avisos políticos

Amancio Ortega y Lenin

La izquierda española, de la mano de Pedro Sánchez y sus aliados de investidura, junto al sector del feminismo que ha llegado al Gobierno, está enloquecida e instalada en el disparate y el surrealismo. Más allá de un sectarismo extremo, muestra un rencor delirante y una fijación de ideas que la incapacitan para conectar con la realidad. Y en cada una de sus actuaciones corrobora aquello que advirtió Lenin de que el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo. La ministra de Igualdad, por ejemplo, es un ejemplo de ese infantilismo político, y en intervenciones recientes, además de defender su impresentable e indefendible ley del solo sí, ha lanzado su enésimo ataque contra los empresarios españoles, a los que llama capitalistas y acusa algo así como de robar al pueblo. Una de las ignorancias ministeriales es que precisamente los empresarios son los que sostienen la economía productiva, crean empleo y financian la burocracia asfixiante e inútil, como el ministerio de la ministra que los ataca. Los empresarios son los que financian las ocurrencias de los comunistas de guardarropía que nos desgobiernan. Y sufren sus políticas sectarias y sus leyes más sectarias todavía.

Pues bien, una de las fijaciones recurrentes de nuestra flamante ministra de Igualdad es el destacado empresario español Amancio Ortega, al que, como de costumbre, ha vuelto a atacar salvajemente. Si por ella fuera, le confiscaría todos sus bienes y lo metería en la cárcel por el delito de contribuir muy destacadamente al incremento de nuestro PIB y la disminución de nuestro paro. Y menos mal que no ha llamado a las masas a hacer lo que los amigos políticos de la ministra hacían con los empresarios en la guerra civil.

Ya ocurrió hace poco tiempo, cuando el empresario donó más de trescientos millones de euros para la adquisición de aparatos de última generación de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Fue una operación que financiaba la sanidad pública -no la privada- y que se añadía -no sustituía- a la financiación pública de dicha sanidad. Y fue una operación recibida con el natural y lógico reconocimiento, en especial por los enfermos de esa terrible enfermedad. Porque permitió adquirir unos aparatos que, a lo peor, no podían ser adquiridos todavía con la financiación pública o no estaban entre las prioridades de nuestros presupuestos públicos. Y porque, en contra de lo que cree la izquierda, los poderes públicos no pueden financiar todo, en todas partes y al mismo tiempo, y la economía y la gestión presupuestaria están sometidas a unas leyes cuya vulneración hacen pagar muy caro a las sociedades y los Estados. Debían tenerlo en cuenta esos médicos politizados de Madrid, que están intentando que Ayuso no gane las próximas elecciones autonómicas.

En definitiva, una muestra más del resentimiento social y la enemiga que los empresarios, la empresa privada y la libertad de empresa despiertan en la izquierda que desgobierna España. Su alternativa es subir brutalmente los impuestos, ahogar fiscalmente a la clase media y los pequeños empresarios, y disparar la deuda pública hasta límites irresponsables y temerarios. A pesar de ello, y con permiso de Lenin y de la ministra de Igualdad, la inmensa mayoría preferimos que los aparatos los pague Amancio Ortega y no nosotros.

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