en la frontera

Una institución de equilibrio y armonía

En un mundo en continua y constante transformación, todas las instituciones y categorías buscan contextos abiertos, complementarios, flexibles y equilibrados en los que cada vez resplandezca con mayor intensidad la persona como elemento central. Pues bien, si hay una institución básica y fundamental para el desarrollo integral y equilibrado de la persona, esa es la familia. Por supuesto, es el contexto familiar en el que se adquieren las más elementales cualidades democráticas y donde se aprenden las más elementales actitudes sociales.

¿Por qué será que la familia es de las pocas instituciones que ha resistido, los embates de la historia?. ¿Por qué será que sigue siendo la mejor escuela de valores y el entorno en que mejor se aprende a preocuparse por los demás?. ¿Por qué será que la familia es el mejor laboratorio de sensibilidad social?. Probablemente porque, entre otras cosas, hasta ahora no se conoce mejor entorno de humanización de la realidad.

En el escenario familiar se trabaja a favor del entendimiento, con mentalidad abierta y en un marco de profunda sensibilidad social. Sin embargo, el pensamiento único que se vuelca sobre el individuo como principio y fin de la realidad, la autoconciencia de uno mismo sin atisbos de relación hacia el exterior y, sobre todo, el egoísmo imperante hoy como consecuencia del individualismo que subyace al discurso moral actual, lucha denodadamente por desnaturalizar la familia hasta ponerla al servicio de una determinada concepción del ser humano, cerrada, unilateral, plana y sin capacidad de general ambientes de equilibrio y de creciente humanización de la realidad.

El espejismo de la libertad absoluta no es, desde luego, patrimonio humano. Lo humano, por esencia, se mueve en entornos fronterizos y se realiza en contextos complementarios y compatibles. Por eso, la familia ocupa un lugar central en la existencia humana y, por eso, interesa a la colectividad que se potencie esa comunidad llamada familia en la medida en que así se potencia una dimensión integral, abierta y profundamente social de los ciudadanos.

En este sentido, la política laboral debe tener como centro de sus actuaciones las necesidades familiares, lo cual supone un profundo cambio en la mentalidad de los padres y, también, de las organizaciones, ya sean públicas o privadas. Así, por ejemplo, se explica las leyes de conciliación de la vida laboral y familiar en la medida en que refuerzan la seguridad laboral de la embarazada y las leyes para cuidado de personas mayores pues facilitan los periodos de excedencia para atender a los familiares. Según estas normas, por fin será nulo el despido de la mujer embarazada o con permiso por maternidad o adopción y protegiendo el empleo de las mujeres con riesgos durante el embarazo. En virtud de estas leyes las empresas no tendrán que pagar los seguros sociales de los empleados interinos que contraten para sustituir a las trabajadoras en baja por maternidad o por riesgo en el embarazo. También facilitan la atención a los ancianos y niños enfermos. En definitiva, son normas pensadas en la realidad actual de la familia que apuestan por conciliar vida laboral y vida familiar. Es decir, apostar por marcos complementarios en los que todos los integrantes de la familia, en un contexto de equilibrio, puedan realizarse como personas que son sin prejuicios o trabas legales.

Potenciar la familia es luchar contra los principales desafíos que amenazan e inquietan a la sociedad actual como pueden ser la guerra, las violaciones de los derechos humanos, o la explotación de los menores. Potenciar la familia es potenciar ambientes de creciente respeto a los derechos fundamentales y, lo más importante, apoyar escuelas de humanidad, justo lo que hoy se necesita más. En la familia, se ejercitan, por supuesto los derechos, faltaría más, pero también se aprende que existen deberes, obligaciones hacia los demás. El equilibrio derechos-deberes se acrisola en la familia y proporciona mujeres y hombres que saben lo que es la libertad y lo que es la responsabilidad. Ni más ni menos.

Trabajo y familia, familia y trabajo hasta no hace mucho eran dos realidades que con frecuencia se consideraban incompatibles. Eran otros tiempos, se dice, porque hoy parece bastante claro que no hay más remedio que considerarlas como tareas complementarias. Sin embargo, al interior de nuestras instituciones públicas y privadas, no pocas veces se saltan estas normas y disposiciones colocando a las mujeres en situaciones indignas. Por eso, para potenciar la familia es menester un cambio cultural y vital que a pesar de las normas tan buenas que tenemos, exige un mayor compromiso de las autoridades y una mayor sensibilidad de la misma sociedad.

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