por qué no me callo

Arafo y Candelaria, como dos bebés

La foto de las dos mascotas del incendio en la contraportada de DIARIO DE AVISOS nos roba el corazón. Son la pareja de perritos Arafo y Candelaria que los operarios de la Brifor rescataron de los montes de la Isla en medio del fragor de las llamas. Centenares de animales fueron salvados del fuego en los peores días de la catástrofe. No hubo víctimas humanas ni se quemaron casas. Los animales sobrevivieron, salvo aquellas especies -algunas endémicas- que quedaron atrapadas entre los pinos y que los biólogos declaran en peligro de extinción. Nos han dejado una huella sentimental las víctimas inevitables que han sucumbido entre la fauna y la vegetación. Es el caso del Castaño de las Siete Pernadas, en La Orotava, con 500 años de antigüedad, la “peor noticia” de este incendio, según le dijo Wolfredo Wildpret a Agustín González. Arafo y Candelaria deben sus nombres a los dos municipios donde arrancó la cólera forestal en la noche del 15 de agosto, poco después de la fiesta de la Patrona, pese a los senderos clausurados y el estado de alerta por las olas de calor. Son las mascotas de los días más aciagos de este mes que se acaba con olor a chamusquina. Tienen la expresión de dos bebés contagiados de una pesadumbre colectiva que tuvieran conciencia de que les han salvado la vida. Ha habido caballos, cerdos, cabras, gallinas y conejos que fueron evacuados contra reloj, ante una llamas que parecían tener vida propia y que ahora sabemos que pudieron duplicar sus efectos y cobrarse daños mayores, según el sabio de los incendios, Federico Grillo. Tristeza y alborozo se mezclan en la imagen de esta pareja de cachorros dorados que nos dejan para siempre su posado icónico como estampa del incendio que nos mantuvo en vilo. Los animales no hablan y muchos seres humanos desisten de comunicarse con ellos. Pero no somos ni tan distintos ni estamos tan distantes. Cada vez es más común vernos juntos y compartiendo una suerte de relación a la que, como dice el zoólogo Jules Howard, no le hemos puesto nombre, fruto de una sintonía evolutiva de miles de años. Esa suerte de agrupación familiar inseparable. “Vete con tu hermano”, le decía el otro día en el parque un hombre a su perro cuando paseaba con su hijo y su mascota en una evidente unidad de parentesco. Tendemos a antropomorfizar la relación de las mascotas con sus dueños, pero nadie discute la conexión real de nuestras especies, taxones al margen. Cuando ese hijo inclasificable entra en el hogar ya nada es igual en su ausencia, sea perro, gato o conejo. De esa clase de afecto ha hecho la ciencia toda una teoría terapéutica y ya nadie discute que la soledad de nuestros mayores se compensa con la mascota, el único ser que resucita a los muertos en vida cuando son abandonados por sus semejantes.

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