Hace tiempo que no voy al cine, pero vivo dentro de una película que es un largometraje que dura varios años. Recuerdo cómo empezó todo, con la horrible pandemia que asoló el mundo entero y nos hizo creer que era el final. Pero la película continuó en tiempo real, fueron integrándose nuevos personajes y sucesos. Yo había leído Chacal cuando era un adolescente, y el terrorista fallaba su objetivo porque De Gaulle agachó la cabeza providencialmente y la bala le pasó rozando.
Creo que hemos vivido estos años tocados por el azar, con la suerte del personaje de Frederick Forsyth. Y algo de serendipia, pues a causa de grandes males hemos descubierto vacunas y la ciencia médica ha dado un salto vertiginoso, camino de curar el cáncer. Es cine del bueno, pero siempre parece que van a ganar los malos.
En las escenas más recientes, hemos visto a un mercenario millonario alzándose en armas en Rusia y el todopoderoso Putin quedando por los suelos, superado por los acontecimientos, asustado tras los muros del Kremlin, en el mayor ridículo de su presuntuosa vida sanguinaria. Al dictador solo le ha faltado llorar mientras admitía que su país había estado al borde de una guerra civil. Y no ha tenido la decencia de mantenerse en el papel de duro, aunque fingiera, hasta ha perdonado a los golpistas. Los cinéfilos dirán que ha estado a punto de cargarse la película.
Ha sido el efecto boomerang de sus delirios de grandeza. Empezó invadiendo un país fronterizo, inferior militarmente, que se le ha subido a las barbas, y ahora estamos hablando del mayor caos que se recuerda de la mayor potencia nuclear del mundo. Una vergüenza, todo ese alarde de grandeza, toda esa chulería de matón de barriada (“tenemos más bombas nucleares que Occidente, que se jodan”, decía hasta poco antes el muy imbécil) se han deshecho a pedazos. Este film del fin no carece de emoción. Seguirán pasando cosas.
¿Qué será lo siguiente en el apocalipsis fraudulento de esta película del mundo? ¿Caerá Putin víctima de sus errores genocidas? ¿Le sustituirá un Gorbachov o el demonio en persona?
Un grupo de activistas y escritores cenaba el martes en una pizzería ucraniana abarrotada bajo una aparente sensación de paz. Alguien bromeaba con ese estado de calma en un país en guerra y pidió una cerveza sin alcohol bajo la ley seca. Entonces, todo saltó por los aires, tras estallar una bomba en el restaurante lanzada por Rusia desde un avión, guiada, al parecer, por un chivato que mandó imágenes del lugar a los asesinos enviados por Moscú. “En un momento de risa nos vimos en el infierno. Un estruendo como brotado del suelo nos tiró como un rayo y todo empezó a caer a cámara lenta”. Es uno de los diálogos de la cinta interminable. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, de 64 años, que había salido de una operación a corazón abierto, sintió que resucitaba por segunda vez cuando hizo ese comentario a El País en calidad de superviviente. Murieron 12 personas (tres niños) y hubo decenas de heridos.
Elige un lugar donde morir. O resucitar. Puedes ir a Ucrania o a París, en cuya periferia marginal también se muere a tiros como un joven magrebí esta semana por una intervención policial que ha envuelto las calles en llamas como si fuera a irrumpir Tom Cruise. Es una película de acción. En Santa Cruz compartimos la doble experiencia cinematográfica de los acontecimientos reales y el rodaje de Gerard Butler, como si se tratara de una misma película titulada Juego de ladrones.
Estos años hemos presenciado escenas devastadoras. Muy cerca de nosotros, explotó el volcán de La Palma y se tragó casas, fincas y pueblos enteros. Ni adrede. La cámara parecía encendida las 24 horas y no han cesado de ocurrir desastres. Un submarino implosionó durante una excursión hacia los restos del Titanic y murieron los cinco ocupantes. Más de 700 migrantes en un pesquero remolcado a toda velocidad volcó en el mar Jónico y hubo centenares de desaparecidos. Cualquier historia tierna que haya acontecido bajo este estado desenfrenado de cosas merecería el rango de noticia, pues hay una dramatización exagerada. Y lo simple es lo anormal, lo sencillo, lo afectuoso, ya no digo lo cándido.
Las islas son tan perfectas y hermosas que andan diciendo que parecen haber sido hechas por inteligencia artificial. Es cierto que bajo la que está cayendo ahí fuera, esto parece Jauja.
Somos herederos de esta guerra. Ya seremos para siempre los de la generación de la guerra de Ucrania, los que se habituaron a vivir en una montaña rusa de conmociones, el 11-S de las Torres Gemelas, la guerra de Irak, la fatwa fundamentalista y los lobos solitarios, la Gran Recesión y la invasión de Ucrania, que puso en boca del presidente de los Estados Unidos la palabra maldita: “el Armagedón”. Ahí nació el cine total en que se han convertido nuestras vidas.
La telerrealidad se ha impuesto, como se abre paso la ultraderecha cual otra pandemia en los países más diversos del planeta. Hasta Sánchez imita a Zelenski y ha emprendido en paralelo su propia contraofensiva electoral. La derecha se somete a los postulados de la extrema derecha y está pactando con Vox en cualquier rincón de España. A este paso van a llamar a Feijóo, Feijóox, que olvidó la mesura como por un conjuros de las meigas. Sánchez promete hoy en DIARIO DE AVISOS que dará una alegria a Europa: contendrá a la extrema derecha.
Es la megapelícula de todo a la vez. Regresan las ideas de hace casi un siglo, como si no hubiera pasado una guerra mundial sobre ellas. Europa está acojonada. Rusia es el buitre que aguarda a lanzarse sobre sus restos. Admito que a veces, con tantos efectos especiales, dudo si estamos vivos o somos personajes de Juan Rulfo en Pedro Páramo. Y lo del monstruo que resurge ya estaba descrito en aquel microrrelato de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.