tribuna

Antonio el Cenizo

Antonio el Cenizo no se había enterado de que el monte estaba ardiendo. Por eso, cuando un helicóptero se acercó al estanque a recoger agua para apagarlo, cogió una piedra y se la lanzó con la intención de tumbarlo. Lo cierto es que le rompió el rotor trasero y lo dejó inhabilitado para el vuelo. Antonio el Cenizo no debe tener móvil, porque si no, igual que sus vecinos, se habría encargado de grabarlo todo para después ponerlo en las redes. De esta manera se habría convertido en el héroe de la jornada, como David luchando contra Goliat. Antonio el Cenizo, justo por eso, no es el ejemplo de la estupidez humana sino de la cerrazón y la brutalidad, características que yo creía en franca decadencia. Me imagino que ahora los del Frepic Aguañac lo considerarán un alzado, un adalid luchador contra las fuerzas invasoras, un ejemplo del nacionalismo cerrero que se conserva milagrosamente en los altos de Güímar, escondido en la cueva de Erques junto a otras reliquias momificadas. Si Antonio el Cenizo se hubiera hecho un selfie su imagen gloriosa estaría ahora dando la vuelta al mundo, hundiendo en la miseria al beso robado de Rubiales. Pero Antonio el Cenizo no está al día en cuestiones tecnológicas; es un aborigen en estado puro, sin contaminar, que defiende lo suyo según le dictan sus instintos. Hay un audio de un amigo suyo que dice de quién se trata. Si no fuera por esto y por la noticia que publica El Mundo, habría pensado que era eso que llaman un fake. Pues si Antonio el Cenizo existe yo me pregunto a qué están esperando los periodistas que no corren a entrevistarlo. Hasta para eso somos unos dejados. Para una vez que tenemos un fenómeno a escala internacional no lo sabemos aprovechar y lo dejamos pasar. ¿No será que algunos se avergüenzan de que todavía existan estos ejemplares que retratan lo más autóctono de lo que somos? Porque Antonio el Cenizo estaría a punto de bajar a la plaza de Candelaria y convertirse en bronce atamarcado si a alguien se le ocurriera emparentarlo con las esencias rebeldes de la canariedad sometida: esa que no se detiene ante la aparición de los helicópteros, como en el Apocalipsis now de la guerra del Vietnam. Es mejor convertirlo en la imagen poética de la inconsciencia, como aquel Antoñito el Camborio, de Federico, que cortaba los limones para tirarlos al agua hasta que se lo llevó la guardia civil. El Cenizo es un hombre que desvaría, al que todo le sale mal, si no ya se habría convertido en un Quijote alanceando las aspas de molinos gigantescos para impresionar a su Dulcinea, que vive unas fincas más abajo. Este incendio me estaba resultando algo tedioso, con las ruedas de prensa para establecer la diferencia entre los lugares comunes de los políticos y las precisiones de los técnicos, hasta que ha irrumpido Antonio el Cenizo aportándole una riqueza literaria inusitada a los hechos. Ni a soñar que me hubiera puesto se me habría ocurrido crear un personaje con tanta riqueza. Estamos ante el enfrentamiento desigual entre dos mundos que no se entienden. Y todo ello desarrollándose en el escenario de la desolación, donde no se sabe si culpar a la imprudencia de unos peregrinos, hartos de vino, o al cambio climático. La cuestión es culpar a alguien en donde siempre estaremos incluidos los que no somos de la cuerda. Ahora habrá que preguntarse de qué cuerda es Antonio el Cenizo y qué aprovechamiento se puede hacer de él. De momento, por lo que pueda pasarme, me voy a detener aquí.

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