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Las tatarabuelas de la Cruz de la Cebolla

Además de ser vecinas de la calle Doce de Octubre, Margarita López Concepción y María Luz Salazar González tienen el mismo número de hijos y de nietos, y disfrutan de sus tataranietos
Las tatarabuelas de la Cruz de la Cebolla
Margarita López Concepción y María Luz Salazar González tienen muchas cosas en común, además de vivir en la misma calle. Sergio Méndez

Son el último baluarte de un viejo modelo familiar que está en peligro de extinción. Ellas no retrasaron la maternidad para estudiar, desarrollarse profesionalmente o perfeccionarse haciendo un máster.
Margarita López Concepción, de 80 años, y María Luz Salazar González, de 91, se casaron jóvenes, a los 19 años, igual que la mayoría de los integrantes de sus familias, que llegan hasta la cuarta generación. Ambas son vecinas de la calle Doce de Octubre, en el barrio de la Cruz de la Cebolla, en La Orotava, y son tatarabuelas.

Tienen el mismo número de hijos y del mismo sexo -tres hombres y una mujer- y siete nietos cada una. En lo único que difieren es en la cantidad de bisnietos y tataranietos. María Luz tiene 15 bisnietos “una de ellas es más alta que yo”, recalca, cuatro tataranietos y uno en camino y todos de distintas edades. Su vecina y amiga tiene cuatro bisnietos y dos tataranietos que son pequeños.

Pero lo más destacado de ambas es que no son la imagen de esas personas mayores que los años y el cansancio de toda una vida se les refleja en la cara sino todo lo contrario. Tienen una vitalidad envidiable, conservan su coquetería, se arreglan para la foto, se entusiasman al contar sus historias, e interactúan con los más pequeños de la casa dejándolos hacer aquello que no le permitían a sus propios hijos e hijas. Y lo más importante, disfrutan de ello.

A María Luz siempre le gustaron los niños. “Los bisnietos cuando vienen me abren la puerta del balcón, me dicen que tenga cuidado de no caerme, se revuelcan en los sillones y yo los dejo”, cuenta.

Margarita “nunca ha dejado de criar” y reconoce que le permite más cosas a sus nietos y bisnietos que las que les permitió a sus propios hijos.

Además, se involucran en la vida social de su calle, la Doce de octubre, una de las pocas en las que sus vecinos organizan una fiesta el día de la hispanidad, en coincidencia con su nombre, comparten una comida y enraman la cruz, confeccionada por Jesús, “un vecino muy querido y alegre que organizaba muchas cosas”. Llevan más de veinte años haciéndolo. Es un buen vecindario, les encanta. La calle, subrayan, es parte de su familia.

María Luz es la vecina más longeva. Se casó y fabricó en la calle Miguel Morales, donde nació, muy cerca de allí. “Dos calles más allá”, señala. Pero hace 50 años que vive allí.

Margarita está desde 1961. También es natural de La Orotava pero de la zona de El Ramal.

Fueron las primeras casas que hubo en esa vía, “según se iba fabricando se iba formando la calle, que nada tiene que ver con la de ahora”, cuenta.

“Detrás de esa gañanía teníamos nosotros la finca, hasta el pino, y todo eso estaba lleno de uvas y las arremangabamos y amarrábamos mi nuera y yo”, apunta María Luz.

Según ella, haber trabajado siempre en la finca es el secreto de conservarse tan bien y gozar de buena salud. El año pasado cuando volvió del hospital, al que ingresó por una afección cardíaca, la doctora le pidió “la receta porque para llegar a su edad y como ella”. Le preguntó qué comía y ella le contestó “potaje de verduras, mucha verduras, es lo que más me gusta, sobre todo, chayota, bubango y zanahoria. Y trabajar mucho en la finca, porque siempre trabajé y me gustaba”.

Vivió cuatro años en La Palma porque su esposo fue a trabajar a los canales y para que no estuviera solo “porque no tenía quien le hiciera la comida y le lavara la ropa”, lo acompañó. Vivieron en Barlovento y allí también se dedicó a las labores del campo.

Margarita fue una especie de revolucionaria para la época. Su esposo llevaba diez años “hablando con otra chica” hasta que la conoció a ella. Fue amor a primera vista, dejó a su novia y al año se casaron, con todo lo que ello suponía en esa época. “Pero no me casé embarazada ni mucho menos”, bromea.

Margarita se dedicó a la costura, pero siempre en su casa para poder compatibilizarlo con la familia.

Respecto a si es mejor ser madres jóvenes como fueron ellas, responde: “No puedo decir que me ha ido mal, pero me hubiese gustado vivir más la juventud”.

Las dos coinciden en que es un orgullo haber llegado a su edad y en esas condiciones. Un regalo, igual que la gran familia que ambas han formado.

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