Hace un año, Gabriela Sanchez-Parodi, jugadora tinerfeña de la Franklin Pierce University, de la NCAA 2, reconocía en DIARIO DE AVISOS haber sufrido una depresión, haciendo hincapié en la necesidad de cuidar la salud mental, no solo para los deportistas, sino para todos nosotros. Un año después, a punto de regresar a Estados Unidos, vuelve a referirse a un aspecto clave, a un fantasma que siempre está ahí, acechando. Ahora, además, tras sufrir una pérdida importante en su familia, su gran pilar.
Gabriela Sánchez-Parodi es una persona risueña. Se refiere a cada uno de los retos que ha tenido que superar, algunos complicados, siempre con una sonrisa, siempre extrayendo una lectura positiva de cada uno de ellos. De aquella niña que un día se presentó en las canchas del IES El Chapatal con una camiseta del Real Madrid (de fútbol) para probar en el baloncesto quedan muchas cosas, aunque los años, poco a poco, la vayan curtiendo.
En 2012, Gabriela, madridista confesa, aparece en El Chapatal en un entrenamiento del Uni Tenerife: “Yo prefería fútbol, pero por aquel entonces no era tan sencillo federarte en fútbol femenino. Mi padre me dijo que probara con el baloncesto, pero yo no quería jugar en el cole solo un par de partidos al mes, yo quería entrenar y jugar todos los días. Y allí me apuntaron”.
Allí se encuentra a José Luis Román, periodista, con el que comparte esta conversación acerca del baloncesto, pero también de la vida: “Carolina Tabares es la que le dije a José Luis Sánchez-Parodi, porque eran compañeros de profesión, que vaya al Chapatal, con el Uni. Así empezó todo”.
Enamoramiento tras probar
Por si todavía no ha quedado del todo claro, a Gabriela Sanchez-Parodi no le apasionaba a esa edad el baloncesto… hasta que tomó contacto con el balón: “No se me daba mal, eh, y, de repente, me dije a mí misma “Esto me gusta”. En aquellas canchas disfrutaba tanto…”.
Y Gabriela siempre ha sido una persona con ambición de mejorar, con una filosofía férrea de trabajo, por lo que fue a dar a un buen lugar. “Yo llevo midiendo lo que mido, 1,60 metros, desde que tenía ocho años”, asegura entre risas, pero, además, comenzó a entrenar con niñas que tenían cuatro o cinco años más: “Eso te hacía mejorar y madurar desde pequeña en el mundo del baloncesto. Te permitía, además, vivir experiencias en campeonatos de Canarias”.
Este sistema, reconoce José Luis Román, que se aplica en “las mejores canteras de España” le iba como anillo al dedo a Gabriela: “Siempre ha tenido ese desparpajo, que lo sacó a su padre, pero también a su madre. Es una persona alegre, dicharachera… Ella ha entendido, por los valores inculcados en su familia, que debe tener paciencia. Eso es fundamental”.
Por eso, Sánchez-Parodi jugó en el Uni hasta que tuvo 15 años, para luego marcharse a Inglaterra, compaginando sus estudios de Bachillerato con la práctica del baloncesto en la John Madejski Academy jugando en Reading Rockets. “No tiene la prisa que tiene hoy mucha gente por llegar a un sitio, y lo digo estando firmemente convencido de que acabará jugando, seguro, en Liga Femenina 2 o en Challenge”, afirma Román.
Jugadora y entrenador coinciden en ese aspecto, la paciencia, como un principio vital, no solo para el deporte: “Estando en Inglaterra me llamaron de Liga Femenina 2. Fue tentador, pero no podía decirles que sí. Estando en Estados Unidos, en la universidad, me llamaron también, pero no, tengo que completar mis estudios”.
Dejar atrás el hogar
Así hizo las maletas rumbo a la Franklin Pierce University: la NCAA 2 esperaba siempre con un objetivo en la mente: “Yo tengo claro que quiero volver a la Isla, a Tenerife, luego seguir, pero salir de mi casa, que puedan decir que salí de Tenerife, porque cada vez salen menos”.
