Hace unos días, centenares de escolares congregados en el Teatro Guimerá levantaban en alto la portada de DIARIO DE AVISOS. Asistían, en el Día Mundial del Medio Ambiente, a la proyección de un documental realizado en Groenlandia a instancias de la Fundación de este periódico, en el marco de las acciones que venimos impulsando en un contexto de preocupación por este rango de problemas de primera magnitud. El cambio climático preside la gran fachada de este tiempo, de este templo, como aquellas sapientes consignas que recibían a los visitantes en la Grecia antigua, a la entrada del oráculo de Delfos, en el pronaos del santuario de Apolo. Las verdades más profundas.
Ayer se constituyeron los ayuntamientos poselectorales en toda España. Y se alza así el telón de los nuevos mandatos, se irán sumando las autonomías y, en nuestro caso, los cabildos. El cambio electoral del 28M, por razones obvias, trae a colación el cambio climático, en vísperas del 23J. Hay leyes que entran en barrena con los acuerdos del PP y Vox. Conviene tenerlo en cuenta a la luz del programa de gobierno de la Comunidad Valenciana (premonitorio de una alianza similar en la Moncloa, llegado el caso), muy polémico estos días respecto a la violencia de género (suplantada por violencia intrafamiliar) o a la derogación de la ley de memoria histórica en esa región.
Entre todas las áreas que aborda la coalición de derecha y ultraderecha se omite el cambio climático. El calentamiento global, como su propio nombre indica, no es un problema español, sino del planeta. Pero es innegable la tendencia que impulsa a la ultraderecha en Europa, como acaba de ocurrir hasta en Finlandia, un año más el país más feliz de la Tierra, miembro de la UE desde 1995, donde el conservador Petteri Orpo acaba de sellar un pacto con la extrema derecha, euroescéptica (con siete ministerios capitales), para lograr ser primer ministro.
En octubre del 82 fue un fenómeno en España el cambio político de la mano del socialista Felipe González. Cuatro décadas después, se asoma un cambio en sentido contrario a falta de lo que digan las urnas el próximo mes. Y surgen amenazas que no estaban en la agenda de los años 80: el cambio electoral pondría en jaque la lucha contra el cambio climático. Y sería un drama.
El científico canario Wolfredo Wildpret ha sido una voz irredenta en el último medio siglo que ha agitado las conciencias dada la naturaleza que adquiría el problema de la naturaleza. En un escenario como Canarias, icono de la biodiversidad en Europa, esta nueva situación debería encender todas las alarmas. El absentismo climático de las políticas conservadoras nos concierne como isleños atlánticos y como frontera entre dos mundos unidos por la ruta en que emigran quienes huyen no solo de la miseria económica, sino, también, de la miseria ecológica.
Entre las noticias climáticas recientes hay una que publicábamos esta semana: el anticiclón de las Azores, el ventilador que nos nutría de los vientos alisios providenciales cada verano, ha desaparecido misteriosamente, y nuestras aguas se calientan a causa de ese hecho tan insólito en los registros históricos, con riesgo de gotas frías y borrascas intensas. El meteorólogo Francisco Martín León lo explica gráficamente: “Tener mares muy cálidos es como tener frente a tu casa un bidón de gasolina pura abierto al aire libre. Estrictamente, no pasa nada, pero si tiras una cerilla, explota”. El calentamiento del mar nos ha despertado a los canarios de la siesta: estamos metidos ya en la boca del lobo.
He mencionado a Wildpret, como cito a menudo al ecólogo Antonio Machado, y nunca me canso de nombrar a César Manrique. El cineasta Miguel G. Morales recuerda ahora la vehemencia de sus mensajes visionarios de los años 70 contra los especuladores de su isla, con lo que llamó la maldición del champán, cuando derramó una copa en un plató de TVE en señal de protesta por los estragos urbanísticos que sufría Lanzarote. ¡Hace medio siglo!
Transitamos por un terreno peligroso. El planeta. Según la prensa británica (lo publica The Sunday Times), en base a los servicios de inteligencia de EE.UU., la pandemia se originó por un accidente en un laboratorio de Wuhan, donde científicos y militares chinos experimentaban con coronavirus letales para crear un nuevo virus mutante. En esa espiral de cepos hemos convertido los caminos para ir todos los días a casa. Las negligencias en el Medio Ambiente empezaron de manera semejante y ahora avanza el negacionismo climático.
De nada servirá, con la nueva cultura antiambiental que se abre paso, el consenso alcanzado en la industria (al margen de fraudulentas acciones de greenwashing o ecoblanqueo) para el fomento de las energías renovables. No solo es un giro a la derecha, sino una marcha atrás.
Cuando los incendios forestales (citemos Canarias o Canadá) son cada vez más voraces y las crisis climáticas más extremas, llueve sobre mojado, pero, aun empapados de realidad, nos enfrentamos por primera vez a un parón en la conciencia ecológica.
La humanidad ha vuelto a mirar a las estrellas, en busca de nuevos y antiguos ovnis, en un acto reflejo, tras la dura travesía de estos años de pandemia aquí abajo, que vamos remontando con éxito tras el final de la emergencia sanitaria. Es la gran hazaña científica de este siglo, como lo es que estemos a punto de reparar el agujero de la capa de ozono, un desafío climático pionero de los 80. Estas lecciones que deberían inspirar la cruzada contra los gases de efecto invernadero no viven su mejor momento político.
Y ahora nos toca lidiar con la inteligencia artificial, ese otro foco de preocupación, que hasta hace poco nos habría resultado esotérico. El nuevo Frankenstein no es un cisne negro ni un rinoceronte gris, sino lo previsible imprevisto, lo inevitable que se ha de impedir… Lo imposible que está a punto de ser posible. Ante un desarrollo tecnológico que nada parecer detener, quizá convenga cruzar los dedos y apostar con suerte en el gran casino del mundo. Pues, si la inteligencia artificial, como el virus de Wuhan, puede dar lugar a una fuga de efectos incontrolables, confiemos, como en los robots de Asimov, en que, si el monstruo llegara a desatarse de pies y manos, su inteligencia no sea tan malvada como ha demostrado ser la del hombre, y nos dé una lección a la especie humana, por cuya deriva nos abocamos a un enorme caos climático. Si no hay mal que por bien no venga, que este sea el caso, justo hoy, a las puertas del poder.