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Apolo 17: el último viaje a la Luna

Se cumplen 50 años de la misión que puso fin al programa. La expedición contaría con la presencia del primer y único científico que ha pisado la superficie lunar
Desde la izquierda, Schmitt, Evans y Cernan (sentado) en un róver lunar de entrenamiento. Al fondo, su Saturno V.
Desde la izquierda, Schmitt, Evans y Cernan (sentado) en un róver lunar de entrenamiento. Al fondo, su Saturno V. | DA

Tan solo doce hombres han caminado sobre la Luna. Ellos fueron los tripulantes de los módulos de descenso de las seis misiones del programa Apolo que lograron alunizar con éxito entre julio de 1969 y diciembre de 1972. Desde entonces, nadie ha vuelto a poner un pie sobra la polvorienta y desolada superficie lunar.

De esa docena de elegidos, Eugene Cernan y Harrison Schmitt fueron los últimos seres humanos en plasmar sus huellas en el regolito lunar. Mientras ambos pasaban a la historia por tal acontecimiento, el tercer tripulante, Ronald Evans, permanecía en órbita alrededor de la Luna a la espera del regreso desde la superficie de sus compañeros. Los tres formaron la tripulación del Apolo 17, la última misión que se haría efectiva del programa, al haber sido canceladas en 1970 las tres siguientes que estaban programadas, las Apolo 18, 19 y 20.

Apolo 17 marcó el final de la aventura espacial humana más allá de la órbita terrestre, el final de la exploración lunar tripulada y, también, el final de una era.

LA TRIPULACIÓN

Durante el viaje de vuelta a la Tierra, Evans realizó un paseo espacial. | NASA

Eugene Cernan, comandante de la misión, era un veterano astronauta que ya había volado anteriormente en las misiones Gemini 9, en 1966, y Apolo 10, con la que estuvo en órbita lunar en 1969, siendo uno de los tres únicos hombres que ha viajado dos veces a la Luna. Cernan fue la última persona en caminar sobre su superficie.

Harrison Schmitt, piloto del módulo lunar, nunca había volado antes al espacio y realmente no era un astronauta de carrera. Geólogo de formación, se incorporó a la NASA en 1965 como científico y colaboró en el adiestramiento geológico de las tripulaciones que viajarían a la superficie lunar. Schmitt fue el único científico que pisó la Luna, en un nombramiento no exento de polémica, como veremos más adelante.

Ronald Evans, piloto del módulo de mando, se incorporó a la NASA en 1966 como parte del quinto grupo de astronautas. Apolo 17 fue su primer y único vuelo al espacio. Durante el viaje de regreso a la Tierra tuvo oportunidad de hacer una actividad extravehicular. Evans es la persona que durante más tiempo ha estado en la órbita lunar, sobrepasando los seis días.

UN CIENTÍFICO EN LA LUNA

Schmitt, el único científico que pisó la Luna, en el módulo lunar tras una de las salidas a la superficie. | NASA

Apolo siempre fue presentado como un programa científico y el punto álgido del afán explorador tan íntimamente ligado a la naturaleza humana, pero lo cierto es que poco de eso hubo en cuanto a su auténtico objetivo. Aunque queda fuera de toda duda que Apolo conllevó un gran retorno científico y tecnológico, se podría decir que fue una ganancia colateral y no su verdadera razón de ser.

El auténtico objetivo del programa siempre fue una cuestión de estrategia política para Estados Unidos. Y nada más. Se trataba de vencer a la Unión Soviética en el feroz campo de batalla en que llegó a convertirse la carrera espacial en el contexto de la Guerra Fría entre las dos potencias mundiales del momento. El resto de logros, tanto científicos como tecnológicos, no fueron otra cosa que beneficios añadidos que se desprendieron del mandato del cumplimiento a toda costa de ese único y primordial objetivo del programa.

El hecho de que solo un único científico formara parte de una de las misiones Apolo y que lo hiciera justo en la última del programa, siendo incluido en su tripulación con calzador y a disgusto de todo el gremio de astronautas, muestra a las claras por dónde iban los tiros.

El geólogo Harrison Schmitt había sido propuesto como candidato para volar con el Apolo 18. Sin embargo, tan pronto como se anunció oficialmente la cancelación de las tres últimas misiones del programa en 1970, la comunidad científica comenzó a presionar a la NASA y al gobierno estadounidense, hasta tal punto que no quedó otro remedio que incluir a Schmitt como piloto del módulo lunar del Apolo 17.

Tal decisión se llevó por delante cualquier oportunidad de pisar la Luna de Jon Engle, el piloto original del módulo lunar del la misión, que sería literalmente arrancado a la fuerza de la tripulación para ceder su asiento a Schmitt. Sobra explicar el disgusto y enfado que la resolución provocó a Engle, además de a sus compañeros de tripulación, Cernan y Evans, y en general a todo el cuerpo de astronautas de la NASA, que no consideraban al geólogo ni suficientemente preparado ni mucho menos meritorio del privilegio de ocupar el puesto que se le cedió por medio de tan inusual procedimiento.

La personalidad un tanto engreída de Schmitt y cierta inclinación a cuestionar con frecuencia las órdenes que recibía, al carecer por completo de la formación y disciplina militar con las que sí contaban el resto de astronautas, provocaba que no gozara de las simpatías de ninguno de sus compañeros en la NASA, que continuamente ponían en duda su valía y aptitudes. A pesar de todo ello, su inclusión en el Apolo 17 venía dictada desde muy arriba y a nadie le quedó otro remedio que tragar el sapo, lo que finalmente convirtió a Schmitt en el primer y único científico en pisar la Luna.

