Los sábados tengo una cita con Antonio Muñoz Molina. Nunca me defrauda. Siempre está ahí, esperando en una esquina, para demostrar que la escritura es tanto más clara y limpia en cuanto esté libre de sectarismo. A veces merece la pena esperar una semana para que nos dé una sola frase que nos llena el día. Hoy me quedo con esta: “El talento puede ser una voz que durante mucho tiempo clama en el desierto, y aun así prevalece sobre la indiferencia y la hostilidad que en países como el nuestro puede ejercerse con una contumacia geológica”. Me gusta lo de la contumacia geológica en lo que tiene de tozuda una piedra, frente a la versatilidad de lo vegetal, que es capaz de la renovación permanente. A veces lo geológico se derrama viscoso y ardiente por las laderas, pero en cuanto se enfría vuelve a tener ese aspecto áspero y agresivo de las rocas. El talento lucha contra lo inamovible, contra lo sólidamente instalado, contra lo que no se va con lejía, y en esta pelea está condenado a perder, porque esa gran masa pétrea se presenta ante él como una barrera infranqueable.
El mundo es genéricamente vulgar, como los minerales que no son capaces de cristalizar con la magia de la geometría y se presentan como vómitos sucios, aglomerados y sin orden, desde las profundidades del infierno. No obstante, siempre disponemos de la oportunidad del milagro y, como dice el escritor, la lucidez prevalece sobre la indiferencia y la hostilidad que pretende asfixiarlo. La indiferencia no es mansa. Al contrario, se presenta con las armas despiadadas del desprecio. El desprecio de la ignorancia al que se refería Antonio Machado. A pesar de todo, en la afirmación de Muñoz molina descubro un atisbo de esperanza. El hecho de que lo escriba es suficiente para sospechar que muchos nos quedaremos con el espíritu de su denuncia.
Hace unos días hablaba con mi hermano sobre las visitas guiadas en su exposición de la Fundación Carlos de Amberes, de Madrid, y me contaba de su sorpresa por descubrir la calidad, la curiosidad y el interés de la gente, sobre todo de los jóvenes. Yo también he podido comprobar que en un desierto, aparentemente desolado, se conservan vestigios de vida que son capaces de rebrotar con una fuerza extraordinaria, como lo hacen los seres que están sometidos a las condiciones menos favorables. Siempre hay una opción para renacer y las sociedades volverán a ser esplendorosas después de que hayan sido arrasadas por la mediocridad. Conozco a gente maravillosa que está empeñada en que eso sea así. Esa es la esperanza que mantiene mi mano en el agua. No sacaré ninguna naranja. Ya sé que eso es imposible, que para lograrlo debo ir al árbol, que es el lugar adecuado, pero igual consigo un hipocampo, o una estrella de mar que me descubran que el mundo es diferente a como la mayoría está empeñada en que sea. El sábado no es un mal día aunque para mí ya todos son más o menos iguales. No me sirve para hacer balance, porque mis cuentas están agotadas en el consumo de lo cotidiano. En medio de editoriales estúpidos y tendenciosos aparece el artículo de Antonio para decirme que no todo está perdido, que alguien vendrá a entregar su corazón, como dice la canción de Fito Páez.