El profesor herreño Marcos Brito Gutiérrez, paz descanse, fue alcalde del Puerto de la Cruz en tres o cuatro ocasiones. Un hombre honrado, íntegro, que se conocía el pueblo como la palma de su mano y que quiso concederme la Medalla de Oro de la ciudad, con los votos de CC -suficientes- y con la oposición del PP y del PSOE, el primero porque yo le había hecho alguna putada al bobo de su entonces líder y el segundo porque a mí el PSOE nunca me votaría ni siquiera para concederme las monedas de Judas. Antes de la votación, que ya digo que hubiese ganado Marcos con los votos de CC, le pedí al alcalde que paralizara el expediente porque no quería enfrentamientos y porque, además, a mí no me gustan los premios; los detesto. Marcos tiene una anécdota que pocos conocen. Año tras año, algunos de los cofrades de la Virgen del Carmen se ponían de acuerdo para que, en el embarque, el alcalde, que llegaba con el bastón de mando a cuestas, se cayera al agua al saltar desde las escalinatas del muelle a las lanchas Marina o San Ramón, en las que la imagen era depositada, con mucho cuidado, para su paseo por la bahía. Pues bien, ni una sola vez perdió Marcos Brito la compostura y, a pesar de su envergadura, saltaba limpiamente a las lanchas sin tambalearse lo más mínimo. Nunca dio con sus huesos en el mar y siempre salió indemne de esos lances, a pesar de que algunos se ponían de acuerdo para que ocurriera lo contrario. Siempre se las arreglaba el alcalde para tener algunos fieles que le ayudaban en el tránsito. Un gran tipo Marcos Brito y un buen amigo, que llegó al Puerto procedente de su Hierro natal y aquí se quedó. Un ejemplo de honestidad y de buena gestión municipal. Y de agilidad.