tribuna

¿Galicismo el guanchismo ‘guanche’? (y2)

Por Marcial Morera.| En cuarto lugar, es más verosímil por una razón de evolución semántica. Constatado está que, cuando amplían su ámbito referencial, el sentido de los gentilicios suele evolucionar de lo particular a lo general, y no a la inversa. Y, en quinto lugar, por último, es la hipótesis de que nuestro gentilicio procede de la lengua guanche más verosímil que la que postula que viene del francés porque cumple escrupulosamente con todos los requisitos de la fonética histórica de la lengua española: de la combinación sintáctica guanchinech puede pasarse, sin ningún tipo de problema, mediante la adaptación de los fonemas de la lengua originaria a los fonemas de la lengua española y una simple apócope, a la forma simple guanche.

Al contrario que la hipótesis indígena, la hipótesis extranjera no presenta más que escollos. Primero, presenta un escollo documental, el escollo documental de que el supuesto *genche (o *guenche) originario no aparece reflejado en ningún documento conocido. Ni siquiera se registra en la crónica de la conquista redactada por los capellanes de Jean de Béthencourt, la llamada Le Canarien. Es verdad que se encuentra presente en la toponimia de todas las Islas. Pero la interpretación semántica del guanche de los topónimos, que, como nombres propios que son, carecen por entero de significación léxica o descriptiva, es altamente problemática, por mucho que los defensores de su origen galo afirmen categóricamente que significaba “antiguo habitante de las Islas Canarias”.

Más lógico es pensar que presentaba sentidos distintos en función del momento en que esas denominaciones toponímicas se acuñaron. En las más antiguas, que debieron de haber sido acuñadas por los paisanos de la época, para referirse a lugares relacionados de una u otra manera con los tantos indígenas de Tenerife regados por los españoles por todo el Archipiélago, tras la conquista de la Isla, debía de ostentar el sentido restringido originario de “habitante de la isla de Tenerife”. En las modernas, que debieron de ser acuñadas por eruditos de más o menos luces para designar lugares relacionados con los antiguos isleños, convertidos ya en objeto de estudio o de culto, debió de ostentar el sentido amplio de “antiguo habitante de las Islas Canarias”, adquirido, como se dijo ya, a partir de finales del XVIII. Segundo, contradice la hipótesis francesa las normas más comunes de formación de los gentilicios, que exigen derivarlos del nombre propio de la tierra que implican, no de nombres comunes. Por algo los llama adjetivos de relación detoponímicos la pedantería gramatical.

Es verdad que existen gentilicios derivados de nombres comunes, generalmente concretos, como el orejón que dieron los españoles a varias tribus de América, que deriva del nombre común oreja, el conejero con que designamos a los naturales de Lanzarote, que deriva del nombre común conejo, el chicharrero con que designamos a los naturales de Santa Cruz de Tenerife, que deriva del nombre común chicharro, o el nombre común gato, con que se designa popularmente a los naturales de Madrid, pero no nombres de acción. No se ve claro cómo puede explicarse sin forzar los argumentos el paso del sentido “acción y efecto de genchir”, que es el significado que correspondería al deverbal de la palabra francesa en cuestión, al sentido gentilicio de “natural de las Islas Canarias”, por muchas metonimias que se aduzcan.

En buena lógica, el sentido gentilicio pediría un agentivo, más que un nombre verbal, como, en efecto, agentivos son los gentilicios léxicos que acabamos de citar. Tercero, contradice la hipótesis francesa las leyes generales de evolución del significado de los gentilicios, que, como se dijo más arriba, discurre del sentido específico al sentido genérico, y no a la inversa. Y, cuarto, atenta contra el principio de economía lingüística porque supone que los normandos habrían habilitado dos gentilicios distintos para designar la misma etnia, la etnia de los canarios prehispánicos: la forma canario, que estamparon hasta en la portada de la mencionada crónica de la conquista, como era natural, y la forma guanche.

Bien analizada la hipótesis galicista que nos ocupa, tiene uno la impresión de que sus urdidores han sido víctimas de tres insidiosas sugestiones. De una parte, han sido víctimas de la insidiosa sugestión de la semejanza fonética entre la palabra canaria y la palabra francesa. Pero todos los que hemos estudiado la historia de las palabras sabemos muy bien que, si no hay equivalencias semánticas evidentes o verosímiles entre las voces relacionadas, las semejanzas fonéticas carecen de validez etimológica. De “falacia de los parecidos” hablan con razón los etimólogos en estos casos.

De otra, han sido víctimas de la insidiosa sugestión del afán de originalidad, de llevarle la contraria a la tradición, representada en nuestro caso por autores de la talla de un Espinosa, un Abreu Galindo, un Glas o un Serra Ràfols. Cuanto más grande es el enemigo vencido, más grande es la victoria. Y de otra, por última, han sido víctimas de la insidiosa sugestión de demostrar al mundo que la singularidad de la cultura insular, que es el sustrato guanche, es en buena medida un invento de ignorantes nacionalistas, y que la mayor parte de las cosas que hay en Canarias no son otra cosa que dones de la metrópoli. Entre ellas, nada más y nada menos que una de las joyas de la corona: el guanchismo guanche.

Y no se trata de que los canarismos no puedan proceder de Francia o de la Conchinchina, porque las puertas de Canarias han estado siempre abiertas de par en par al resto del mundo, incluso para los que han venido a insultar. Ahí están las antiguas formas malpaís, mareta, Bethencourt, Perdomo o Berriel, procedentes del francés mauvais pays, marette, Bethencourt, Proudhomme y Verrier, respectivamente, para demostrar que galicismos no faltan en el vocabulario tradicional de las Islas Afortunadas. Se trata más bien de que los argumentos que se aducen para sustentar la hipótesis de que nuestra palabra procede del francés son científicamente inconsistentes.

*Catedrático de Lengua española de la Universidad de La Laguna

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