tribuna

Honores para el doctor Luis Espinosa

Le conocí ya septuagenario y por un asunto informativo que le vinculaba. Era, posiblemente, uno de los trances más desagradables de su vida, y aún así, me trató con una amabilidad exquisita. Cualquier otro en aquella circunstancia hubiera declinado atender la llamada telefónica de un inoportuno periodista desconocido. Eso ya delataba su talante y su categoría humana. Por supuesto, yo sabía bien quién era el doctor Luis Espinosa, eminente médico y persona muy apreciada y respetada en Puerto de la Cruz, pero no había tenido nunca la suerte de coincidir con él. Y subrayo la suerte porque eso fue para mí, una gran suerte, la amistad entrañable que forjamos a partir de aquella intempestiva llamada telefónica. Luis, a secas, sin el don, como se empeñaba en que le llamara cuando de vez en cuando nos reuníamos en el bar La Ñamera, falleció días atrás y, aunque sus amigos sabíamos por su hija María José del declive inexorable de su mala salud de hierro, es imposible reprimir una profunda tristeza por la pérdida para siempre del amigo sabio y cariñoso, un hombre discreto y sereno que daba lecciones de vida con una sencillez natural que cautivaba. Luis Espinosa ha sido una de las personas más excepcionales que he conocido. Y me consta que esta opinión es generalizada. Era mucho más que un hombre bueno: médico de larga y brillante trayectoria, profesor de vocación, escritor de afición, lector voraz, montañero de pasión -fue uno de los pioneros del senderismo en Tenerife como cofundador de la legendaria Peña Baeza- y entregado padre de familia, le convencí para que publicara en DIARIO DE AVISOS unos deliciosos artículos semanales en los que mezclaba sus aventuras por los senderos de la Isla, sus originales cuentos y sus vivencias personales. Parecía un hombre serio y distante, pero esa fachada era solo el escudo de su timidez, tras el que escondía un humor socarrón y la afición a contar chistes malos. Varias generaciones de portuenses gozaron de su magisterio en el desaparecido colegio de Segunda Enseñanza, pero a muchos más cuidó como médico de cabecera. Su labor profesional y social en el Hospital de la Inmaculada, institución centenaria sobre la que escribió un libro, es por sí sola merecedora del agradecimiento eterno de sus conciudadanos. Por su extraordinario legado personal y de servicio público, por el ejemplo que nos dejó de ciudadano comprometido con su pueblo, propongo que el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz considere honrar su memoria nombrándole Hijo Predilecto y con la rotulación de una calle con su nombre. Pocos portuenses se lo merecen tanto como el inolvidable doctor Luis Espinosa García.

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