incendio en tenerife

El monte de Tenerife se desangra entre muestras de dolor, rabia e impotencia

Uno de los incendios forestales más graves que se recuerdan en la Isla por su veloz y traicionera propagación genera sentimientos encontrados entre la ciudadanía, muy afectada por un siniestro que afecta a seis municipios
El monte en Tenerife se desangra entre muestras de dolor, rabia e impotencia
Los efectivos luchan contra un fuego especialmente voraz que ya ha calcinado cerca de 3.000 hectáreas de pinar y laurisilva. | DA

“¡Mira, mira, mira!”, exclama, sobresaltado, un cliente cuarentón en la cafetería Fórum, en Puntalarga (Candelaria), mientras señala a la montaña, donde se han reactivado las llamas. “Qué pena más grande!”, responde su pareja, al contemplar cómo el fuego devora sin piedad los pinos que encuentra a su paso. Es la hora del desayuno y la mayoría de los comensales dirigen sus miradas a la televisión de la terraza, que informa en directo del avance imparable del incendio forestal más grave que ha sufrido la isla de Tenerife en varios decenios. Extraña sensación la que se experimenta cuando se ve en la pantalla el mismo plano que se presencia en directo mirando a la ladera.

Mientras los camareros sirven en las mesas cafés con leches y pulguitas, un insólito silencio reina en la terraza. Solo se escucha la información que facilitan a pie de monte los periodistas de la Televisión Canaria, opción informativa elegida hoy frente al canal habitual que ameniza los desayunos. Las imágenes del fuego cruzando la dorsal y entrando al Valle de La Orotava desata el pesimismo. “¡Qué horror!”, clama una mesa; “Como el fuego se meta ahí, no lo paran hasta el domingo”, advierte otra. Minutos más tarde, una mujer se emociona cuando la televisión ofrece imágenes de algunos vecinos abandonando sus casas. Su compañera reacciona al ver la evacuación de varios perros a un albergue provisional y condensa su lamento en un suspiro: “Animalitos”.

Apenas un centenar de metros más allá, un grupo de voluntarios de Protección Civil de Candelaria monta guardia en el pabellón deportivo de Puntalarga -habilitado para acoger a las personas evacuadas que no disponen de una segunda residencia o casa de algún familiar- y se ocupa de las 11 personas que han pasado allí su primera noche después de ser desalojadas apresuradamente el miércoles de sus casas. Son siete vecinos de Arafo, dos de Araya de Candelaria y dos del municipio de El Rosario. Llevan la preocupación y el cansancio dibujados en sus rostros tras una noche en la que el disgusto casi no les ha dejado pegar ojo. Sus mentes están en los hogares de los que salieron prácticamente con lo puesto y al que anhelan regresar cuanto antes.

Por fuera, en la avenida de Los Menceyes, la vía por la que transitaron miles de peregrinos en dirección a la plaza de la Patrona de Canarias 24 horas antes de que el fuego prendiera en las cumbres de Arafo y Candelaria, los viandantes clavan sus ojos -y sus cámaras móviles- en el monte ardiendo. Las fogatas se reproducen sin control por el bosque reseco y escarpado entre grandes columnas de humo, mientras los helicópteros hacen su trabajo a base de escupitajos. Esa es al menos la sensación, desde la distancia, que se percibe del arduo y persistente trabajo de los medios aéreos frente al coloso enfurecido: aeronaves que parecen abejas revoloteando en medio de una inmensa nube de humo.

“Ahí son todo barrancos, poco se puede hacer, porque el agua de los helicópteros se evapora y no llega al fondo; solo queda esperar que se consuma la vegetación”, comenta, resignado, uno de los camareros de la cafetería, partidario de que las brigadas forestales se atrincheren en los cortafuegos. “No queda otra, intentar apagar los barrancos es una misión imposible”, remarca. Un repartidor también aporta su granito de arena al debate mientras empuja su carretilla: “Que se den prisa, porque la radio dijo esta mañana que viene una ola de calor el fin de semana”. Un extremo al que la experta en meteorología y emergencias, Vicky Palma, sumaba una variable frente a las cámaras de televisión: “Esto no lo habíamos visto antes, se trata de un incendio que genera sus propias condiciones meteorológicas”.

Esta mañana no se ve el cielo. Una masa sin fin, inabarcable, a ratos gris, a ratos amarillenta, no deja de esparcir cenizas y cortezas chamuscadas de pinos sobre el Valle de Güímar. Grupos de vecinos comienzan a organizar zafarranchos de limpieza para combatir la lluvia de hollín. Los escobillones proliferan por los balcones y azoteas entre la resignación de quienes afrontan la ingrata tarea de limpiar, conscientes de que las pavesas volverán en cuestión de horas, impregnándolo todo de color negro otra vez.

Conforme avanza la mañana, aumenta la presencia de los helicópteros en las medianías del valle y se empiezan a ver los hidroaviones, hasta tres, descender en una perfecta sincronización desde el monte de La Esperanza hasta el puerto de la capital tinerfeña, para meter en sus bodegas todo el mar que pueden. La escena se contempla con cierto alivio por los transeúntes, entre los que se aprecian más mascarillas. Ver volando tantos miles de litros de agua hacia el siniestro también sofoca, por momentos, la intranquilidad y la sensación de impotencia. Aunque el monte responda con más humo.

En el ‘cenáculo’ del Fórum se especula sobre la presunta autoría del desastre medioambiental después de que las autoridades insinuaran la mano de un pirómano detrás del suceso, al informar de la existencia de dos puntos iniciales de fuego en el municipio de Arafo al filo de la medianoche del lunes. “Si alguien le pegó fuego al monte, que lo pague con años de cárcel, porque no hay derecho lo que hizo”, señala un vecino mientras apura un barraquito. “Yo lo ponía a plantar árboles toda la vida”, replica su compañero de mesa, que, tras pedir a los políticos “mano dura” con los pirómanos, recuerda que hace un mes, cuando ardía el noroeste de La Palma, se produjo un incendio forestal “casi en el mismo sitio” que quemó entonces alrededor de medio centenar de hectáreas.

Cuando comienza a animarse la tertulia mañanera, la televisión da un giro en la información y hace un paréntesis para ocuparse de la noticia política en España, la constitución de la Mesa del Congreso de los Diputados. Los presentes apartan en ese momento su mirada de la pantalla y la vuelven dirigir hacia el monte herido. Segundos después, se oye a un cliente exclamar con sorna: “Sí, ahora va a venir Puigdemont a apagar el fuego”.

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