Estoy contento porque Sánchez se ha ido a China a arreglar la crisis de Ucrania. Nadie se ha dado cuenta de que ser presidente por seis meses de la Unión Europea es, como decía Chiquito de la Calzada, como un mojón; lo mismo que haber sido elegido concejal de Cuenca. Pero, bueno, qué se le va a hacer, hay que echarle engodo para que se vaya. He visto y escuchado las piezas oratorias y la ironía de Tamames, cuya Estructura Económica de España se está vendiendo otra vez en las librerías. No hay nada como una moción de censura para pasar de padre de la Constitución a viejo profesor y a superventas. Vaya semanita. Dentro de unos días, cuando aparezcan las listas de mayo, que son como los almendros en flor, sólo se hablará de elecciones, aunque sean municipales, insulares y autonómicas. En España, la corrupción no tiene peso electoral. ¿Saben por qué? Porque está tan incrustada en la política que el elector la considera normal. Cuando en Madrid y aledaños quemaban a las brujas, sabiendo los incendiarios que no lo eran, la gente miraba la pila humeante con absoluta normalidad y se iba a beber vino a las tabernas. Pues con la corrupción es igual. Se estila tanto que el elector la acepta y no cambia el sentido del voto por un asunto tan trivial. No crean, a lo mejor vuelven a ganar los mismos, tampoco está descartado del todo. Yo he decidido, me parece que por primera vez desde las primeras elecciones democráticas, no votar, quedarme en casa. Es una opción la abstención, pero me da pena meter mi voto en la urna, incluso madrugar, para que nada cambie. Porque los que pueden llegar en mayo son iguales que los que están, sólo que con corbata.