Las llamadas islas menores se han hecho mayores de edad y miran de reojo al sur a las islas abuelas de Canarias. El Hierro, la isla protagonista de la semana por la avalancha de cayucos a sus costas, vivió en 2011 una erupción submarina como esas islas sumergidas que tienen a 200 millas al suroeste en sus volcanes un tesoro de telurio, cobalto y vanadio en el fondo del mar. Hay muchos focos que apuntan a ese filón de oro de alta tecnología.
Ahora, en el muelle de La Restinga, donde aquella erupción sobresaltó a los herreños antes que a los palmeros, se escribe otra historia: el volcán es África, y jóvenes y mayores huyen de una crisis política, social y económica rumbo a Canarias, la puerta sur de Europa para lo bueno y para lo malo.
En algunas cuestiones vitales, las islas mal llamadas menores han cogido la delantera. Así, pronto La Gomera exportará electricidad a Tenerife, como El Hierro, desde hace tiempo, nos da lecciones de autoconsumo eléctrico renovable con Gorona del Viento. La Palma se ha convertido en una isla experta en crisis volcánicas por propia experiencia. Fuerteventura y Lanzarote son pequeños emporios turísticos y hasta La Graciosa, con la vitola de octava isla, ya no es el bucólico y místico caserío de pescadores que retrató Ignacio Aldecoa en Parte de una historia, hace más de medio siglo: recibe 500.000 turistas al año. La Graciosa o el paraíso que un día dejará de tener sentido.
Con la llegada intensiva de las gigantescas canoas polícromas, los populares cayucos de pesca de Senegal, llevando a bordo a hombres, mujeres y niños que se evaden de África hacia Europa, El Hierro, una isla de once mil habitantes acostumbrada a cuidar del silencio, ha saltado a las portadas de los medios como una Lampedusa canaria. En esta isla tímida, que no lamenta el aislamiento, donde la gente trabaja la tierra y pesca, fomenta poco el turismo y reprime toda tentación desarrollista, su divisa es la calma del mar del mismo nombre. Aquí, un 10 de octubre de hace 12 años, que se cumplen este martes, entró en erupción el Tagoro, el volcán submarino que puso en jaque al pueblo tranquilo de La Restinga, el más meridional de Europa, adonde arribó el miércoles el cayuco que bate el récord de la ruta canaria, con 280 migrantes tras sobrevivir a una travesía de ocho días desde Senegal.
Esa calma se ha visto rota con un aluvión de cayucos que va en ascenso. El presidente del Cabildo, Alpidio Armas (PSOE), buscaba un altavoz para que le oyeran, y el jueves reclamó en DIARIO DE AVISOS que el Gobierno canario derivara menores migrantes a Tenerife y Gran Canaria con la misma diligencia que el Estado redistribuye a sus adultos hacia las islas capitalinas. Es la misma lógica con que Canarias pide a las demás comunidades que se mojen.
La reacción fue inmediata: el mismo día, desde El Hierro, el vicepresidente, Manuel Domínguez (PP), anunció que comenzaría el traslado de los menores no acompañados (Menas) que llevan meses acogidos en centros de Valverde y La Frontera. Desde agosto la isla asume a centenares de niños y adolescentes de la vecina África.
El Hierro tiene una visita históricamente aplazada de la Europa continental. Cuando España se adhirió en 1986 a la entonces CEE, los herreños reivindicaron su condición de última frontera europea en el Atlántico, por ser el territorio más alejado de Europa. Tomás Padrón, que presidía el Cabildo, movió los hilos, pero la centrípeta Bruselas no accedió al guiño que merecía el último mojón, con razones seculares para ser considerado un referente de ultramar. El Hierro había sido el Punto Fijo del planisferio, el Meridiano 0 que establecía la hora del mundo, la línea imaginaria de los husos horarios hasta que fue trasladado a Greenwich, cerca de Londres, en el siglo XIX, por la ley del más fuerte. El Hierro nunca ha perdonado ese robo.
En una de mis escapadas a la isla de José Padrón Machín, fui al Faro de la Punta de Orchilla, que tiene la última palabra, el final del mundo conocido antes de aparecer América. Maté la curiosidad y paseé sobre las pisadas antiguas que temían ir más allá ante peligros indecibles. En la charla con el farero conmovían sus comentarios sobre el tiempo y la distancia, la vida y la muerte que surcaban aquellos mares delante de nosotros. La misma historia de los canarios en barcos de mala muerte hacia América se repite ahora entre África y Canarias. Estos cayucos son los del hambre del Sahel y las revueltas de Senegal en vísperas de elecciones. Y una isla pequeña como El Hierro (donde lo único gigante son los lagartos del Salmor) se ha echado al hombro la representación de Europa de un destino intermedio en una de las rutas migratorias más mortales del mundo. El modesto caravasar.
El Hierro es una isla predestinada a esta clase de diálogos entre fronteras y finisterres desde que en los mapas precolombinos era el confín de la Tierra y lo siguiente, el abismo. Ahora se sabe mirada desde Bruselas con la esperanza de que esta vez la tengan en cuenta. En la cumbre de Granada de la Comunidad Política Europea, donde se debatió un pacto de la inmigración sin humo blanco, Sánchez, al frente del Consejo de la UE, pidió solidaridad para Canarias, Baleares y el sur de España que acogen a quienes llegan con una mano delante y otra detrás, como antaño canarios y gallegos hacían en América.
En la novela de Umberto Eco, La isla del día de antes, el náufrago piamontés Roberto de la Grive indaga en la rivalidad de las potencias que anhelan el cetro horario que ostenta El Hierro y busca fuera del tiempo una isla imposible, como aquel farero con el que hablé en Orchilla. El Hierro vuelve sobre sus pasos y reclama un encuentro en la isla de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y las autoridades de Madrid y Canarias para arropar a la Lampedusa atlántica, la isla que Bruselas ha tenido olvidada injustamente. Esa es la visita que le debe.