por qué no me callo

Diga 33 y el frémito vocal

Desde hoy faltan 33 días para volver a las urnas y elegir entre Sánchez y Feijóo, aunque los españolas eligen a los diputados, que serán quienes bendigan al presidente en la consiguiente investidura. Diga 33, suele enunciar el médico con el viejo latiguillo para comprobar el estado del frémito vocal, cómo vibran las paredes torácicas bajo el sistema broncopulmonar y ver si estamos enfermos o en buen estado de salud. Si el galeno electoral le hiciera la prueba correspondiente a Sánchez y a Feijóo, sacaría conclusiones. De momento, a juzgar por las encuestas, está en mejores condiciones el candidato popular que el socialista, pues le aventaja en todas salvo la del CIS. Ahora bien, no siempre la historia la escribieron las encuestas. Y hubo factores determinantes que se ocultaban detrás de las cámaras. Los duendes televisivos también votan en situaciones excepcionales, cuando todo parecía perdido para uno de los dos contendientes. Estoy hablando de los debates, que no sirven para nada, salvo casos in extremis. Esta lo es. En el 93, Felipe González ganó a las encuestas pese a perder el famoso debate televisivo con Aznar. Tuvo una segunda oportunidad. Si Sánchez se mira en ese espejo y repasa la historia de aquellos días, no lo daría todo por perdido. Los sondeos, de una parte, le auguraban a González una derrota segura tras once años en el poder, y la noche anterior a su debate en Antena 3 con José María Aznar sufrió un grave contratiempo aéreo. El avión salió de Las Palmas y se produjo un problema de despresurización en la cabina, que obligó al aparato a planear durante media hora para regresar a Gando. Manuel Campo Vidal, el moderador, observó que González estaba abatido y seguramente lo atribuyó al desánimo del socialista por los sondeos. Tardó años en conocer la causa por la que Aznar lo noqueó de modo tan evidente. Aquella vez nadie supo el motivo del cansancio de González y su falta de reflejos. Hasta que, pasado el tiempo, uno de sus escoltas le reveló al periodista el incidente a bordo del avión. Fue un susto importante. El propio escolta admitía que él se quedó mudo varios días sin ganas de hablar con nadie.

González no pudo dormir bien, porque tuvo que esperar la llegada de otro avión. Fue su catástrofe secreta. El debate lo vieron diez millones de telespectadores. Muchos acusaron al presidente, en su cuarta comparecencia electoral, de no haberse preparado el cara a cara, infravalorando al rival, un político autonómico de la meseta. No era un debate más, sino el primero televisado entre presidenciables que se celebraba en España. González, que había sido el Nixon del célebre debate de 1960 en EE.UU. (también el primero catódico en la democracia americana), se preparó a conciencia el desquite en Telecinco una semana después. Y Aznar (el Kennedy del primer match) salió derrotado ante una audiencia aún mayor, en el debate que probablemente decidió el escrutinio y que fue moderado por el recordado Luis Mariñas. Aznar, que ganó las siguientes elecciones generales, en 1996, no quiso debatir más, escarmentado. Y por lo que se ve, su discípulo, Feijóo, tampoco quiere prodigarse en el género, tras negarse al chaparrón de debates que le propuso Sánchez.

Aceptará uno, pero, ojo, a juzgar por la historia, puede ser decisivo. Como tirarse en paracaídas. Y no habrá revancha. Sánchez sabe que González le dio la vuelta a las encuestas en un solo debate, cuando estaba visiblemente KO. Feijóo también está al corriente del riesgo extremo de ese superduelo. Y los dos saben de sobra que la noche anterior deben abstenerse de coger un avión.

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