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Olona

Teniendo en cuenta lo ocurrido en las elecciones de Castilla y León, para Macarena Olona parecía una buena opción cambiar su escaño en el Congreso de los Diputados por una Vicepresidencia en la Junta de Andalucía. Una Vicepresidencia, además, que le daría un papel relevante -decisivo- en la aprobación de los presupuestos y en todas las decisiones importantes que quisiera adoptar el Gobierno del Partido Popular andaluz. No costó mucho convencerla para que aceptara el cambio. Pero las urnas opinaron otra cosa bien distinta, y Olona se encontró con un futuro de cuatro años como modesta diputada en el Parlamento de Andalucía, condenada a hacer una oposición testimonial y sin perspectivas. Y se sintió engañada, aunque, en realidad, nadie la había engañado: ella había manejado la misma información que los dirigentes de su partido, y lo que había sucedido entraba dentro de lo posible. Entonces vino la repentina enfermedad de tan rápida curación, su solicitud de baja en el partido y el anuncio de su abandono de la política.

Lo sorprendente -inesperado- sucedió después, cuando, por haber superado su enfermedad, rectificó ese abandono; hizo el Camino de Santiago en compañía de unos entusiastas seguidores no se sabe muy bien a título de qué; y anunció que quería reunirse con Abascal para tratar de las decisiones que tomaría a partir de ahora. Pero en Vox, como en todos los partidos, hay una cadena de mando perfectamente definida, y, según era de esperar, se limitaron a contestarle que si solicitaba su reingreso en el partido se estudiaría su solicitud muy atentamente, y que lamentaban que no hubiera cumplido su compromiso con los votantes andaluces. A partir de ese momento, Olona ha protagonizado una avalancha de conferencias de contenido indeterminado, acompañadas de acusaciones de falta de democracia interna en Vox, furibundos ataques a sus antiguos compañeros, veladas acusaciones de corrupción y denuncia de supuestos ataques orquestados en contra suya. Por supuesto, las conferencias sufrieron sus correspondientes escraches de gente que no se quiere enterar de que los fascistas son ellos.

La impresión que Olona ofrece en sus declaraciones ante las cámaras es la de una persona dubitativa, no muy coherente en sus afirmaciones, que afirma una cosa y su contraria, y no se le da muy bien hablar en público. Ha manifestado reiteradamente que no se propone fundar un nuevo partido porque eso debilitaría a la derecha, salvo que en las elecciones del próximo mayo Vox no fuera alternativa. Pero no se entiende su apuesta por ese partido si es verdad que adolece de los graves vicios y lacras que ella le imputa. Lo cierto es que se ha convertido en un icono de todos los medios y periodistas de obediencia socialista y gubernamental, a los que les hace el trabajo sucio.

La pregunta es quién o qué está detrás, quién o qué la financia, quién o qué intenta destruir a Vox por un método tan poco efectivo. Se ha especulado con algún grupo católico, descontento con su escasa presencia en Vox y el Partido Popular. Y la imagen con Mario Conde suscita muchas preguntas, más allá de su condición de compañero en la Abogacía del Estado. Sin embargo, la hipótesis más plausible es que se trata de un pequeño grupo de militantes críticos que la están utilizando. Y que están dispuestos a seguir haciendo el ridículo junto a ella.

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