Acabo de desplegar mi belén comprado en Belén, en la misma plaza del pueblo, en la tienda de los hermanos Zacharia, que lo fabrican con madera del Monte de los Olivos, o eso dicen. Yo no creo en Jesucristo ni en el Papá Noel, pero soy un fiel seguidor de las tradiciones y en mi casa no falta el belén de Belén, ni el pino pequeñito e iluminado, además de un Santa Claus barrigudo que menea la panza cada vez que alguien pasa por delante de él, comprado en los chinos. No hace falta no creer en algo para que los objetos de la Navidad no falten en cada casa, porque forman parte de la alegría de diciembre y de la ilusión del regalo, aunque a mí no me haga falta de nada. Cada vez regalo más cosas que no quiero, aunque he de reconocer que se me va agotando el material, entre lo que les doy a mis amigos y lo que me liquida Alberto Segura en sus tiendas de segunda mano. Ahora me falta un caganer, porque el grande que tenía ya saben que se lo dejé a la Agencia Tributaria dentro de una caja de seguridad que tengo, o tenía, en CajaCanarias. La llave me la quedé de llavero. Y digo que tengo o tenía porque no sé si esas cajas son para siempre o cuando no las pagas te las abren y se las dan a otros. En este caso, supongo que alguien se habrá hecho cargo del caganer, que compré en Pérez Ortega cuando Pérez Ortega existía, que creo que ya no. Ahora miraré en los chinos por si encuentro alguno que no sea de plástico, porque yo odio el plástico y más si es de los chinos. Todo el plástico que le sobra a los chinos va a parar a los deltas de los ríos y luego al mar.