tribuna

El continente de los niños y los héroes

Sres. políticos, déjense de chorradas. Esto es una crisis humanitaria y está en Canarias!!!” El tuit de una médico de urgencias del hospital de El Hierro, tras la muerte de una niña de dos años y un joven de 20 en la última oleada de cayucos de esta semana, llegó a sus destinatarios en la tribuna de oradores del Congreso a través de la diputada Cristina Valido (CC).

Más de uno, en la pecera del hemiciclo, cayó en la cuenta, con el desgarrado SOS de la doctora Inmaculada Mora, de que, a dos mil kilómetros de mar, la historia de la niña de Guinea Conakry fallecida era de verdad. Y que, como contó ayer en DIARIO DE AVISOS la propia médico al periodista Juan Carlos Mateu, a menudo, los niños llegan en estado de shock porque vieron tirar por la borda a sus padres sin vida.

Para que en la Península suene Canarias como el leitmotiv político nacional se han dado tres factores: que los cayucos no cesan, que muere mucha gente y que los niños acogidos en las Islas suman casi 6.000. Pero que nadie se llame a engaño: lejos de apagar el fuego, se celebra que el fuego esté lejos.

El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, no por filósofo, usó la metáfora del palomar tras su visita el viernes al centro de acogida de Hoya Fría. Es que el recinto estaba destinado a alojar palomas y hoy lo ocupan 200 niños. Tenerife celebra el Campus África. Tampoco es una casualidad. Quizá en la Península, África es algo que no está presente. Aquí, sí.

La inmigración es un tema politizado hasta el corvejón sin señales de consenso hasta ahora. Las posturas enfrentadas sobre el reparto de menores, que el martes se vota en el Congreso, son ideas inflexibles, de obediencia ideológica, sin margen de cintura política. Canarias no olvida que la han dejado sola en este bucle como cómplice de África.

Además, la inmigración es un caballo favorito en todas las carreras electorales, como vimos el 9 de junio en las europeas. Trump atribuye a un gráfico contra el auge migratorio de la era Biden su milagro en el atentado de Pensilvania. Giró la cabeza hacia el boceto y la bala, según él, por eso le rozó la oreja. Quizá Trump ha leído Chacal, de Frederick Forsyth, donde De Gaulle burla la bala de la muerte por centímetros.

Mañana, en Punto de Encuentro de DIARIO DE AVISOS, interviene el ministro Ángel Víctor Torres, en vísperas del último pleno del Congreso, antes del receso veraniego, donde se someterá a votación la reforma de la Ley de Extranjería, la llave para abrir el candado del futuro de estos niños. El PP insinúa que se abstendrá, facilitando la admisión a trámite con la boca chica, pero el Gobierno condiciona a su voto favorable la aprobación de un decreto ley que agilice las derivaciones. Es la mecánica parlamentaria.

No hay tregua en la política de hoy, volcada en el arte de la guerra según Sun Tzu. En el Congreso pueden pasar dos cosas: que Feijóo no se oponga, pero bloquee la norma reclamando al Estado más financiación para acoger a menores en sus feudos (145 euros por niño y jornada fija esta ley), o que haga lo que le pide el cuerpo, votar no y alegrarle el día a Ayuso.

“Esto es política”, dicen los fontaneros del partido. No, son niños, ha repetido Fernando Clavijo en las últimas comparecencias, niños que sufren infaustas travesías e, incluso mueren, como denunciaba la médico de El Hierro en su post. Las lágrimas de la consejera de Bienestar Social, Candelaria Delgado, cuando le tocan el tema, no mienten.

Duele que no duela hacer política con vidas humanas. Todo esto es un juego falsario que gana enteros entre quienes están convencidos de que da votos inmigracionantemente, de que el ciudadano se ha idiotizado y no tiene corazón, tratándose de niños. “Que los expulsen y vayan con papá y mamá”, suele soltar Abascal (Vox). La derecha europea ha hecho un dogma del stop al africano. Una excepción fue Angela Merkel en la crisis de los refugiados en Europa (2015), con su histórico “¡Lo lograremos!” y su cultura de bienvenida.

En España, podíamos pensar que el gallego Feijóo iba a dar también un volantazo tras el plante de Vox, dada la confraternidad migratoria entre Galicia y Canarias en América, pero no todo el PP es uno. Los líderes conservadores ya no son tan libres, responden a manuales y baronías. En el centro-izquierda, al menos, quedan algunos heresiarcas, como Macron abandonando a Hollande o Sánchez demonizado por González. Pedirle a Feijóo que abjure de Ayuso&Aznar no es realista.

En EE.UU., esa clase de pulso interno la ganó el maestro de la saga, Donald Trump, un villano sacralizado en la secuencia del atentado, que pretende demostrarnos el 5 de noviembre lo que es ser Putin con tupé en el Kremlin de la Casa Blanca, sin que la reelegida Von der Leyen (CE) pueda plantarles cara. Para Trump, en junio, la mayoría de los migrantes eran “traficantes de drogas, pandilleros y asesinos”. No dista del acervo filosófico de quienes aquí asocian a los menores con un problema para la seguridad.

El debate se ha ido maleando, como si acoger a niños africanos fuera privativo de la izquierda, y su cuestionamiento, patrimonio de derechas. Lo cual aboca a un esperpento, pues de seguir esa lógica, los goles a la xenofobia de dos hijos de la diáspora africana, Yamal y Williams, llevarían a más de uno a celebrar la Eurocopa de España tapándose la nariz. Y la ultraderecha europea rezará para que los negros no ganen medallas en los Juegos Olímpicos de París. El deporte está desmontando los discursos de odio hacia el inmigrante pobre, pues son la más cruda aporofobia hacia seres desamparados.

Después de conocer las historias de niños huérfanos o muertos en El Hierro, ¿con qué alma se vota pasado mañana en el Congreso?

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