por qué no me callo

La roña y la sarna

Hay varias Españas juntas (aunque no revueltas) que coexisten a duras penas, como sardinas en lata. Podemos hablar de tres, aunque hay más; por algo este es un Estado plurinacional. Una es la de Madrid y el Madrid; otra, la de Barcelona y el Barcelona. Y la tercera es la que está en la sala de espera, un totum revolutum donde nos estrujamos canarios, andaluces, gallegos, puntos suspensivos y hasta los vascos, que, momentáneamente, han dejado de ser la tercera pata hegemónica que fueron.

El vasco pudo ser incluso una Ucrania española de los años de plomo con ETA pegando tiros en la nuca. Pero se hizo la paz y hoy se diluyen en el tercer vagón, ganan Copas del Rey y todo lo pactan. Eso, si no vuelven a las andadas con tanto mentar la bicha el PP y tanto “que te vote Txapote”.

Los canarios somos la otra región, comunidad o paisito que aspira a tener su cuota propia como una España ultraperiférica homologada por Europa. Pero nos pasa como a los vascos. Llegamos a fabular sobre un estado libre asociado y demás. Desde que Cubillo sobrevivió al atentado y regresó con muletas, no se puede quejar Madrid, o sea la España oficial. Con permiso del Sahel, así va a seguir siendo por mucho tiempo, de nuevo si el PP no tienta a Marruecos y tenemos otro Perejil.

Lo de las tres Españas es real, es un caleidoscopio político-futbolístico. La Liga es un duelo de fobia Madrid-Barça que se transmite a la esfera política. El Madrid mediático futbolísticamente es una olla a presión. El catalán, también, pero es endogámico, mientras Madrid es el altavoz de toda España. El resto somos el play-off de los bulos y los goles. Tres Españas que se retroalimentan.

Hay tres clases de periódicos: de izquierda, de derecha y los seudomedios. Como hay empresarios, trabajadores por cuenta ajena y autónomos. Y esas tres Españas no se ponen de acuerdo. El guerracivilismo (los tirios y troyanos, la lluvia de sangre, el fango) está arraigado.

Y esto ha sido toda la vida así. Hace más de cien años, sonaban dos canarios para el Nobel. A Galdós, liberal y anticlerical, se le viró la derecha, que bombardeó la Academia sueca contra él con telegramas denigratorios. El novelista y dramaturgo canario (qué bien le venían las 200.000 pesetas del premio) se quedó en la cuneta. A Ángel Guimerá, tinerfeño radicado en Barcelona, por ser catalanista, que no independentista, le hicieron lo mismo desde Madrid con idéntico resultado. Ahora se celebra el centenario de su muerte y Santa Cruz no recuerda ni la casa donde nació (esta es harina de otro costal). Como dice Andrés Trapiello, “fue el triunfo de la roña y la sarna española”.

¿Les recuerdan a algo estas intrigas antiespañolas? Las arremetidas de Feijóo contra España en la UE… Los silencios estridentes ante el genocidio de Gaza y, en cambio, las quejas por el reconocimiento palestino del gobierno español… Y otras cruzadas que añoran aquel viejo autoboicot en el extranjero, que cogieron por medio a dos canarios de nivel universal cuando ya se hacían guerras sucias y cainitas en el insaciable pandemónium español. ¡Qué tic más odioso!

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