28m

Elegía del debate

El voto se gana en cuatro años y las encuestas -todas- engañan, salvo que un asunto extrapolítico entre en campaña por sorpresa
Elegía del debate

Los debates y las campañas han tocado fondo y no incitan al electorado. Pero siendo una verdad asumida por todos, sirven a los efectos de pisarse callos y satisfacer los bajos instintos de toda batalla, el desahogo y la hostilidad que exige el guion, lo que en fútbol suponen las tarascadas. El debate, tal como está concebido en su acepción vigente, no responde al ejercicio democrático de la pluralidad que se supone, es un fraude. No hay puesta en escena menos espontánea y libre que la que alardea del contraste de pareceres con las cartas marcadas. Mis respetos para el género periodístico que tanto practiqué y me enseñó tanto. Espero que un día los partidos le devuelvan la razón de ser.


El voto se gana en cuatro años y las encuestas -todas- engañan, salvo que un asunto extrapolítico entre en campaña por sorpresa. El caso Vinícius podría ser un factor disruptivo que agite el cotarro antes de que pite el árbitro el final del partido.


Ayer, Feijóo, que había hecho campaña el fin de semana en Valencia, epicentro del escándalo, quiso meter baza: “España no es racista”. Un aserto patriótico, que atiende al concepto conservador de país antropoide, de alma de país y de país sentimental. La patria no es racista, otra cosa son ciertos fenotipos aislados, y otra aun más espinosa es a qué ideología se asocian los ataques xenófobos por lo común.


Ningún país es racista antropomórficamente. Como si Biden lo dijera de EE.UU. tras los crímenes policiales que han dado la vuelta al mundo. O Meloni de Italia, tras los exabruptos de Salvini en Lampedusa.


Vinícius es un mantra que se escapa al control de los ideólogos de partido que marcan el rumbo de esta campaña.


Feijóo y Sánchez pueden discutir sobre el Falcon con medias verdades acerca del vuelo fantasma a Tenerife a propósito de la cancelación del mitin del gallego en la campaña de Santa Cruz. Pero abordar el racismo en el contexto del 28M en las postrimerías de la liga con Lula subiéndose por las paredes tras los insultos en Mestalla al compatriota, exige hilar fino.

Ahí sí puede haber voto en juego. El voto visceral. Y esto está ocurriendo en la recta final del partido del domingo.


El Nixon-Kennedy
Vayamos al núcleo de la cuestión. Estamos viviendo una etapa de hartazgo. Esta campaña, por razones de indigestión, como digo, está siendo plana y aburrida. En ocasiones resulta tan irrelevante que apetece hacer la vista gorda, con la canícula de rondón que hemos podido gozar estos días, y fugarse a las Teresitas, a ver pasar las horas con el manual de mindfulness.


Lo de los debates es un síntoma de obsolescencia. Se acabó lo que se daba. El debate colapsó. Y solo obedece al ego de quienes lo han pervertido, burócratas de campaña que libran pulsos de minutaje, trocean la conversación y la fraccionan en monólogos discontinuos que se hacen insoportables.


Los debates se han devaluado como foro de combate y solo permanecen como ritual. El que suscribe moderó la intemerata de lances de este género desde los primerizos debates de la Transición hasta los más conspicuos de la integración en la Comunidad Económica Europa (hoy UE). Cuando saltaban chispas y las elecciones se sabían condicionadas por el tótum revolútum de las trifulcas radiofónicas y más tarde televisivas de Radio Club y Canal 7, las legendarias factorías de Paco Padrón.


Pero todos los géneros se queman, hasta los debates. En el cenit de ese ágora, todavía décadas después del primer gran match Nixon-Kennedy de 1960, llegamos a la conclusión de que había que optar por los cara-cara para conservar el interés de la audiencia, próxima a saturarse de macrodebates maratonianos donde todos querían estar y llevaban el mitin escrito. De ese modo derivamos en los frente a frente, que dieron buen resultado. Pero poco después fue inevitable el declive del formato. Y los asesores de campaña acabaron de dinamitarlo imponiendo turnos rigurosos de intervención que convertían el debate en un timo, una sucesión de speeches fragmentarios sin margen de interactuación. Desde entonces, el debate pasó a mejor vida, y ha vegetado como una prueba de insubordinación a las reglas de juego para sabotear al favorito, con las connivencias sobreentendidas entre aspirantes y detractores, como hemos visto estos días en alguna puesta en escena ciertamente maquiavélica a tal fin.

El Chiringuito
En los años de la pera todo esto periclitó. Para nosotros dejó de ser un secreto que los debates no servían para nada, considerando su ínfimo nivel de influencia para cambiar la orientación del voto del espectador. El Nixon-Kennedy tuvo impacto como toda primera vez, y hubo debatemanía hasta que la parroquia le cogió la medida al modelo y, como en el fútbol, consumía los rifirrafes políticos de campaña como ahora El Chiringuito de Jugones: si eres del Madrid, te acostarás sin moverte un ápice de tus colores, y si eres del Barça, te irás a la cama tan blaugrana como siempre. Conscientes de ello, los candidatos comenzaron a buscar minutos en espacios de masa, magazines matutinos o programas deportivos. A García le motivaba sentirse el novio deseado de los candidatos con el micrófono a media luz a la hora de dormir: entre gol y gol, lechuga.


Nixon perdió el debate por la tele y lo ganó en la radio. Se negó a maquillarse y vistió de gris, ante un Kennedy que entendió el lenguaje de las cámaras y reparó en los detalles, cuidó el bronceado y la vestimenta. Pero ha llovido tanto que no basta con eso. En EE.UU. un candidato desquiciado que machacaba con ofensas machistas a su oponente femenino y alardeaba de poder disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perder votos ganó las elecciones de 2016. El debate ha dejado de ser lo que era, y los ciudadanos y los candidatos no se reconocen después de todos estos años. En las mismas cabezas habitan neuronas desconocidas.


Permítanme un comentario al margen. En la confusión de la noche de los tiempos, resultaba evidente que tenía más incidencia un comentario en la tertulia de El Perenquén, que hacían en Canal 7 Chaves, García Ramos, Ángel Isidro Guimerá, Cubillo y Justo Fernández. Quiero pensar que esta será la última campaña que imite a la anterior.

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