tribuna

Operación Jericó

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Junts per Catalunya (Junts), los dos partidos independentistas catalanes que han obtenido representación parlamentaria, protagonizan estos días una ruidosa campaña para encarecer su apoyo a la investidura de un presidente de gobierno y ganar por medios espurios el poder e influencia que no han conseguido en las urnas. Han perdido muchos votos respecto a las elecciones anteriores (Junts 130.000) y quedado muy por debajo del Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC), que solo en la provincia de Barcelona tuvo casi 100.000 votos más que la suma de ERC y Junts en las cuatro provincias. No han obtenido siquiera al 25% de los votos emitidos por los catalanes, pero se arrogan sin pestañear la representación de la totalidad. Tanto ruido impostado recuerda la epopeya bíblica del cerco a Jericó para derribar la muralla a base de gritos y toques de trompeta.
Y mientras tanto, en la “ciudad amurallada” continúa la incertidumbre, entre otra cosas, porque los independentistas de acá y acullá no quieren ir a contarle al Rey sus preferencias. Si el candidato Pedro Sánchez presenta bien atado el compromiso de un imprevisible Puigdemont, podría ahorrarle a Feijóo la áspera sensación de una intentona fallida, pero en el secreto de Junts parece que solo está Puigdemont, que siendo un prófugo de la Justicia y con el apoyo del voto del 11,1 % de los catalanes se dice legitimado para reclamar la independencia. ¡Cosas veredes, amigo Sancho, que harán fablar las piedras!
No es nueva ni motivo de escándalo la presión de los partidos pequeños para obtener contrapartidas políticas a cambio del apoyo en la votación de investidura y forma parte del juego parlamentario en España desde el arranque de la democracia. No es un invento de Pedro Sánchez. Quizá el candidato más dadivoso o pródigo con las demandas nacionalistas a cambio de votos haya sido José María Aznar. Xabier Arzallus, líder entonces del PNV, reconoció, cuando ya gobernaba el PP, que había conseguido más de Aznar en unas horas que en muchos años con Felipe González y lo ilustró el genial Peridis en El País con una viñeta en la que Aznar se ufanaba: “negociar no es tan dificil, se dice a todo que si, y ya está”. Por no recordar aquello de “Pujol, enano, habla castellano” que terminó con la cesión a Cataluña el 30% del IRPF.
Pero una cosa es negociar, que es perfectamente legítimo, y otra amenazar con la voladura del sistema -chantajear- si como contrapartida no se obtienen determinados beneficios penales para el chantajista. Es triste y cuando menos paradójico, como ha señalado el comisario europeo Josep Borrell, que la formación de gobierno dependa de quien dice que la gobernabilidad de España le importa un carajo.
ERC y Junts saben que sus votos son ahora indispensables para alcanzar una mayoría y exigen para apoyar la investidura (de Sánchez y/o de cualquier otro improbable candidato) mejorar la financiación de Cataluña en una negociación separada a espaldas de las demás comunidades autónomas, que el próximo Gobierno organice un referéndum para que los catalanes, y solo ellos, decidan si quieren seguir siendo españoles y una amnistía general para los implicados en la intentona secesionista.
Pero tampoco hay que alarmarse ahora más de lo que toca. Los dos partidos independentistas catalanes, aparentemente hermanados en estas reivindicaciones, ya exigieron la luna a cambio del voto a la socialista Francina Armengol para presidir el Congreso de los Diputados, pero se conformaron con menos y aplazaron la exigencia de la amnistía y el referéndum como condición sine qua non, como la última exigencia irrenunciable, para votar la investidura. Ya veremos. El bloqueo y la repetición de elecciones a quien más perjudicaría sería a ellos, que muy posiblemente volverían a perder escaños sin conseguir ninguna de sus exigencias.
Si Pedro Sánchez es finalmente el candidato, está en condiciones de mantener el pulso a los independentistas con una promesa de alivio penal a los encartados del proces, sin comprometer una ley de amnistía, obviando el chantaje de ERC y Junts y, aun así, obtener su voto en la investidura, porque a la hora de la verdad, por mucho que les pese a los líderes independentistas, saben que hoy en Cataluña tiene más credibilidad que ellos, como se ha podido comprobar en las últimas elecciones. Puede acudir al debate de investidura con un proyecto de gobierno serio, coherente y pensado en función de los intereses de España, sin pactos opacos ni onerosos compromisos previos.

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