Ocurre muchas veces: no sabemos lo que tenemos en Canarias. Héctor Navarro (Santa Cruz, 1983), uno de los grandes bailarines de este país, es hijo de Rosalina Ripoll y de Miguel Navarro, nacidos ambos para la danza. Yo recuerdo cuando Rosalina llegó a Tenerife, en los setenta. Nos enamoró a todos con su arte y con su belleza. Su hijo Héctor estudió danza desde los siete años y desde 1993 realizó un grado superior en el Conservatorio de Danza de Sevilla, que lleva el nombre de Antonio Ruiz Soler. En 1999 había obtenido su diploma. En el 2000 ingresó en el Centro de Danza de Víctor Ullate, en el grado pre-profesional, para un año después entrar a formar parte de la compañía, primero como aspirante y luego como bailarín con varios roles solistas, hasta 2005, cuando es contratado por el Béjart Ballet de Lausanne, donde pasó 10 años bailando en numerosos roles de solista y principal en los mejores teatros del mundo. En 2016 volvió a Canarias y comienza a impartir clases en el Centro Internacional de Danza Tenerife, del que es director desde 2022. También dirige artísticamente Ballets de Tenerife, desde 2019.
-Me has nombrado a Maurice Béjart y a Víctor Ullate. Palabras mayores. Dime, ¿qué aprendiste con Béjart?
“Tener la suerte de haber podido trabajar con Maurice es fantástico. Se trata de una leyenda de la danza, de un mito. Es de esas cosas que tú le cuentas a la gente como un hecho histórico”.
-Sólo lo que me dices ya es un currículo.
“Es que haber trabajado con él significa la excelencia. Y la excelencia con Maurice no se podía debatir. Con él entiendes que la danza no es sólo técnica sino que es preciso valorar las ideas, saber lo que le quieres contar al espectador”.
-Y dentro de esa trayectoria, ¿qué actuaciones recuerdas por su relevancia?
“Una, sobre todo, aunque, claro, son muchas. Fue en la Scala de Milán, en una gala que recordó el décimo aniversario de la muerte de Gianni Versace. Maurice y él eran grandes amigos, muchos ballets de la compañía llevan vestuarios de Versace. Después asistimos a una cena en el Palazzo Reale, con todo tipo de celebrities y autoridades”.
-Ahí no acaba todo, me imagino.
“No, no, qué va. He actuado en escenarios como el Bolshoi de Moscú, el Mariinski de San Petersburgo, la Ópera de París, el Liceo de Barcelona, el Real de Madrid, el Bunka Kaikan de Tokio, el Teatro de Bellas Artes de México, entre otros muchos, bailando como solista en casi todos ellos; son momentos que se me han quedado muy grabados”.
(Diez años permaneció Héctor Navarro en la compañía de Maurice Béjart, que murió en 2007. Ya en Canarias, se fue un día al refugio de Valle Tabares y adoptó un podenco de trece años. Me dice que el perro se le quedó mirando cuando se marchaba, que volvió para atrás y se lo llevó. Ahora vive como un rey. De su madre ya he dicho que todos estuvimos un poco enamorados de ella. Hoy, Rosalina Ripoll sigue enseñando a un montón de alumnos. Muy joven llegó a ser solista de baile en el Liceo de Barcelona).
-¿Hay escuelas definidas para los bailarines? Y no sé si la pregunta te resultará una tontería.
“Sí, las hay. Como en todo, la globalización ha ido creando un estilo más general, pero las grandes escuelas como la francesa, la rusa, la danesa, continúan manteniendo su sello. La italiana se ha difuminado un poco. Estilos más recientes, como las escuelas cubana y americana, ya son mezclas de otras formas que han obtenido buenos resultados. Podría decirse que existe una escuela española, o casi, y el gran impulsor fue Víctor Ullate. Todos sus alumnos y alumnas teníamos un estilo definido y reconocible fuera de nuestro país”.
-¿Tiene un bailarín margen para ser imaginativo o debe ceñirse al guion?
“Tenemos mucho margen en el terreno interpretativo, incluso en la ejecución de la técnica”.
-Esto sí que me sorprende.
