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El acogimiento también es una opción en Tenerife

Tres familias del norte de Tenerife relatan su experiencia y animan a recibir en su hogar a un menor que se encuentre en el sistema de protección bajo la tutela del Gobierno canario
El acogimiento también es una opción en Tenerife
El acogimiento también es una opción en Tenerife. | Sergio Méndez

José (nombre ficticio) lleva cuatro años con Ana María y Santiago. Tiene hermanos biológicos con los que se reúne los lunes, y cuatro de acogida, tres de ellos mayores que él y con hijos. Él los siente como si fueran su mamá y su papá y los llama así. Vive en San Juan de la Rambla y le gusta mucho leer y estudiar. Una de sus asignaturas favoritas es religión. Este año termina la primaria.

A ella siempre le gustaron los niños, ambos son técnicos en integración social y vienen de familias numerosas. En el caso de Santiago son 13 hermanos y en el de su esposa, 9. “No sé si es por eso que tengo la necesidad de tener alrededor mío niños”, apunta Ana María.

El matrimonio tenía una amiga que estaba como familia de acogida y se interesaron por el tema. Fue a principios de 2018, con sus tres hijos mayores y prácticamente emancipados, hasta que a finales de ese mismo año que acogieron a su primer hijo “que llegó con el turrón y Papá Noel”.

Billy y Gema viven en el municipio vecino de La Guancha. Se plantearon hace años el acogimiento pero no le dieron más vueltas y todo quedó en el olvido. En su caso, tienen una niña biológica de 14 años y siempre quisieron tener más hijos pero Gema no volvió a quedarse embarazada.

Un día, en su centro de trabajo, la asociación Sumas, entidad que trabaja en coordinación con la Dirección General del Menor del Gobierno de Canarias, ofreció una charla para sensibilizar a todo el personal, contarles el proyecto del Programa Canario de Acogimiento Familiar, “y me captaron”, confiesa.

Se lo comentó a su esposo y a su hija, que en ese momento tenía 12 años, y no lo duraron, dijeron que sí de manera inmediata. Empezaron la formación, pasaron pruebas de idoneidad, tests, entrevistas, y presentaron los papeles hasta que les confirmaron que había una niña que cumplía con el perfil. El resultado: Julia (nombre también ficticio) forma parte de la familia desde septiembre de 2020.

El caso de Judith y José Luis, de La Orotava aunque viven en Tabaiba, en el municipio de El Rosario, es diferente. En su caso, a su hijo adoptivo -tienen otros dos biológicos- lo conocían desde pequeño porque vivió en uno de los centros para menores en acogida en el que trabaja José Luis y ese fue uno de los motivos que los impulsó.

Las tres parejas tienen un denominador común: ya tenían hijos biológicos y pese a ello, por diferentes razones, se decidieron a dar un paso muy importante que refleja un acto de amor desinteresado por otra persona: abrirles las puertas de su hogar a un nuevo miembro, en concreto, a un menor que se encuentra en situación de riesgo o desamparo y debe ser separado temporalmente de sus padres pero que necesita la estabilidad y seguridad que puede darle una familia de acogida, aunque siempre que se pueda sigue manteniendo contacto con la suya de origen siempre que se garantice el bienestar superior del menor ya que es el objetivo principal del acogimiento.

A diferencia de la adopción, la familia acogente asume la guarda del menor de carácter temporal (el tiempo dependerá de la modalidad, ya que hay distintos tipos, y de la duración de la medida) mientras que la Administración Pública, en este caso, la Dirección General del Menor del Gobierno de Canarias, ostenta la tutela, perteneciendo así al sistema de protección.

En la actualidad, en Canarias hay 104 menores en acogida, 65 de los cuales están en la provincia de Santa Cruz de Tenerife y 39 en Gran Canaria. Sin embargo, son muchos los que todavía esperan a poder convivir con una nueva familia que les brinde esa seguridad y estabilidad emocional que necesitan.

Los tres coinciden que no todo ha sido color de rosa, porque cada niño viene con su historia, su vida y su mochila “y eso hay que tenerlo claro”, subraya Santiago.

La contrapartida a todas las dificultades y obstáculos a los que tienen y han tenido que enfrentarse es la gran satisfacción que produce formar parte de sus avances, sus logros, y comprobar como poco a poco van cumpliendo sus sueños.

Además, y quizás esa es la parte más dura, las familias que acogen a un menor deben ser conscientes que si la familia biológica lo reclama tiene que volver con ellos y por eso se fomenta la interacción entre ambas siempre que sea posible.

En este sentido, los tres matrimonios hacen hincapié en que para poder enfrentarse a esta situación la formación que brinda Sumas resulta crucial.

