tribuna

Ahorrarse unas perras

Frente a la acostumbrada bronca política, el sector de la hostelería acepta, incluso encantado, el nuevo decreto de ahorro energético que entró en vigor. Su presidente lo resumió en dos palabras: “Si esto nos ayuda a ahórranos unas perras, bienvenido sea”. El incremento del coste eléctrico y de la alimentación merma los beneficios de un sector al que el boom turístico de este verano iba a permitir resarcirse de las pérdidas de la pandemia. Así que bajar el aire acondicionado y apagar la luz con el local cerrado se convierte en un alivio. Al ser una norma de obligado cumplimiento, no hay riesgo de que la competencia se lleve los clientes poniendo el termostato del aire en 18 grados. Pero, al margen de la satisfacción o no de determinados sectores, lo importante es que la norma viene impuesta desde la Comisión Europea y no es caprichosa. Los problemas de suministro de gas por la invasión de Ucrania nos abocan a un invierno muy complicado. Y aún hay una razón de mayor peso: el cambio climático es una realidad cuyas consecuencias llevamos padeciendo desde junio y es imprescindible que tomemos conciencia, de forma individual y colectiva, de la urgencia de frenar el despilfarro energético y la contaminación que acarrea. Es verdad que la norma se ha olvidado de mandar apagar los monumentos públicos y que solo los edificios de la administración están obligados a permanecer a oscuras cuando estén vacíos. Pero esto es solo el principio del recorte del 7%. En otoño habrá que presentar resultados en Bruselas y pueden llegar más apagones. Aún así, cuando la preocupación del verano es si el aire acondicionado está a 25 o a 27 grados o si faltan cubitos de hielo, tal vez deberíamos mirar con preocupación la alarmante temperatura del mar Mediterráneo y el riego que conlleva de inundaciones por la gota fría.

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