tribuna

La curva de El Sauzal

Por Saray Encinoso.| Solemos aferrarnos a las primeras y a las últimas veces. No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi aparecer a Fran Domínguez por la redacción de Diario de Avisos de la calle Salamanca, pero sí recuerdo todo lo que ocurrió después. Vino desde la delegación del Norte para ser el jefe de la sección de Sociedad. Yo apenas llevaba seis u ocho meses en el periódico y no tenía mucha idea aún de qué iba la profesión. Pronto establecimos una costumbre propia: él me llamaba cada día, cuando salía de La Orotava e iba de camino a la redacción, para que le contara qué tenía, si había pasado algo, cómo se presentaba el día. Cuando llevábamos un ratito hablando, la llamada se cortaba. Cada mañana se repetía la misma escena: Fran había llegado a la curva de El Sauzal, donde se perdía la cobertura. Transcurrían unos segundos y volvía a llamar. Era mi jefe porque así lo recogía el organigrama de Diario de Avisos, pero Fran siempre fue mi amigo. En abril o mayo de 2009 vino Fito Páez a dar un concierto en el Auditorio Adán Martín. No se llenó, pero Diario de Avisos publicó una entrevista, una crónica al día siguiente del concierto y una crítica (bueno, o un panegírico) un día después. La noche del concierto yo había dejado un texto escrito, pero Fran esperó hasta que acabó el recital para completarlo con las canciones exactas que había interpretado y que fui dictándole por teléfono. Me veo cruzando desde el aparcamiento del Parque Marítimo colgada al móvil. Recuerdo sus risas, porque yo no recordaba el título de algunas de las canciones, y él, a través de las estrofas que le recitaba, tuvo que buscarlas en internet. Tan fan no sería, me dijo, si no conocía de memoria cada tema. A pesar de todos los años en los que conversamos a diario, no recuerdo a Fran hablando de sus problemas o de sus obligaciones. Los tenía, porque todos los tenemos, y no siempre podía ocultarlos. Pero él había logrado lo más importante para ser medianamente feliz y enfrentar las dificultades de la vida: había cosechado pasiones -el cine, la historia, La Orotava- que, creo, siempre lo mantuvieron a flote. Abría los ojos cuando me contaba que habían encontrado restos arqueológicos en Lobos y nos mostraba las calles de La Villa como quien descubre su secreto más preciado. Además, sabía que hay que dedicar todo el tiempo posible a sonreír, y no solo lo hacía, sino que nos hacía reír a los demás. Podría destacar sus virtudes como jefe o como periodista, pero es que Fran era mucho más que eso. Era una de esas pocas personas que nos mejoran, porque nos prestan su mirada y nos enseñan, aunque sea un poquito, a ver la vida de otra forma, con más serenidad, con más humor, con más perspectiva. En pocos lugares he sido tan feliz como en Diario de Avisos, dentro de esa redacción, pero también, y mucho, fuera, en todos los planes que se nos ocurrían y a los que Fran se apuntaba con facilidad. Parte de la felicidad de esos años se la debo a Fran y a sus llamadas de teléfono. Nos quedaron pendientes unos cuantos guachinches y unas cuantas conversaciones. Pero sé que esto es solo un paréntesis, que se ha cortado la llamada porque pasas por la curva de El Sauzal, pero que solo tengo que esperar un poco y volveremos a hablar y a organizar la sección y el mundo.

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