LA MISIÓN

El lanzamiento del Apolo 17 tuvo lugar el jueves 7 de diciembre de 1972 a las 5.33 horas UTC desde la rampa 39A del Centro Espacial Kennedy, en Florida, siendo el primer y único despegue nocturno de una misión Apolo. El viaje hasta la Luna transcurrió sin incidentes. A estas alturas, el programa era una máquina bien engrasada y la confianza de la NASA y los astronautas en la fiabilidad de sus naves era absoluta.

Aun así, el tercer día de vuelo los controladores se llevaron un pequeño susto cuando, tras más de una hora de intentarlo, no conseguían contactar con la tripulación después de su periodo de sueño. Todo quedó en una anécdota cuando supieron que, sin querer, Schmitt había desconectado el altavoz, por lo que la tripulación no pudo escuchar las insistentes llamadas de Control de Misión para comenzar la jornada de trabajo y se despertaron más tarde de lo programado.

Cernan y Schmitt pasaron al Challenger, el módulo lunar, para comenzar su descenso hacia la superficie, mientras Evans quedaba en órbita a bordo del América, el módulo de mando, a la espera de su regreso. El punto de alunizaje, situado en el valle de Taurus-Littrow, al sureste del Mar de la Serenidad, había sido elegido por la posibilidad que ofrecía de encontrar evidencias de vulcanismo en la Luna.

“Me gustaría dedicar el primer paso del Apolo 17 a todos aquellos que lo han hecho posible”, dijo Cernan al pisar la superficie lunar. Él y Schmitt pasarían en la Luna más de tres días, la mayor permanencia de todas las misiones Apolo, durante la cual realizaron tres salidas que sumaron más de 22 horas. La misión contó con el tercer róver lunar del programa, gracias al cual pudieron recorrer casi 30 kilómetros durante sus exploraciones y recoger más de 110 kilogramos de rocas y muestras del subsuelo.

Uno de los guardabarros del róver se rompió en su primera salida, de modo que esa rueda lanzaba constantemente polvo y regolito sobre los astronautas cuando utilizaban el vehículo, razón por la que aparecen completamente cubiertos de polvo en las fotografías. Al igual que los astronautas anteriores, Cernan y Schmitt reportaron el fuerte olor a pólvora que desprendía el material lunar desde que volvieron al módulo y se quitaron sus sucios trajes espaciales. Decidieron improvisar un rudimentario guardabarros hecho con algunos mapas y cinta americana para evitar acabar cubiertos de restos cada vez que se desplazaban con el róver.

En su segunda salida, cerca del cráter Shorty, los astronautas encontraron una zona de terreno de color naranja que contrastaba violentamente con la monotonía gris de todo lo visto hasta ese momento en la superficie y que inmediatamente llamó la atención de Schmitt. Nunca se había visto nada parecido antes. Estudios posteriores revelarían que las muestras de regolito y roca que recogieron en esa zona tenían un alto contenido de zinc y esférulas de cristal que se supusieron de origen volcánico, pero, por lo demás, las muestras eran prácticamente idénticas a todas las recogidas anteriormente.

Antes de que el Challenger despegara de la superficie lunar el 14 de diciembre, Cernan y Schmitt revelaron una placa conmemorativa situada en una de las patas de módulo de descenso con la siguiente inscripción: “Aquí el hombre completó sus primeras exploraciones de la Luna, diciembre de 1972 dC. Que el espíritu de paz con el que hemos venido se refleje en las vidas de toda la Humanidad”

Durante el viaje de regreso a la Tierra, Evans tuvo oportunidad de realizar un paseo espacial de algo más de una hora de duración para recoger los carretes de las cámaras alojadas en un compartimento externo del módulo de servicio, así como los resultados de algunos experimentos.

Cernan, Schmitt y Evans amerizaron en el océano Pacífico el 19 de diciembre de 1972, poniendo el broche final a la exploración lunar tripulada. Al menos, durante más de cincuenta años…

VOLVER A LA LUNA

Precisamente hoy, el mismo día en que se cumplen cincuenta años del alunizaje del Apolo 17, se espera el amerizaje de la cápsula Orion después de un exitoso primer vuelo de prueba no tripulado a la órbita lunar. La nave es parte del programa Artemisa, con el que la NASA pretende volver a llevar astronautas a la superficie de la Luna en 2025.

A diferencia del programa Apolo, el objetivo que se persigue con Artemisa es crear una estación orbital tripulada alrededor de la Luna, de nombre Gateway, así como una base permanente cerca del polo sur lunar. Todo ello como pasos previos ineludibles para el siguiente gran movimiento: la primera misión tripulada a Marte.

Más de medio siglo separarán el famoso “pequeño paso para un hombre, pero gran salto para la humanidad” de Neil Armstrong durante el Apolo 11, en aquel lejano julio de 1969, y el próximo paso humano en la Luna, el primero del siglo XXI, que dará un hombre o una mujer de quien aún se desconoce su identidad y que supondrá el pistoletazo de salida a una nueva era en la exploración espacial tripulada más allá de la órbita baja terrestre, donde hemos permanecido atascados más de cincuenta años.

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