Ha abierto la puerta el papa Francisco a que los curas se casen. Ha dicho que la norma de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal fue dictada para un tiempo, no para siempre. Si nos ceñimos a la ley española, el matrimonio entre hombres también está permitido, aunque la Iglesia no lo reconoce como tal. Luego parece razonable suponer que si se elimina el celibato no se permitirían uniones entre hombres, lo cual plantearía otro problema, el de la homofobia. Nuevo lío. El pontífice ha dicho que en la Iglesia cristiana oriental, los popes se casan si quieren, o permanecen célibes a voluntad. Y, además, que él se cruza todos los días con un cura católico del Vaticano que tiene mujer e hijos. Y no pasa nada. Pero noto cierto revuelo en el clero, poco acostumbrado a que un papa proponga tanta apertura; un papa que ha cumplido 86 años y que lleva diez dirigiendo la Iglesia. He hablado con varios sacerdotes sobre el tema y, la verdad, la opinión mayoritaria de ellos permanece fiel a la norma del celibato. Pero, al fin y al cabo, son hombres y creo que fue Yahvé quien dijo que “no es bueno que el hombre esté solo”. Luego se inventaron aquello de que Dios creó al hombre y a la mujer para darle cuerda al reloj, porque el no sexo del paraíso (con aquel himen de manzana) no se lo cree ni el que asó la manteca. Pero me da que Francisco, odiado y querido en la misma proporción, está preparando la bomba de la abolición del celibato. Tenía razón Malaquías cuando dijo que “la” fin del mundo estaba próxima y que sólo falta el papa negro. Bueno, al prepósito general de los jesuitas lo llaman el papa negro; y este es jesuita. Oído cocina.