“Maurice Bejart decía que coreografiar era como hacer el amor, cosa de dos. El coreógrafo tiene una idea que plasma y comparte con los bailarines y estos aportan su personalidad, su forma de moverse. Una coreografía nunca es igual si la bailan distintos intérpretes, por eso es muy importante que se involucren en las creaciones, para que el rol y el personaje acaben nutriéndose de su creador. Esto convierte al personaje en mucho más creíble”.
-Una pregunta comprometida, supongo. ¿Maurice Béjart o Víctor Ullate?
“No me preguntes eso, porque es imposible responderte… pero sin embargo te voy a contestar”.
-Adelante.
“Ya te digo que es imposible la comparación, pero no sólo entre ellos dos, sino que por la carrera de un bailarín pasan muchos coreógrafos, profesores, que te van marcando; y todos ellos te van completando como artista. Víctor Ullate me dio la oportunidad de dar el salto a profesional y con su compañía actué cuatro años. De ser mi jefe, con el tiempo hemos pasado a ser amigos, siempre guardándole un gran respeto. Hace año y medio estuvo con nosotros una semana trabajando con los bailarines de Ballets de Tenerife su pieza “De Triana a Sevilla”, que nos cedió para incluirla en nuestro espectáculo “Soirée du Ballet”. Y Maurice ha sido uno de esos gigantes, a nivel mundial. Cualquier compañía y cualquier bailarín quieren entrar en sus coreografías”.
(Héctor y los suyos montaron, en el Teatro Guimerá, El lago de los Cisnes. Dice que fue fantástico y horrible al mismo tiempo, porque no tuvieron el tiempo que deseaban para el montaje. “Pero era demasiado tentador para decir que no y lo hicimos. Necesitábamos seis meses y lo hicimos en mes y medio. La coreografía la empezamos un mes antes del estreno, teníamos varios espectáculos pendientes, uno de ellos en Cagliari (Italia). Fue una locura, trabajando doce horas diarias hasta los sábados y los domingos. Y contamos con la colaboración de los alumnos del Centro Internacional de Danza Tenerife, que es nuestro centro de formación, donde casi todos los componentes de Ballets de Tenerife se han formado, antes de entrar en la compañía profesional. Fue un éxito, pero también un milagro).
-Yo tengo una matraquilla, Héctor. Se lo digo a todo el mundo. Las óperas son demasiado largas.
“Sí, algunos ballets y algunas óperas se hacen largas. Volviendo al Lago de los Cisnes, existen versiones que duran tres horas, pero otras pueden reducirse a hora y media, como hicimos nosotros”.
-O sea, que piensas como yo.
“Al ritmo frenético que vive hoy nuestra sociedad, es importante mantener al espectador, que está sentado en la butaca de un teatro, interesado en lo que ve. Es bueno no alargar innecesariamente el espectáculo. Tampoco es bueno cortarlo todo, pero sí dar pie al espectador a que quiera volver, a que pida más. Que salga del teatro con la sensación de haber visto mucho, pero sin que se le haya hecho largo”.
-¿Has sufrido eso que llaman miedo escénico?
“No. Si te dedicas a la danza y tienes miedo lo vas a tener toda la vida. Mejor pedir ayuda a un profesional para superarlo y poder disfrutar de la escena, que es tu mejor momento. Lo que sí he tenido son nervios previos a un estreno. Una vez que se abre el telón y estás actuando los nervios se transforman en alas y sales al escenario a disfrutar, porque el trabajo ya está hecho”.
-¿Hay una edad ideal para bailar?
“Entre 30 y 40 años. Si te cuidas podrás estar en buena forma y tener la madurez necesaria para lograr retos interpretativos. Requiere esta profesión una buena forma física, porque la fase interpretativa siempre mejora con los años”.
-Yo me imagino que el estrés está a la orden del día.
“Nos movemos en un ambiente competitivo, hay pocas compañías y cada vez más bailarines, con mucho talento. Y es preciso tener fuerza mental para enfrentarte a un público, en ocasiones cuando no estás formado del todo como persona. Y luego está el estrés físico. El horario es atroz, terminas tarde, empiezas a ensayar temprano, añade a eso los viajes, los cambios de hora. La acumulación de cansancio es muy grande y lo vas pagando. Por eso también es necesario divertirse un poco”.
