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Amistades circulares

Dice el profesor emérito Juan-Manuel García Ramos, que nunca me cita a mí pero que siempre quiere que yo lo cite a él, que las amistades insulares son circulares. Tiene mucha razón el viejo maestro y a servidor le ocurre con frecuencia: excepto algunos amigos, él incluido, que son como la fruta perenne, las demás hojas del árbol en el que cuelgan mis amistades son caducas. Quiero decir que, llegado el momento, no los veo más y me dan ganas de mandarlos a tomar por saco. Uno, con la edad, no sólo se vuelve antipático sino también intransigente e incordio. Juan-Manuel insiste en su antipatía auto infligida y yo me he convertido también en un viejo impertinente, que odia sobre todo la simpleza de mis interlocutores, que es una simpleza muy canaria e insoportable. Por eso entre mis simpatías está el propio Juan-Manuel, porque es igual de incordio que yo, hincha del Real Madrid como yo, e impertinente, también como yo, y me coloco destacado en la comparancia porque soy mayor que él y, por tanto, tengo el privilegio de lo que los romanos llamaban la autoritas; conste que sólo onomástica, jamás en cuanto a sabiduría y a cultura. Quiero decir que él tiene la potestas. Ahora, en estos meses, con la declaración de la renta, me ha entrado una insufrible (para los demás) mala leche y estoy más antipático que nunca, así que ustedes disculpen, desocupados y perturbados lectores, mi carácter irascible, que espero sea temporal, y que se disipe con el benigno mes de julio. Benigno para la persona física, pero maligno para la jurídica, que tiene que apoquinar el impuesto de sociedades, que es otra trampa saducea para la que no existen normas sino laberintos llenos de cepos para que el poder recaude más, gaste más y sea cada vez más hijoputa.

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