tribuna

La banca que merecemos

Si existe una actividad económica en la que sea conveniente distinguir el ser del deber ser, sin duda, es la bancaria. De un potencial aliado de la sociedad como un dinamizador que busca arbitrar necesidades -quienes tienen dinero ahorrado buscarán inversores interesados a los que allegar fondos- ha pasado a un mero comisionista que vive sin asumir riesgo alguno, privilegiado por los gobiernos, que les permiten aumentar su grado de intermediación con el que conseguir pingües beneficios -aunque sea un negocio de perra chica millones de operaciones cobradas aun a bajo precio significan ganancias descomunales-.

Pero no es ese el tipo de banca que necesitamos los ciudadanos, tampoco los empresarios. Si para el caso de los primeros vemos que son tratados como si fueran una molestia a la que no quieren tratar en ventanilla y que solo son vistos con simpatía cuando de colocarles productos se trata -da igual unas preferentes que un televisor a pagar en varias cuotas compitiendo con empresas especializadas del sector-, en el caso de las empresas es delirante. Su desconcertante apuesta por sectores maduros y con escaso riesgo provoca un efecto de expulsión para nuevos proyectos que condena a España a estar a la cola de Europa en innovación. Hace nada hemos sabido el dato de las empresas conocidas como unicornios, entre las 1.000 que ya han conseguido merecer tal calificación -empresas tecnológicas que alcanzan una valoración de 1.000 millones de dólares o más- solo hay tres españolas, señal de abatimiento innovador.

Para nuestra banca es mucho más sencillo prestar a la Administración pública, con la que vive un idilio, sin asumir riesgo alguno y esperando que, si vienen mal dadas, terminará siendo rescatada con el indudable riesgo moral que acarrea.

Más que dinamizadores de la economía son un importante lastre con resultados lesivos para el conjunto. Si un proyecto empresarial no sale por inconvenientes con la banca, quizás no sean tan visibles sus consecuencias, pero es riqueza que no se genera, empleos que no se crean o necesidades que no se satisfacen. En nuestro sector son viviendas que no llegan al mercado pese a la carencias existentes. No es exagerado decir que la banca parasita a los promotores porque no asumen riesgo alguno y, cuando les sale bien, obtienen préstamos con garantía hipotecaria que se conceden en virtud del grado de vinculación que el usuario final esté dispuesto a asumir. De ahí que en sus balances tengan ya un peso mayor las comisiones que cobran que los intereses que perciben, una alteración de los principios que deben fijar su acción. Los promotores, por nuestra parte, vemos que para impulsar un emprendimiento inmobiliario debemos contar ya con el suelo libre de cargas, porque el Banco de España prohíbe la financiación de suelo finalista. Y luego, para el resto de la inversión, el porcentaje que puede aspirar a ser financiado será del 70%, también fuertemente condicionado a las ventas de la promoción. Un esfuerzo enorme, al que la banca contribuye exclusivamente haciendo caja. Esto genera una barrera que deja fuera a un montón de pequeñas empresas que podrían otorgar dinamismo a un mercado fuertemente intervenido y peor financiado, pero absolutamente imprescindible.

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