No es sencillo explicar el tipo y naturaleza de algunos debates que se desarrollan en Canarias. Siendo legítimas todas las opiniones, resultan extraños ciertos consensos que se alcanzan, como el que se produjo en torno a las prospecciones petrolíferas en aguas próximas al Archipiélago. No es en absoluto usual que un territorio se oponga a la explotación de un recurso que siempre se conoció como Oro Negro. De igual modo, no es en absoluto razonable suponer que si esa fuente de riqueza estaba ahí tuviese necesariamente que respetar línea fronteriza alguna. Parecía razonable conjeturar que si existía petróleo y/o gas en una bolsa, como gráficamente se describía, a ella se pudiese acceder desde nuestras aguas o desde las del vecino.
Sucede que tras una enorme movilización popular, se consideró que no se debía avanzar en esa idea. Que el turismo podría verse perjudicado por una eventual fuga, afirmación que producía sonrojo porque no es infrecuente encontrar lugares en los que resultan compatibles extracciones y turismo, porque nos veríamos exactamente en la misma tesitura -como ocurre ahora- si fuese Marruecos quien explotase el recurso y porque es una actividad cuya externalidades negativas son riesgos asegurables. La buena noticia era que tras décadas de denostar la actividad turística, nuestras autoridades parecían otorgarle importancia.
Ocurre que hoy, con elevados precios energéticos que ponen a prueba la robustez de nuestra economía y la paciencia ciudadana, se debate sobre las causas de esta espiral de crecimiento sin reparar en que no se puede al tiempo oponerse a una cosa y exigir bajos precios, que las decisiones tienen consecuencias aunque sean fruto de amplios consensos. Hay que explicar que apostar por una energía verde y sostenible hoy, puede ser una idea loable pero técnicamente compleja porque no podemos mantener nuestros estándares de vida si cuando precisamos energía no está disponible. Y que, además, debe ser accesible, barata y constante. Eso hoy solo lo garantiza el respaldo que podamos brindar con la de todas las fuentes a nuestra disposición. Quien objeta al gas, por ejemplo, diciendo que esto retrasaría la más rápida adopción de las energías limpias, tendrá que demostrarlo, recae sobre él la carga de la prueba. Seguramente el petróleo deje de ser una fuente primaria en algún momento futuro pero no lo será porque se acabe, que es lo que se ha venido repitiendo desde la década de los setenta, del mismo modo que no se terminó la Edad de Piedra porque dejará de haber piedra en el mundo. El petróleo dejará de tener importancia cuando encontremos otras formas al menos tan eficientes de suministrar energía, a precios sensatos y de forma constante. No parece que vaya a ocurrir en unos pocos años y recae sobre la conciencia de cada cuál si se debe renunciar a una riqueza que la naturaleza nos regala o nos resignamos a que sea extraído por terceros, asumiendo sus riesgos pero sin participar en sus beneficios.
Mientras Marruecos avanza, incentivando fiscalmente las prospecciones buscando atraer a las empresas más preparadas, sin dudar sobre lo que supone para su futuro, a menos de cien kilómetros hay una tierra que no cambia de idea y sostiene que no debe existir esa actividad en nuestro territorio. Algunos, con indudable e impagable sentido de la oportunidad, creen que hay que impedir que un país soberano haga en sus aguas lo que considere y busca presionar en pos de ese objetivo. Sería sensato no seguir perdiendo oportunidades y brindarnos como la plataforma natural y logística para todas esas empresas -asistencia, abastecimiento, etc.- y sus trabajadores de elevada formación y salarios cuya capacidad para transferir conocimientos está fuera de toda duda y que tendrían en las islas su esparcimiento más atractivo. Parecemos empeñados en demostrar que estamos cómoda y plácidamente instalados en el vagón de cola del crecimiento nacional y europeo, incapaces de reaccionar con determinación ante renovados retos.