También aquí van a estar de acuerdo José Luis y Gabriela. Algo tan importante como la formación tiene que ir ligado a que jugadores y jugadoras lleguen a la máxima categoría, crear referentes, que los canteranos y las canteranas vean que se puede llegar a lo máximo. Pero cada vez llegan menos. Al menos eso parece. “No se cree en la cantera y las estructuras de los clubes son muy limitadas, formar jugadoras es muy, muy difícil, solo hay que ver que las últimas buenas jugadoras que han salido de aquí se han ido fuera”, enfatiza Román.
Desde la experiencia propia Gabriela Sanchez-Parodi lo tiene claro: “No dan facilidades. Te ponen, a lo mejor, seis entrenamientos a la semana más tres sesiones de gimnasio. ¿Cuándo estudias? En Estados Unidos adaptan las clases para que puedas hacerlo todo. Aquí es todo un búscate la vida. No se fomenta el deporte. Allí, por ejemplo, tengo una beca por el 100%, estamos hablando que todo puede costar 53.000 euros al año. Aquí sería imposible”.
¿El resultado? Que resulta más fácil fichar que formar. Eso va unido a esas guerras, que parecen eternas, en el baloncesto de base en una isla como Tenerife. El entorno, la familia, de Gabriela Sanchez-Parodi, era ideal: “Yo confieso que salí de la Isla con 15 años porque mis padres me obligaron por el ambiente que hay en Tenerife. Somos una Isla pequeña y parece que no queremos que triunfe la gente, si no juegas para mí, cruza y raya para siempre… El Tenerife Central me dio una experiencia con 17 años que podía haber tenido con 24. Sabía leer a jugadoras mayores que yo, entrenaba dos o tres veces al día, jugaba tres partidos cada fin de semana… Ellos me inculcaron que había que ir feliz a entrenar”.
La salud mental y la ausencia del padre
El entorno cestista en los años en la Isla de Gabriela se reducía a sus padres, José Luis Román y una o dos personas más. Ni siquiera con compañeras. Entendía que era la mejor forma para mantener esa filosofía de trabajo. Eso le sirvió, precisamente, en Estados Unidos, quizás su reto más importante hasta el momento.
“Todas las jugadoras del 2004 que estaban allí se han vuelto para España. Allí o adoras el baloncesto o lo dejas, porque vives por y para ello. Porque entrenas todos los días, tienes gimnasio cada jornada, no tienes días libres… Te llevan al límite”, asegura Gabriela.
Además del físico, es la mente la que se pone a prueba desde el primer momento en pretemporadas “muy duras” en las que es necesario ganarse la confianza del entrenador y, además, siendo extranjera. Fue la mente la que le gastó una mala pasada a Gabriela Sanchez-Parodi, que se vio a miles de kilómetros de su casa, con una pandemia de por medio y teniendo que asumir la enfermedad de su padre, el añorado José Luis Sánchez-Parodi: “Ahora, con la renuncia al Mundial de Ricky Rubio, se vuelve a hablar de salud mental. Yo me siento muy identificada con él, por todo lo que arrastras, porque el fallecimiento de su madre, creo, tiene mucho que ver, y a mí mi padre se me murió en marzo. Es algo con lo que tienes que vivir. Mi padre era mucho del baloncesto, de estar ahí, pendiente, pero tengo que seguir”.
Gabriela habla de ello con naturalidad y madurez, en el mismo tono que toda la conversación. La depresión sufrida, la que le hizo despertarse en mitad de la noche pensando que al día siguiente tenía que volver a entrenar, sigue ahí porque “es algo con lo que hay que vivir”. Viene, pero lo hace para mantenernos siempre alerta: “Hay que aprender a convivir con ella. No es que, de repente, deje de tener ansiedad. En Estados Unidos confían poco en ti. He jugado mucho, pero piensas que están esperando continuamente a que falles. Iba a la línea de tiro libre pensando que no iba a tocar ni el aro. Ir al psicólogo fue clave. Me ayudó mucho. Al final saco la parte positiva de ello, aunque fuera algo malo, pero la experiencia me va a formar mucho”.