por qué no me callo

La piedra

Vox se quitó este viernes el embozo de precampaña y ha puesto en aprietos al PP, al revelarse como un partido de ultraderecha al uso, sin medias tintas, émulo de su referente fascista, la primera ministra italiana Giorgia Meloni, admiradora de Mussolini y etcétera, etcétera. Descree del Estado de las Autonomías, vaciaría mañana mismo de competencias las alforjas del Estatuto de Canarias y resto de España. En fin.

Con este socio a extramuros del modelo constitucional español es con el que pacta Feijóo en un centenar de ayuntamientos y en comunidades nada anecdóticas como la valenciana, y es por cuya amistad que ha obligado a su candidata extremeña (no extremista) a ceder ante la guadaña Vox. Mañana es el debate de Sánchez con Feijóo, que, a la vista de este órdago, recurrirá a ETA y a Irene Montero, sus dos mantras favoritos para no hablar de política ni de economía, porque una le arrastra a Vox y la otra al Sánchez que aplauden en Europa.

Hay circunstancias que abocan a una situación de emergencia. Como en la crisis sanitaria que ahora llega a su término. Era un código rojo inaudito. Lo superamos. Nuestra generación se anota ese tanto como si fuera un trabajo de Heracles. Es la primera hazaña contra el vestiglo del siglo. Pero no el último endriago.

Hemos ido subiendo una escalera en espiral. A cada tramo había un reto enroscado de menos a más. Un desafío tras otro. A comienzos de la década de 2010, unos jóvenes indignados se amotinaban contra el abuso de los poderes económicos y financieros, tras la Gran Recesión, el primer peldaño de esa escala. Por entonces, un vendedor ambulante perseguido por la policía se inmoló quemándose a lo bonzo en Túnez y su muerte desató la Primavera Árabe, que derrocó a Mubarak, Ben Ali, Gadafi y Ali Abdulah Saleh.

La Historia empezó a retorcerse en una espiral de cólera. Ahora vuelven los malos tiempos. Cada década da un respingo. Y en esta ocasión, está en peligro la madre del cordero, la democracia. Aquí cabe la sentencia de la que se hacía eco Benjamin Prado: “Perder las elecciones es normal en una democracia; lo malo es perder la democracia en unas elecciones.”

Ya no vive Stéphane Hessel para agitar la conciencia de los jóvenes en un arrebato pacífico cuando amenaza la ceguera que duró del 39 al 45. Estamos huérfanos de faros para pugnas sosegadas, como Gandhi, Mandela o Luther King. Es natural este recelo hacia la ultraderecha, con su implantación en países que eran oasis de felicidad, cual Finlandia. España no está a salvo. ¿Han visto con qué rapidez ha irrumpido Vox en Parlamentos y Consistorios y ya se daban por inocuas sus arengas negacionistas sobre violencia de genero y LGTBI? En tan corto espacio de tiempo, apenas días, incluso en el PP se tildaban los pecados del socio de veniales con el cataplasma “ya se le ha perdido el miedo a la ultraderecha”. Dentro de unos meses, ¿a qué no le habremos perdido el miedo? La figura fluctuante de Tejero y el monumento a Franco serán el termómetro de esa distopía.

La pandemia se está marchando y voces disonantes de antivacunas, objetores climáticos, represores de la inmigración y furibundos euroescépticos encienden a estas horas todas las alarmas.

Algunos nos estamos haciendo viejos y sentimentales. Nos duele íntimamente este déjà vu que nos retrotrae a la autocracia de nuestra juventud. Es una espiral involutiva. Y faltan ideólogos, teóricos para alumbrar el camino. Resulta inevitable leer a hurtadillas a Platón alertando en La República cómo de la democracia se pasa a la tiranía cuando colapsa el sistema a causa de las multitudes desconsideradas. ¿Estamos en esa tesitura?

Estamos, al menos, en una guerra que no es cualquier guerra, y que domina el coloquio universal. Así que uno retorna a ideales que parecían asentados. Y busca la manera de que en Europa se blinde la libertad, se fortifiquen los derechos, no temamos por lo que les aguarde a nuestros hijos. ¿Para dónde podemos mirar?

Los poetas parecen haber desertado. Y este momento tan álgido necesita que arrimen el hombro los herederos de Whitman, de Eliot, de Neruda, de García Cabrera y Sédar Senghor. Necesitamos releer las Hojas de hierba y La tierra baldía. ¿Para qué sirve? Le preguntaron a Borges para qué sirve la poesía y respondió: ¿Para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos?

¿Para qué sirve votar si no es para salvar constantemente a la democracia? Votar normal, como habría dicho el propio Rajoy en otras circunstancias. Otra vez construyamos jardines con flores de verdad, “que no sean silencio amordazado”. Otra resurrección que conviene: la reanimación del cadáver de la Transición, cuando el viaje era de la dictadura a la democracia, inequívocamente. Y todos a una se subían a ese tren. Esto se dejó de explicar en las escuelas. Como se olvidó explicar la Segunda Guerra Mundial en los colegios de media Europa, y ahora Putin o Viktor Orbán no levantan sospechas a las generaciones actuales, y la ola de ultraderecha les da alas, mientras muchos nos autoengañamos diciéndonos que la guerra los borrará del mapa. ¿ No será al revés; que esta guerra es su mejor baza? ¿Que esto no ha hecho sino empezar y el puzzle proseguirá armándose? Ah, Europa celebra elecciones a la Eurocámara del 6 al 9 de junio de 2024. Y 2025 será una fecha redonda, el primer cuarto del siglo XXI. ¿Estos indicios actuales no resultan inquietantes? ¿Pero quién tiene memoria histórica, a quién le interesa repasar los graves avatares del siglo pasado? La piedra en la que se tropieza una y otra vez está aquí de nuevo en mitad del camino que se bifurca.

En Europa han dejado de existir líderes. Macron es un espectro en llamas, y en 2027, como el dinosaurio, Le Pen todavía estará allí. Sánchez se ha quedado solo como Macron en 2022. “El 23J vamos a darle una alegría a Europa: España frenará a la ultraderecha”, declaró el pasado domingo a DIARIO DE AVISOS. Von der Leyen pone velas a Sánchez a escondidas de Feijóo.

Los partidos han presentado sus programas, pero existe la sospecha de que nadie los ha leído. ¿De qué hablan los programas electorales? ¿Hablan de la vida o hacen que hablan de ella? ¿Es permisible votar sin haberlos leído? ¿Qué cambiaría si los programas tuvieran otro contenido y hablaran de cuestiones intrascendentes? ¿De qué hablan los políticos? ¿De qué habla el pueblo? Pregúntenle a los niños, que no mienten.

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