Cuando en diciembre de 1999 San Cristóbal de La Laguna logró la inscripción en la lista de la Unesco como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, unos de los valores excepcionales en los que se justificó este reconocimiento fue su condición de conjunto histórico representativo de la ciudad-territorio no fortificada y espacio de un nuevo orden social de paz inspirado en las corrientes humanistas.
El compromiso con la paz subyace, por tanto, en la fundación misma de la ciudad y en el diseño de su trama urbana, que plasmaría Torriani. Ese compromiso, que ha alentado a generaciones de laguneros y laguneras durante más de cinco siglos, no puede ser un simple título honorífico. La Laguna debe hacer valer, en la medida de sus posibilidades, su condición como Ciudad de Paz en un contexto tan convulso como el actual.
Guiados por este principio, el último pleno de la Corporación aprobó, de manera unánime, la propuesta de hermanamiento entre San Cristóbal de La Laguna y la ciudad ucraniana de Lviv (Leópolis en castellano), también reconocida como Patrimonio de la Humanidad, uno los enclaves más monumentales de un país que lleva ya más de un año asolado por la guerra. Al igual que La Laguna ha sido punto de intercambio de influencias entre la cultura europea y americana, Leópolis ha constituido un crisol de corrientes de arte y pensamiento entre Europa central y oriental.
Los hermanamientos entre ciudades contribuyen a fomentar la amistad, el conocimiento y la cooperación, pero corren el riesgo de quedarse en meros actos simbólicos. Por eso nuestro hermanamiento lleva aparejado el compromiso de poner en marcha proyectos tangibles y prioritarios en materia de ayuda humanitaria y apoyo al mundo de la cultura, hoy más necesario que nunca.
Como señaló en el pleno Olesya Lylak, presidenta de la asociación Dos tierras. Dos soles, “la colaboración, y prosperidad mutuos nos han de conducir al fortalecimiento de los principios en los que se asienta nuestra convivencia”. Seguramente nuestro hermanamiento no contribuirá a detener las bombas, pero ayudará a la población de Leópolis a sentir que no está sola, que “la mirada del prójimo no está perdida”, porque “los detalles forman parte de la solución”.
El compromiso por la paz, la apuesta por el diálogo y las buenas formas no puede ni debe quedar en la atalaya de los pacifistas ni en el regazo del mundo de la diplomacia. Ahora, más que nunca, debemos esforzarnos, buscar espacios de encuentro más abiertos, más coherentes, más comprensivos, en definitiva, más serenos y empáticos.
Y este propósito ha de ser válido también en nuestro contexto más cercano, donde observo con preocupación un creciente estado de crispación generalizada, especialmente en el ámbito político. Deberíamos hacer un esfuerzo para procurar el diálogo, establecer modos de compromiso sin exhibición, y aportar buenas maneras y respeto a otras formas de concebir las decisiones del día a día. Otras miradas son posibles sin entrar en conflicto.
Mi generación ha tenido la suerte de poder ser educada en valores democráticos, en valores medioambientales, en valores que defienden los derechos humanos y propician los derechos civiles. Por eso me pregunto el porqué de algunos comportamientos entre ciertas personas de esta generación con actitudes tan poco edificantes.
El desafío por mejorar las relaciones humanas en lo público y en lo particular, sin agresiones verbales orquestadas, es un propósito político y personal, en estos tiempos de enfrentamiento local y de guerra global. En el contexto internacional, La Laguna ha dado un paso para posicionarse frente la crudeza de la guerra en Europa. En lo local y en lo personal, está en nuestras manos actuar con mayor humanidad, con mayor serenidad, aplicando mayor capacidad de reflexión y de aceptación; en definitiva, con más responsabilidad a la hora de construir un mundo libre, menos agresivo y más sano y ejemplar para la juventud y la infancia. Así haremos honor a La Laguna como verdadera Ciudad de Paz.
*Alcalde de San Cristóbal de La Laguna