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Drama en Turquía y Siria

La vida de millones de personas cambió para siempre este pasado lunes 6 de febrero, cuando con nueve horas de diferencia y magnitudes de 7,8 y 7,5 en la escala de Richter, los seísmos sacudieron el sur de Turquía y el norte de Siria, convirtiéndose en los más fuertes de la región en casi un siglo
Casi 2.000 fallecidos por el terremoto cerca de la frontera entre Turquía y Siria

Por Carolina Castellano.| La vida de millones de personas cambió para siempre este pasado lunes 6 de febrero, cuando con nueve horas de diferencia y magnitudes de 7,8 y 7,5 en la escala de Richter, los seísmos sacudieron el sur de Turquía y el norte de Siria, convirtiéndose en los más fuertes de la región en casi un siglo. Aún se desconocen cuántas personas yacen atrapadas bajo los escombros, entre los miles de edificios derrumbados. Lo único que se ha podido hacer a lo largo de esta semana, sabiendo lo primordial que es rescatar a las personas en las primeras 72h, es apresurarse a desenterrarlas y rescatarlas antes de que sucumbiesen a las heridas, la sed o el frío cortante de estas fechas. Sin embargo, no ha sido fácil, ya que una amarga tormenta invernal ha amenazado la vida de los supervivientes y de quienes siguen atrapados bajo los escombros, mientras que las carreteras abolladas, la complejidad del terreno y la gran extensión de la zona afectada, que se extiende a lo largo de unos 450 km a lo largo de la falla de Anatolia Oriental, están dificultando enormemente las labores de socorro.

Las labores de rescate siguen siendo la máxima prioridad, con unos 25.000 efectivos desplegados en Turquía y miles más enviados desde diferentes países del extranjero, a pesar de que la cifra de muertes sigue en aumento. En el momento de redactar este artículo, el número de víctimas mortales supera las 20.000, y todavía hay muchos desaparecidos y heridos graves, y las esperanzas de seguir encontrando supervivientes continúa disminuyendo. La OMS cifró en 23 millones el número de personas afectadas por la catástrofe.

Siria, sometida a sanciones occidentales, asolada por 12 años de guerra y terrorismo, la convierten en el país menos preparado para afrontar una crisis de este tipo. El actual presidente, Bashar al-Assad, es tan receloso de los forasteros y tan indiferente a la vida humana que sigue impidiendo el acceso a las agencias de ayuda extranjeras. Como es natural, Turquía se concentra en su propia población. Los donantes deben intentar, contra viento y marea, que Siria no quede abandonada. Hasta ahora, sin embargo, la respuesta ha sido negativa. Miles de habitantes de las zonas afectadas son ya refugiados o desplazados internos.

Con respecto a Turquía, este desastre natural ha llegado en un momento en el que el país ya se encontraba en un contexto político-económico delicado. 2023 resultaba ser un punto de inflexión crítico, con elecciones presidenciales a la vista el 14 de mayo. El resultado de éstas, tanto si el actual Erdogan se mantiene en el poder como si no, tendrá enormes consecuencias para su población, economía, divisa y sistema democrático. Por el momento, éste debe responder a las posibles peticiones de responsabilidades sobre por qué tantos edificios estaban insuficientemente diseñados para soportar tales temblores.

El declive económico de Turquía se ha visto alimentado por una combinación de altos precios mundiales de la energía, la pandemia del Covid-19 y la guerra en Ucrania, y, sobre todo, por las políticas económicas dirigidas por el presidente, que han reducido los tipos de interés a pesar de la galopante inflación (superior al 57%, frente al más del 80% registrado entre agosto y noviembre), llevando a la lira turca a un mínimo histórico frente al dólar. Las reservas de divisas de Turquía han caído bruscamente en los últimos años, y el déficit por cuenta corriente se ha disparado. En el último año, la lira turca ha perdido casi un 30% de su valor frente al dólar, lo que ha dañado gravemente el poder adquisitivo de los turcos y la popularidad del mandatario.

Si se pudiese sacar algo “positivo” de una catástrofe natural de estas magnitudes, es que Turquía tiene espacio fiscal para aumentar su endeudamiento, ya que su ratio de deuda pública/PIB es de alrededor el 34%, muy baja en comparación con Estados Unidos y Europa. Por otro lado, con el polvo de la catástrofe aun asentándose, los analistas regionales se centran en el efecto dominó a largo plazo que podría tener en Turquía, un país cuyos 85 millones de habitantes ya estaban sumidos en problemas económicos, y cuyo ejército, economía y política tienen un gran impacto, mucho más allá de sus fronteras.

En este sentido, bajo una óptica internacional el futuro de Turquía tiene su relevancia, entre otros motivos, por los siguientes: (i) afecta a la guerra en Ucrania, dado el papel de Erdogan como mediador entre Ucrania y Rusia, (ii) Turquía es el principal miembro de la OTAN que sigue obstaculizando la adhesión de Suecia y Finlandia a la poderosa alianza de defensa, (iii) Ankara también está mediando en la Iniciativa del Grano del Mar Negro entre Ucrania y Rusia, que permite exportar suministros vitales de grano desde Ucrania al resto del mundo a pesar del bloqueo naval ruso de los puertos ucranianos del Mar Negro.

De momento, los aliados occidentales y países de todo el mundo continúan enviando equipos de ayuda y rescate para colaborar en las tareas de socorro a ambos países. Dada la magnitud del daño, Turquía tendrá que desplegar un enorme gasto público plurianual para apoyar a los necesitados y reconstruir todas las zonas afectadas por los seísmos, que suponen 10 provincias donde residen el 15% de la población del país, representando el 9% del PIB turco, el 15% de la producción agrícola, el 9% de la industria y el 6-8% del comercio exterior. Estaremos atentos.

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