.

Detrás de ella va Jesús, uno de los conocidos como riders o repartidores de comida a domicilio, que, como profesional autónomo que depende de su moto para trabajar, sufre las consecuencias de los elevados precios de la gasolina. “Vengo todos los días del Puerto de la Cruz para trabajar. Antes, llenaba la moto con cuatro euros; ahora son seis”, alega. A bote pronto, puede aparentar ser una diferencia mínima. Sin embargo, en su caso el sobrecoste es “de dos euros para venir y otros dos para volver” al municipio en el que reside, tal y como cuenta al DIARIO con la mirada clavada en el display del surtidor.

En cuanto a su vehículo particular, afirma que “el coche antes lo llenaba con 55 euros y ahora está cerca de los 70”. “Es una ruina”, sostiene, que le ha hecho replantearse las acciones que debe emprender para reducir gastos a final de mes, especialmente de cara al reparto que hace diariamente: “Como siga la cosa así, me compro una moto eléctrica. Date cuenta de que hay puntos de recarga gratis en todos los centros comerciales”.

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