por qué no me callo

Los niños de la selva

Todas las historias que resisten el paso del tiempo tienen un calado humano trascendental. Historias que hablan de supervivencia, de niños y adultos en situación límite, de animales que sobresalen en labores de rastreo con final feliz. Historias que conmueven y hacen grande el poder taumatúrgico de las misiones de rescate más impactantes.

En Colombia, la tierra del amigo Manuel Patarroyo y en la selva donde parió su vacuna de la malaria, han coincidido todos los requisitos de ese género de vivencias imperecederas, llamadas a permanecer intactas en la memoria. Ha sido una de las portadas recientes de nuestro periódico de mayor calado sentimental. Cuatro hermanos menores de edad (de entre uno y 13 años), que el día de mañana seguirán siendo héroes, lograron salvar la vida desafiando los peligros de la selva amazónica después de ser los únicos supervivientes de un accidente aéreo.

Sobrevivieron dos veces: a la caída de la avioneta en la que viajaban y a 40 días en las profundidades de la jungla, a expensas de todos los peligros animales y sobrenaturales, como sostienen los brujos que asesoraron a las fuerzas armadas del país con toda clase de recursos ignotos.

El presidente, Gustavo Petro, había incurrido en un grave desliz cuando a raíz del siniestro publicó un tuit con la noticia del rescate exitoso de los niños. El error lo hundió en el temor de que fueran hallados sin vida. Ahora son los niños de la paz, porque han aparecido justo tras el cese del fuego del ELN, la última guerrilla activa del país.

Un pariente de los niños admitió, en la desesperación, que podían encontrarse rehenes de uno de los duendes de la selva. Y otro jefe indígena tomó ayahuasca y rezó las oraciones ancestrales. Sus revelaciones, al parecer, resultaron infalibles para localizar el paradero de los cuatro hermanos. En pocas horas dieron con ellos, desnutridos, sedientos, con picaduras y el alma rota por el recuerdo de la madre muerta que había sobrevivido cuatro días al accidente. Tampoco ha faltado, en la búsqueda milagrosa de los niños de Colombia, la colaboración de un perro providencial, que los localizó por su cuenta, y durante días acompañó a los hermanos, como si les llevara noticias de que sus rastreadores andaban cerca. Ahora Wilson, el pastor belga malinois, es el desaparecido. Los niños comentan que estaba exhausto y hambriento. Tras el feliz hallazgo de los menores, las autoridades buscan al perro talismán, expuesto a morir en la garganta de la selva tras proteger a los hermanos.

Un helicóptero con la voz de la abuela de los niños sobrevolaba la densa selva amazónica y sus nietos cuentan ahora que la escucharon. Lesly, de 13 años, la mayor de los hermanos Mukutuy, conoce los secretos de la jungla amazónica gracias a la abuela indígena.

Ahora medirán las palabras, pues su historia se cotiza alto. Como la que escuchamos a Carlos Páez en el Guimerá (Premio Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS 2022), uno de los supervivientes del accidente de la cordillera de los Andes en 1972. Y como la que vivieron los mineros chilenos en 2010. O los niños futbolistas atrapados en una cueva de Tailandia hace cinco años. Historias que nos salvan también a nosotros de la desesperanza.

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