por quÉ no me callo

Bailando guerras

Ahora vivimos bailando guerras, como una danza macabra. Al principio, todo se reducía a Ucrania y nos parecía demasiado, un peligro inaudito para la humanidad cuando se exhumaron los fantasmas de una guerra nuclear. Y ahí nos quedamos prendados del miedo aterrador a la guerra que “no se puede ganar ni se debe librar”, como decía Biden para disuadir a Moscú.

Hace seis meses, se desató el 7-O palestino “por sorpresa” (sic) contra Israel, algo atroz y, a continuación, tuvo lugar la abominable masacre judía de 33.000 civiles muertos en Gaza. El papa venía alertando, antes de este desangramiento, de que la Tercera Guerra Mundial ya había estallado en muchos frentes que pasaban inadvertidos. Pero esa era solo una corazonada. Aún no habían saltado a la pista de baile Putin, Netanyahu, los Hamás y los ayatolás.

El círculo vicioso de la guerra. Basta que una empiece y se encadena el resto. Es el diablo contra el diablo. Como decía Julio Anguita, tras la muerte de su hijo reportero en Irak, “malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”.

Esta última, entre Israel e Irán, es más de lo mismo. Oriente Próximo se revuelve sobre el lodo de sus odios intestinos, que tienen larga memoria de victorias y derrotas. De niño, recuerdo la guerra de los seis días. Entonces, no duraban años. Yo tendría diez y despuntaba el mítico ministro israelí de Defensa Moshé Dayan, un tuerto mediático y global para una época en que no había internet, pero la Galaxia Gutenberg lo hizo célebre con fotos suyas a toda página en los periódicos matutinos y vespertinos (como la querida Tarde, inolvidable). Y se nos quedaba grabada aquella cara semicalva con el parche en el ojo izquierdo. Era un militar sui géneris, con vena literaria y musical que tenía un “déficit de miedo” legendario y ganaba todas las guerras a los árabes, hasta que su estrella declinó con la de Yom Kippur y dimitió junto a Golda Meir. Se murió defendiendo la paz con el enemigo al que peleaba y admiraba. Yo me sabía de memoria la historia de aquellas batallas, las notables figuras de Ben Gurión, padre de la independencia israelí, o del egipcio Gamal Abdel Nasser, el estadista símbolo del socialismo árabe.

Pero ahora aquella mitología, donde las guerras irían a desembocar en los acuerdos de Camp David y el Nobel de la Paz para Shimon Peres, Isaac Rabin y Yasser Arafat, ha caído muy bajo con Netanyahu refocilándose en los hospitales de la Franja, con su política de tierra quemada arrasando a los enfermos en busca de terroristas entre camillas con sondas.

La Cúpula de Hierro de Tel Aviv es la foto de moda del mundo en su hábitat bajo las bombas. La lluvia de drones y misiles de Irán (guárdame un cachorro, cabe decir de los ayatolás causantes de la muerte de Mahsa Amini por llevar mal colocado el velo), en venganza por el ataque israelí a su consulado de Damasco, puede quedar en nada o ser el inicio de una barbaridad. Conociendo a Netanyahu, que necesita un fuego permanente para no ir a la cárcel por corrupción (de ahí quienes le hacen sospechoso de provocar a Hamás para justificar su guerra por necesidad), o esto lo para Biden (que ha dicho no a un contragolpe de Tel Aviv) para no perder votos en noviembre o ganará la partida Putin, el hombre que está detrás de todas las guerras.

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