por qué no me callo

Aplatanados y a mucha honra

A fin de mes, quien llegue (alquilado por las nubes), se hace inevitable contar los días y semanas que restan de año, que es costumbre ansiosa consumir el tiempo mirando como un tic el reloj y el almanaque, o sea el móvil empollón.

En la última del domingo, decíamos en este periódico que hay dos cosas que la ciencia ficción ha reiterado y no se han hecho realidad: la máquina del tiempo y los coches voladores. Mientras a estos últimos se les acerca la hora, de la otra no hay noticias, pero los australianos han dado la campanada astronómica con la teoría cósmica o cómica de que este universo podría ser un gran agujero negro, como le hubiera gustado a Stephen Hawking, que era su tema, como vi en la visita que le hizo a Rafael Rebolo en el IAC (era octubre de 2014).

Entonces, llegados a este punto, miramos al cielo, cosa que solemos hacer poco, pese a los galones de paraíso de los telescopios. Domingo Pérez Minik se quedaba contemplando el muelle y exclamaba: “¡Hay que joderse!”. No cabe mayor elocuencia ante la vastedad de un océano o cielo, que es el sombrero del mar cuando están juntos.

A esta cornucopia del tiempo que brota a manos llenas como si quisiera inundarlo todo, en contraste con aquella pachorra de Taganana (eran la niñez y el macizo de Anaga, o sea la templanza ad eternum), nos hemos habituado con las prisas y el estrés consuetudinarios. Este ritmo enferma y envejece, pero tiene prestigio, y así nos va. De manera que a toda pastilla se ha ido volando el año y mañana, día de todos los santos, es noviembre, a un paso de la Navidad y de 2024.

Se lo cuento esto a un amigo expolítico al que saludo en la calle, y reacciona con la cachaza que tenía este pueblo cuando Unamuno nos trató de cerca y habló de la “soñarrera canaria”. (Me pregunta mi hijo si entonces y acaso ahora hay quien piense en la Península que vivimos con taparrabos y en cuevas, y le digo que no, pero este debate de los cayucos, el tifus y los fardos que agitan en la Península traiciona un tufo seudocolonial yseudoxenofobo que nos mira como tribu de allá abajo, desde la España mesetaria).

El expolítico propone que vayamos día a día, sin este vértigo de tren descarrilado. Guardar el móvil, las tablets, toda clase de pantallas, y reivindicarnos aplatanados y a mucha honra. Volver a los paseos de antes. La gente se cruzaba en la calle, se paraba a hablar como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Y correr la consigna slow para que todo vuelva a su sitio. De tal manera que las neuronas se calmen y un día haya menos ruido, menos batallas campales fuera de los estadios y menos guerras, en el mejor de los casos. Le comento, por último, la verbena de Carnaval en la Plaza del Príncipe. Se lleva las manos a la cabeza y cita el debate sobre el Rodríguez López. “¡Somos los romanos de la actualidad!”, apunta. ¡Panem et circenses! ¡Pan y circo! Bajo esta carpa, quizá no cabe otra con la que está cayendo, se resigna.

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