tribuna

La confusión del púgil

Por Rafael Torres.| Si el propio agresor reconoce que obró mal y dice sentirse arrepentido por la brutal paliza que propinó a otro hombre en un cine de León, durante la proyección de una película infantil y con la sala llena de niños, ¿cómo es posible que haya gente, mucha gente, a la que le parezca no sólo bien, sino hasta heróica, su acción? En este punto, sólo en este, el agresor muestra mejor sentido del bien y del mal que quienes le jalean. Pero sólo en este punto, pues en el otro, en el del ensañamiento a golpes con el tipo que al tercer puñetazo ya no ofrecía la menor resistencia, el púgil leonés no mostró sentido ninguno.

Sobre lo que desencadenaría en el cine el infame espectáculo se conoce sólo la versión del agresor arrepentido, pues las imágenes que se tomaron recogen sólo el desenlace violento. Según Antonio Barrul, el boxeador profesional que confundió una sala de cine con un ring, el finalmente agredido por sus puños había principiado como agresor de una mujer, a la que insultaba y zarandeaba, en tanto que, en el acometimiento, llegaría a golpear a una niña instalada en un asiento próximo. Siempre según Barrul, hizo al hombre reiteradas advertencias para que depusiera su actitud, instando a la vez a que alguien llamara “a seguridad” para expulsarle de la sala, pero según el vídeo grabado instantes después, lo que se ve es al maltratador de la mujer injuriando al púgil, y a este, en posición de combate, arremetiendo contra él furiosamente y golpeándole con fuerza con puñetazos y patadas. Todo ello ante la horrorizada mirada del público infantil que había ido a ver Garfield.

Antonio Barrul asegura odiar la violencia, pero ni por su profesión, que no es la de un pacífico hortelano precisamente, ni por su conducta en el cine leonés, parece acreditarlo. Puede, eso sí, y según su propia confesión, que al sentirse injuriado y retado por el agresor/agredido, le “hirviera la sangre”, siendo presa de un impulso indomeñable, pero con eso se difumina su presunta heroicidad al enfrentarse al maltratador. Ni la vida, la vida civilizada, es un ring, ni se acaba a hostias con la lacra del maltrato a la mujer.

TE PUEDE INTERESAR