(Su padre, Miguel Navarro, y su madre, Rosalina Ripoll, son definidos por Héctor como “tenaces, responsables, trabajadores, cariñosos. En lo personal son un referente para mí. Ellos me iniciaron en el camino de la danza, sin obligarme nunca”. Tiene una hermana, que dedica mucho tiempo a la producción, pero también a la enseñanza. Héctor me cuenta que lo más difícil que ha bailado es El pájaro de fuego, con música de Ígor Stravinski, libreto de Michel Fokine, estrenado en 1910. Me dice que entre los episodios más curiosos que ha pasado como bailarín fue cuando sufrió una caída en Alemania. “Estaba allí Nacho Duato. Fue durante un adagio de Mahler, estaba descalzo y me resbalé con el sudor de otro bailarín, y se notó; me di un tremendo talegazo”).
-Otra cosa que me interesa, Héctor. ¿Logras meterte en la piel de tus personajes? ¿Crees que eres realmente ellos cuando bailas?
“Sí, es interesante lo que dices. Cuando era más joven me costaba más, sólo los interpretaba, pero con el tiempo aprendí a vivirlos. Creo que el personaje debes hacerlo tuyo, siempre respetando sus particularidades, la época en que vive y el contexto en el que está basada la obra; apropiarte de su personalidad. Pero dándole también tu toque personal que lo haga estar vivo de verdad y que sea creíble”.
-Por ejemplo, Romeo (de Romeo y Julieta).
“Tuve la oportunidad de ser Romeo, un chico joven y enamorado de quien no debía, un romance que acaba en tragedia. Lo más divertido era alternar un día ese tipo de personaje y otro día al “malo” de la película, tener registros distintos que te permitan ser lo que quieras, la versatilidad como artista. Cuando la consigues te sientes bien, es fantástico”.
-La sensualidad cuenta en interpretaciones como ésta.
“Sí, es preciso ser atractivo y atractiva y que la gente lo perciba. Es parte del espectáculo”.
-Bueno, en tus actuaciones y en tu carrera cabe una afirmación categórica. Eso de que de casta le viene al galgo.
“Mi madre, muy joven, fue bailarina solista del Liceo de Barcelona, como te he dicho, y de Ballets de Tenerife. Abrió la escuela en 1972 con el nombre de Giselle; y mi padre fue bailarín estrella de varias compañías europeas, como Ballet du Capitol de Toulouse, Ballet de Wallonie en Bélgica, Zurich Ballet de Suiza, etcétera. Él llega aquí en 1979 y refunda la escuela con el nombre de Centro Internacional de Danza Tenerife y crea la compañía profesional Ballets de Tenerife. Ellos dos son los faros de la danza en Canarias”.
-Y han formado a generaciones de bailarines.
“Sí, han inculcado a sus alumnos los valores y el amor por el arte. Si no hubieran estado en Canarias la danza no habría avanzado como lo ha hecho. Diría que prácticamente todos los bailarines y bailarinas tinerfeños y muchos del resto de las islas han pasado por sus clases. Les debemos mucho”.
(Terminamos hablado de la disciplina “que es esencial en mi trabajo” y de los mecanismos ocultos en la vida de un bailarín: “Mira, tú lo dejas cuando empiezas a cansarte y cuando ya no eres capaz de sentir lo que haces, entonces tienes que saber que ha llegado el momento, sin que ello suponga que te tengas que alejar de tu profesión, que tiene muchas más facetas que la activa como bailarín. El ballet es como un gimnasio, sólo que con otro escenario. Supone un ejercicio muy completo. Por eso todos los bailarines te hablarán de la dureza de su profesión. Y a mí soportar la dureza de la profesión me viene de familia”).
-Muy interesante.
Héctor Navarro: “Con el tiempo aprendí a vivir los personajes que interpretaba”
Bailarín tinerfeño, discípulo de Maurice Béjart y de Víctor Ullate, hoy dirige el Centro Internacional de Danza Tenerife y es director artístico