“El hecho de explicarte y aclararte muchas cosas es fundamental, porque tiene que quedar claro que la prioridad es el interés del menor, no de los acogentes”, sostiene Gema, quien no oculta su complicidad con Julia y se ríe cuando cuenta que personas que no conocen que es su hija en acogida le recalcan lo parecidas que son.

“Hace años mi frase era ‘que voy a hacer cuando me la quiten’, pero la formación te da un giro y hace que no te centres en tí, sino en la oportunidad que le estás dando a ese niño o niña”, precisa.

Lo que sí tenían claro ella y su esposo es que querían que fuera más pequeña que su hija biológica, para que “no trastocara todo lo conseguido hasta entonces con su educación” sino que ella fuera el ejemplo a seguir, darle unos hábitos, unos ejemplos, unas normas. Al mismo tiempo, su hija quería ser una hermana mayor “así que todo se dio”, apunta Gema.

La pequeña de doce años se lleva muy bien con su hermana adoptiva pero sigue teniendo relación con su familia paterna y sus hermanos biológicos.

Lo mismo le pasó a Judith, que había dado a luz al poco tiempo de acoger a su nuevo hijo, “tenía las hormonas a tope” y le costó asumir muchas cosas. Por eso insiste en que la formación “es clave para el cambio de mentalidad”. Además, van surgiendo situaciones inesperadas, fruto de la convivencia, dudas, problemas y el apoyo de Sumas es fundamental. En el caso de los menores que tienen alguna necesidad de logopeda o psicología, también reciben apoyo de la entidad.

Su hijo de acogida ni siquiera tenía la noción y el sentimiento de familia porque desde los 3 años vivió en diferentes centros de la Isla. “El cambio a nivel emocional ha sido enorme y fue un trabajo muy importante, con él y con toda la familia que no entendía, por ejemplo, por qué el niño no saludaba con un beso”, cuentan.

Libro de vida

Antes de llegar a su nuevo hogar, el niño o niña que va a ser acogido recibe un libro de vida que prepara con mucho entusiasmo la familia acogente. Es una publicación con fotos, datos de sus futuros progenitores, las cosas que les gustan hacer, sus aficiones y si tienen mascotas en su casa. Y ellos a su vez le hacen uno a sus nuevos padres y madres, una pequeña presentación en la que dicen qué les gusta y que no, sus comidas favoritas, y todo aquello que ayude a tener una mejor convivencia.

En el segundo encuentro el menor realiza una visita a su futura casa, conoce la casa, comparte un par de horas con la familia, mientras que en el tercero ambos disfrutan juntos de un fin de semana, hasta que se instala de manera definitiva. No obstante, ese proceso depende de cada caso y siempre atendiendo a las características del niño. “Si vemos que la primera fase es muy buena no hacen falta tres visitas más y la Dirección General autoriza ya el acogimiento”, apunta Francisco Manuel Gordillo, técnico de la asociación Sumas.

Ana María y Santiago han visto los resultados con sus hijos en el plano escolar. “Me siento tan orgullosa de lo que han logrado ambos. Y eso ha sido gracias a la estabilidad emocional y la seguridad que tienen”.

En el caso concreto de José, estar con ellos “le ha reforzado su parte emocional. Él necesitaba esa comprensión, ese apoyo individualizado que los educadores de un centro no pueden darle por muchos factores, entre ellos, la variedad del personal o los cambios de turno”.

El otro obstáculo al que se han enfrentado han sido sus familias. A Judith y José Luis le dijeron que “era una locura” y le preguntaron varias veces si se lo habían pensado bien. Sin embargo, su ejemplo sirvió para la hermana de su esposo también se animara.

Ana María y Santiago recibieron comentarios y opiniones diversas, que pasaron por felicitarles por su acción solidaria hasta cuestionarles el por qué lo habían hecho, teniendo ya “los hijos criados”.

A ninguno le importó porque lo tenían claro y pese a que han querido sumar a familiares, amigos y conocidos, les sigue resultando difícil. El miedo sigue siendo el obstáculo más importante, por eso creen que su experiencia puede alentar a muchas familias.

“Estamos apostando por el futuro”, recalca Billy, quien apuesta por el acogimiento también como prevención, “porque evita que los menores institucionalizados empiecen a coger vicios, a ser madres precoces y al convivir, educarlos en valores y darles seguridad y solidez emocional, los ayuda a crecer como hombres y mujeres en la sociedad”. Al menos hay una base, ya que nadie garantiza nada, porque también hay familias normalizadas que no están exentas que sus hijos e hijas también pueden tener problemas”, añade por último Ana María.

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