Desde sectores de la izquierda se reprocha al rey que haya cedido a las presiones de Feijóo y lo haya propuesto como candidato a la investidura. El rey no vive aislado del mundo, y, como cualquier ciudadano bien informado, está atento a los medios de comunicación y a las dinámicas políticas de la sociedad española. Además, cuenta con asesores cualificados. De modo que Felipe VI sabía que el líder popular no tiene ninguna posibilidad, pero no ha querido romper la tradición de proponer al candidato más votado y, por otra parte, no ha querido tampoco que se le reproche impedirle intentar conseguir los cuatro escaños que le faltan. En otras palabras, ha ejercido con suma moderación y prudencia el Poder Moderador que la Constitución le confiere.
En contra de todas las encuestas y sondeos, excepto paradójicamente los del CIS de Tezanos, el Partido Popular alcanzó en julio una victoria insuficiente para poder optar a ganar una investidura, aunque obtuvo tres millones de votos más que en las elecciones de 2019, lo que se tradujo en 137 escaños, 47 más que los que había obtenido entonces. La paradoja cruel es que, al mismo tiempo, el PSOE, a pesar de haber quedado en segundo lugar en número de votos, sí puede optar a la investidura con la condición de que Junts, el partido de Puigdemont, le ceda sus siete votos. La gobernabilidad de España y su acción política dependerán de la voluntad de un partido independentista radical, presidido por un exiliado reclamado por la justicia.
Para ser investido presidente del Gobierno es necesario obtener la mayoría absoluta (176 escaños) en primera vuelta o una mayoría de votos afirmativos cuarenta y ocho horas más tarde. Núñez Feijóo solo puede contar con los votos de su partido más los 33 de Vox, el escaño de Coalición Canaria y el de Unión del Pueblo Navarro, es decir, un máximo de 172 votos de centro derecha. En contra tendría los 121 del PSOE, más los 31 de Sumar, los 7 de Esquerra Republicana, los 6 de EH Bildu, los 5 del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el escaño del Bloque Nacionalista Gallego, es decir, 71 votos, que serían suficientes para investir a Pedro Sánchez siempre que, como decimos, pueda contar además con los 7 escaños de Junts. Feijóo no tendría el voto de centro derecha del PNV, que en el pasado colaboró con los populares, porque este partido y Vox son mutuamente excluyentes.
La alternativa a la investidura de Pedro Sánchez, si Junts le votara en contra o se abstuviera, sería la repetición de las elecciones. Puigdemont exige la amnistía y un referéndum de autodeterminación, pero Sánchez sabrá convencerlo con algún trampantojo o sucedáneo legal que parezca satisfacer sus exigencias. Y a Feijóo le espera una frustrante travesía del desierto bajo la atenta mirada de Isabel Díaz Ayuso. Durante más de un mes vacío de contenido, su insistencia en ir a una investidura ha puesto de relieve su soledad política y su torpeza, mientras le ha regalado a Pedro Sánchez y su gente el tiempo que necesitan para concluir sus negociaciones. Y, por si fuera poco, sus desesperados llamamientos al voto de los diputados socialistas le descalifican en términos democráticos. A medio plazo, solo la red de instituciones públicas controladas por los populares evitará que su descalabro tras esta inútil investidura sea todavía mayor.