por qué no me callo

El año que se repite cuatro veces

Nos está costando acabar 2023 sin más sobresaltos. Todos los años de esta década están teniendo el común denominador de traer una bomba en el maletín. Cada uno la saca cuando le parece, al principio, a la mitad o al final. Ni que decir tiene que 2020, con el que arrancó la mala racha, puso desde el primer momento las cartas boca arriba y nos comimos la pandemia. La primera bomba.

Lo verdaderamente insólito de aquella plaga inaugural que cerró el mundo a cal y canto como si las películas apocalípticas hubieran cobrado vida propia (antes del boom de la inteligencia artificial) fue que no se trataba, precisamente, de un hecho aislado hasta la próxima hecatombe dentro de mucho tiempo. La historia nos tenía mal acostumbrados a las catástrofes esporádicas.

Lo que empezaba no era un desastre, sino toda una era desastrosa. Y una tras otra, irían acaeciendo adversidades. ¿Estaba preparado para ello el ciudadano de a pie, al cabo de centenares de miles de años de evolución como especie? Era toda una incógnita. La antigüedad no fue un camino de rosas. Hubo guerras y crueldad por doquier, pero el psicólogo Steven Pinker casi nos convence de que la violencia, la agresividad y el aniquilamiento humano sistemático habían entrado en declive. Ahora no diríamos lo mismo, y es posible que el propio profesor de Harvard, autor del libro que sostenía esa tesis, Los ángeles que llevamos dentro, hoy matizara sus propias conclusiones.

Ahora cada año tiene lo suyo. He puesto el reloj, el ojo y la lupa en lo que va de esta década, que es como un mismo año que se repite cuatro veces. Sostengo que es la que ha dado un volantazo a la historia reciente. Y no estábamos preparados psicológicamente para este vendaval de estragos. A nadie debe extrañar esta otra pandemia de mala salud mental. Esto no hay quien lo resista y salga indemne. Vino 2020 y nos confinó como en la Edad Media. Así empezamos la traca de los años de los dígitos con dos patitos. Parecía una década tan simpática y se está saliendo de madre. 2021 nos obsequió con más COVID y variantes pese al hito innegable de las vacunas ARN mensajero (objeto del reciente Nobel de Medicina). Y algo inconcebible sucedió: el asalto al Capitolio en EE.UU. ¡Quién lo iba a imaginar! Para más inri, fue el año del volcán de La Palma. Sin comentarios. Todo muy acorde con la nueva sinergia catastrofista. Entonces, llegó la guerra de Ucrania, tras la invasión rusa en febrero de 2022. Lo que parecía un conflicto de 24 horas dura ya 20 meses. Y se desató la espiral de inflación y los precios por las nubes.

Al final de las restricciones y las mascarillas seguiría la mayor contienda bélica desde la Segunda Guerra Mundial. Una de cal y otra de arena. Cuando murió ese año Isabel II, la reina que dijo lo del annus horribilis, no cesó la tendencia. Ni hablar. Y en esas estamos. Con 2023 amenazando multiplicar los riesgos de la guerra de Ucrania, a la espera, a estas horas, del terror endiablado de la venganza israelí tras el ataque inesperado, el sabbat judío del 7 de octubre, y la lluvia de cohetes de Hamás.

Ah, cuántas veces han sonado las alarmas desde 2020. Volvemos al búnker, parece que otoño despierta de la siesta, tenemos que atender a los cayucos, vendrán mejor dadas y pronto será Navidad.

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