tribuna

Una franja de 90 días

Nos hemos habituado a este paisaje y su paisanaje. Y se han roto las lindes geográficas de la conversación, todo parece que sucede en casa. Es la famosa charla en la barra del bar. No nos cortamos mezclando temas de aquí y de allá. Así que lo local, definitivamente, se difumina con lo nacional y lo internacional. Ya hemos asumido que en la aldea global todo nos concierne, nos guste o no. Quizá esta manera de vida mundana sin movernos del sitio sea no solo más angustioso, sino también más divertido. El parlante universal.
¿Es el fin de los nacionalismos? Quién sabe. Siempre habrá un hecho insular, un ringorrango localista o chauvinista, que anteponga el terruño y sus señas de identidad. Pero que se ha impuesto una nación mundo por encima de todas las fronteras, eso ya no hay quien lo rebata. Se llame Google, internet a secas o ia (el dígrafo que todos entienden, la palabra más corta de mayor contenido: inteligencia artificial).
Coloquialmente, hablamos de Netanyahu trufado de Feijóo, Clavijo o López Aguilar. Decimos esto o lo otro de Sánchez y se cuela Xi Jinping y Putin estrechándose la mano en la Cumbre de la Nueva Ruta de la Seda, como si fueran colegas cotidianos de nuestra incumbencia. Es cierto que los hemos tenido por aquí, cuando el ruso se quedó en el avión y el chino subió al Teide. Fue en noviembre de 2019, cómo nos vamos a olvidar, si eran las vísperas del falso apocalipsis de la pandemia.
Que el mundo es un pañuelo es una verdad como un templo. Ya antes solíamos hablar de Angela Merkel y Casimiro Curbelo con La Gomera de fondo. Viene y va Zapatero a Lanzarote. Sánchez bate el récord de visitas de un presidente a Canarias, si añadimos a La Mareta las incursiones en La Palma a ver el volcán. Lanzarote fue en su día el caravasar de grandes líderes mundiales. Y Churchill se paseó por el Puerto de la Cruz. Eran indicios de todo este falansterio.
Con el mundo en la pantalla omnipresente estamos al tanto de guerras, inundaciones o sequías, de los lobos solitarios que han vuelto a Europa, de Milei en Argentina o de nuestra malhumorada investidura. Un menú amplio, donde elegir. Como decíamos, la sobremesa se ha vuelto entretenida.
Mañana, lunes 23, se cumplen tres meses del 23J. La fallida investidura de Feijóo ha abierto una guerra desaforada por tierra, mar y Senado contra el PSOE demoníaco. Feijóo alerta de la balcanización de España por la amnistía de Sánchez al procés, y ha vuelto a meterla hasta el corvejón.
En La Habana fui testigo de la última aparición pública de Tito, en el verano del 79, poco antes de su muerte. La VI Cumbre de Países No Alineados dibujaba un mundo próximo al fin de la Guerra Fría. Pero las conocidas como guerras yugoslavas comenzarían a fraguarse con la desaparición física del mariscal, el arquitecto de un estado federal comunista cogido con papel de fumar. Comparar aquel país que saltó por los aires (roto en seis repúblicas soberanas hace 30 años) con la España actual no ha sido la mejor alegoría de Feijóo ni la más constructiva. Como tampoco Ayuso estuvo sembrada el jueves, en el aquelarre sobre la amnistía de la Cámara Alta, feudo popular, diciendo que Sánchez “subasta España y pronto no habrá españoles”. Hay que poner coto a esa espiral de desatinos.
La investidura ha vivido 90 días bajo dos escenarios diferentes. En el turno de Feijóo, Occidente estaba focalizado en la guerra de Ucrania en exclusiva. La reválida de Sánchez coincide ahora con otra guerra, la de Israel y Hamás. El terror sube pisos y, si no hay dos sin tres, vendrá otro que eleve el listón.
Esta crisis palestino-israelí, hasta cierto punto, ridiculiza el contencioso español con Cataluña. Pese a la barbarie de miles de muertos entre enemigos irreconciliables en Oriente Próximo, las voces más sensatas siguen abogando por mecanismos de paz y convivencia. En cambio, en España, para el procés de la Franja catalana, la derecha pide leña al mono y la izquierda, amnistía. La historia dirá quién estaba acertado. En tiempos de Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, se promovía el acercamiento y hasta la coyunda con Junqueras y Esquerra.
Y en tiempos de Aznar se cerraban filas con Pujol y, en tocando al País Vasco, se evitaba pisar callos a ETA, cuando ETA mataba, cuidando hasta el lenguaje: hace 25 años (fue el 4 de noviembre de 1998), en una rueda de prensa, Aznar anunció que había autorizado contactos para un acuerdo de paz “con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación”, refiriéndose a ETA. Y lo acompañaba, casualmente, Yasser Arafat, de visita en España.
Tras una franja de 90 días en nuestra intifada particular vamos a tener que añorar a Arafat y a Simon Peres, artífices de un póquer de paz imposible, para explicar a las nuevas generaciones conservadoras, azuzadas por Vox, que las guerras, incluso las dialécticas y soberanistas, conviene aguarlas cuantas veces sea necesario.
La Gomera, con 370 kilómetros cuadrados, tiene el tamaño de la Franja de Gaza; en la isla viven 21.000 habitantes, y en la cuña palestina, 2,1 millones como sardinas en lata, antes del desplazamiento previo al ataque israelí. Que no se le ocurra a Curbelo declarar la independencia de La Gomera si gobierna esta derecha, con próceres como Feijóo y Ayuso. O se quedaría chica la escabechina de Pedro de Vera en auxilio de Beatriz de Bobadilla contra la rebelión gomera hace más de 500 años.

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