Pablo Estévez es de El Tanque y… no, no es el célebre médico y alcalde de los 80 y parte de los 90. Ese otro Pablo es su padre y el protagonista de estas líneas, de segundo apellido Hernández, ha sabido buscarse sobradamente su camino. Ejerce de profesor de Antropología del Turismo en el centro universitario Iriarte, escribe y habla bastante bien y es detallista hasta niveles llamativos (mide constantemente qué dice, qué no y cómo), aunque es algo a agradecer en esta sociedad de prisas y frases pretendidamente lapidarias en pocos caracteres.
Antes del confinamiento por la COVID, este inquieto profesor (nacido en 1985) tuvo la idea de enriquecer sus materiales didácticos y comenzó a investigar la relación de Punta Brava con el turismo del Puerto, la evolución de una empresa de relieve mundial (Loro Parque) y, aunque sea solo por comparativa instantánea, las similitudes y diferencias respecto a otras zonas turísticas.
La pandemia paralizó aquel estudio (las primeras prácticas las hicieron el miércoles previo al 14 de marzo de 2020), pero, después, comenzó a bajar al barrio (sin contactar aún con la gente en pleno confinamiento), indagó sobre las vías (la mayoría con nombres guanches), cómo fue denominándose el núcleo (como María Jiménez, una célebre o ficticia vecina “que tenía un negocio, que si era o no prostituta…”), historias de residentes, el colegio y su ubicación en pleno Loro Parque, el hogar Santa Rita… Y, ya embalado, empezó a escribir pequeños cuentos sin mayor pretensión. Sin embargo, y tras presentarle algunos relatos (casi reportajes) a José Miguel Perera (editorial Tamaimos), éste le dijo que ese análisis etnográfico entrelazado era, en realidad, un libro y hete aquí que lo presentará este jueves en el IEHCAN portuense (19.00 horas) bajo el título de Brava está la punta, con 120 páginas, fotos de Liliana Ramos y dibujos de Virginia Ramos (exempleada del Loro Parque).
Aunque su modestia le impide hacer proyecciones ambiciosas, su bagaje, esta experiencia en Punta Brava, su lectura de la realidad y su intuición le sobran para concluir que “Canarias ha desperdiciado la pandemia para cambiar su modelo turístico de masas. No se aprendió que no se puede estar sujeto solo a un único sistema productivo, que es algo irreal. Lejos de cambiar, se insiste y somos una excepción”.
En este sentido, lamenta que no se siguiera la apuesta por un turismo de más calidad y menos huella ecológica de destinos como Hawái o Australia, así como el replanteamiento de Baleares de la vivienda. Además, advierte de que “cada vez más gente comprueba que, frente a lo de que no hay alternativa, existe estancamiento y cifras de pobreza que no mejoran pese a los récords turísticos. No es que haya exceso de turismofobia, pero sí un malestar que antes no existía y un descrédito de esa promoción de paraíso, strelitzias y chicas de culo empinado en playas. Y la política debería intentar entenderlo porque la sociedad es conflicto”.
Doctorado en Antropología, la primera obra de Estévez, en realidad, es una compilación (“constelación”, en su impulso poético) de pequeñas historias de Punta Brava, de sus gentes (con numerosas entrevistas a mayores), sus calles y su gran imbricación con el Loro Parque (con generaciones de familias que han sido empleados). Lo creyó un sitio ideal para hacer antropología y analizar algo clave de su asignatura: el contacto entre nativos y visitantes, y cómo el turismo altera un lugar, “con dinámicas que no se ven hasta que una pandemia lo para todo”.
“A inicios del XIX, este barrio era un lazareto para confinar a enfermos de fiebre amarilla (a los muertos los sacaban por el puertito de playa chica) y eso ya enlazaba con la COVID. Era un barrio marginal, popular, en el extremo del Puerto, que dejó de ser pesquero y que tiene dinámicas culturales propias, como sus fiestas, en las que no tiran fuegos en pacto con el Loro Parque para no asustar a los animales”.
A Estévez siempre le interesó “cómo el turismo consume, recrea y construye una visión de lo natural y cómo se le vende al turista una idea exótica de una otredad, como algo mágico, y esto lo da el Loro Parque, porque tiene el récord de animales de Canarias, pero eso puede ser para otro biólogo un disparate”.
A su juicio, y aunque recabó opiniones vecinales dispares, la visión del dueño (Wolfgan Kiesling) trasciende los beneficios, “pues crea un terrero de lucha, permite entrar gratis una vez al año a los portuenses y tiene una estrecha relación con el barrio cuando, en realidad, su negocio está vallado, casi es una burbuja que choca pero, al mismo tiempo, está entrelazado. El libro va sobre cómo los vecinos se mantienen con y pese al turismo, sin desarticular su cultura o creando transculturaciones sin maniqueismos. Kiesling entronca con Humboldt y Köhler (Casa Amarilla), alemanes que observan la naturaleza, la recrean o reaniman más allá de condicionantes, como al traer pingüinos. Es magia; complejo, inteligente, no un simple conglomerado capitalista cínico y hermético con lo local, es mercancía diferente, si bien sí critico espectáculos como el de las orcas”.
“Canarias desperdició la pandemia para cambiar su modelo de turismo de masas”
El profesor de Antropología Pablo Estévez, de la Escuela de Turismo Iriarte, lamenta que las Islas no siguieran el ejemplo de Hawái o Australia y continúen en la búsqueda de récords de visitas, en vez de más gasto y calidad