Faltan ya muy pocos días para que se celebre en Egipto, concretamente en Sharm-el Sheik, la nueva cumbre climática que reunirá a toda la comunidad internacional, la COP 27. Entre los próximos 7 y 18 de noviembre se reunirán miles de responsables políticos de cerca de 200 países, de la sociedad civil y el mundo empresarial, en una nueva Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático auspiciada por Naciones Unidas, que en esta ocasión tiene un marcado cariz africano no solo provocado por el hecho de que se celebre en el continente.
En esta llamada COP africana vamos a escuchar muchas veces un concepto que hasta ahora no había aparecido tanto, el de las pérdidas y daños. Porque la del cambio climático, no nos engañemos, no es una amenaza del futuro. Es presente. Está ocurriendo ya hoy, y en África, nuestro continente vecino, teniendo unas consecuencias de dimensiones colosales. De hecho, está directamente matando gente. En este 2022, el cambio climático ha provocado ya pérdidas y daños de norte a sur del continente. Permítanme enumerarle algunos ejemplos:
Nigeria: Más de 600 fallecidos en las peores inundaciones que el país ha sufrido en los últimos diez años. 1,3 millones de personas se han visto obligadas a dejar su casa, y un total de 2,5 millones de personas están en estos momentos en necesidad de ayuda humanitaria urgente. Unas lluvias muy por encima de la media de los últimos años y el desborde de una enorme presa en Camerún han provocado graves daños en hogares, infraestructuras y en vastísimas extensiones de terreno dedicadas a la agricultura.
África occidental: En toda el África occidental ha habido problemas graves con las inundaciones, que además acarrean una consecuencia directa, la deforestación.
Sur de África: En diversos países del sur, incluidos Madagascar y Mozambique, ya se han producido este año seis fuertes tormentas que han causado el fallecimiento de casi 900 personas.
Norte de África: en julio, Túnez llegó a registrar temperaturas de 48 grados. Los episodios de calor extremo agravaron otro fenómeno, el de los incendios forestales. En Argelia, este verano contabilizaron una treintena de víctimas.
Cuerno de África: Ya les he hablado en diversas ocasiones del impacto que la sequía está teniendo en países como Somalia, con la peor hambruna de los últimos 40 años que en estos momentos está matando niños y niñas, y forzando el desplazamiento de millones de personas que huyen de un terreno árido, en el que la ganadería prácticamente ha desaparecido porque es imposible darle agua a los animales. La del cuerno de África, no lo olvidemos, es oficialmente la primera hambruna del mundo inducida por el cambio climático.
Sahel: Solo por ponerles un ejemplo, el Comité Internacional de la Cruz Roja alertaba esta misma semana de los efectos del cambio climático en Mali, donde “lagos enteros” se han secado y la desertificación se extiende, lo que ha rebajado hasta en un 10,5% la producción de cereales en 2021, algo que afectó directamente al sustento de tres millones de personas. En Chad, también, casi dos millones de personas se han visto directamente afectadas por inundaciones, en agosto y octubre.
En este contexto, pues, llegarán a Egipto delegaciones de todos los países africanos, conjurados para tratar de alzar la voz y que esta COP sea la que, verdaderamente, fuerce a los países desarrollados a cumplir con las promesas que en anteriores reuniones se han ido realizando y, año tras año, se han incumplido sistemáticamente. El ejemplo más claro es la promesa que hicieron los países de altos ingresos de desembolsar 100.000 millones de dólares anuales en financiación climática para las naciones de bajos ingresos vulnerables al cambio climático entre 2020 y 2025. ¿La previsión de este año? Cerca de 20.000 millones. Ni una quinta parte de lo comprometido.
Porque el mundo debe de ser consciente de que el agravamiento de la situación en África, es decir, lo que sucederá en el caso de que no se apliquen medidas inmediatas para paliar los efectos del cambio climático, no beneficiará a nadie: las hambrunas generan presiones sociales y económicas que amenazan con exacerbar las tensiones políticas ya existentes. Y en ese río revuelto hay ya varios pescadores aprovechándose de las ganancias. Miren si no a Rusia y su creciente influencia en el Sahel.
De adaptación climática africana irá esta cumbre, que debe abordar medidas y ayudas para que los africanos puedan acelerar su acceso a la energía sostenible. Y para muestra, un dato: el continente africano (1.300 millones de personas) solo dispone en generación de energía eléctrica un total de 108 gigavatios, la misma capacidad que un país como el Reino Unido (de 66 millones de habitantes).
Porque en estos momentos, el 75% de los hombres y mujeres que en este planeta no tienen acceso a la electricidad están en algún país de África subsahariana. Y aunque África solo sea el causante de un 4% de las emisiones contaminantes en el planeta, este escaso acceso a la electricidad también tiene, a su manera, efectos contaminantes que deben ser frenados: desde la deforestación que provoca la necesidad de madera para cocinar a la contaminación que acarrea la absoluta dependencia de traer de fuera cualquier producto a través del transporte.
Esta COP-27 llega, además, en un momento paradójico. Después de años en que se le ha negado al continente africano la financiación necesaria para empezar a explotar sus enormes reservas de gas, llega la guerra de Ucrania y, de golpe, los países europeos miran a África y le piden que acelere los proyectos para llevar el gas que ahora no le podemos (ni debemos) comprar a los rusos.
Al respecto, me resultaron más que significativas estas declaraciones del actual vicepresidente de Nigeria, Yemi Osinbajo, en la revista Foreign Affairs: “el uso de nuestra energía, y por lo tanto nuestras emisiones, son tan bajos en África que incluso triplicar el consumo de electricidad a través del gas natural solo añadiría un 0,6% a las emisiones globales”. Quizás, pues, es hora de abrir un poco la mano con los países en desarrollo, a los que no se lo hemos permitido, al tiempo que somos firmes y audaces en medidas que permitan reducir las emisiones de los países más desarrollados.
Lo más importante, sin embargo, es que de esta cita de Egipto surjan compromisos claros de financiación y ayudas a los países africanos para desarrollar con fuerza su mercado eléctrico de la forma más sostenible posible, además de medidas que permitan que África sea más resiliente a episodios como las inundaciones o las sequías, que sin duda a partir de ahora van a ser constantes y periódicos.
Es ya el momento en que empiecen a surgir compromisos, por ejemplo, de favorecer que África se convierta en un productor de hidrógeno verde, el que sin duda es el combustible llamado a garantizar un mundo sin emisiones y, por lo tanto, en el que en el futuro puedan vivir sin morirse de calor o por fenómenos climáticos nuestros hijos y nietos.
*Director general de Casa África