El atentado contra Trump le ha dado la foto por la que todo candidato bebe los vientos. Si Biden estaba tocado, ahora está noqueado. Se enfrenta en las elecciones de noviembre a un héroe, ya no al multirreincidente cuyo historial delictivo, desde abusos sexuales en un probador hasta el asalto al Capitolio, le hacían un candidato repugnante.
La historia no siempre sigue las instrucciones del sentido común, a veces se escribe con renglones torcidos. Si el suceso de Pensilvania, este sábado, tan execrable como el de Dallas contra Kennedy o el de Washington contra Reagan, convence al Partido Demócrata y al propio Biden, en la cima de la terquedad, de la conveniencia de otra candidatura, y esta resulta exitosa, la bala habría sido desviada por Dios por dos buenas razones: salvar la vida de Trump y salvar a Estados Unidos de la vuelta de Trump.
De no ser así, contradiciendo a Einstein, Dios estaría jugando a los dados con la primera potencia del mundo y con el mundo potencialmente. La mera sospecha de que regrese al poder un político de la catadura moral de Trump, ya no aquel que insultaba a Hillary Clinton groseramente, sino al que ya conocemos por sus atrocidades, nos da escalofríos. Tardará poco en inventar que el francotirador (mató a una persona e hirió a otras dos), abatido en el acto, era un sicario de Biden. Y tiro porque me toca.
Trump presidente sería el remate de una cadena de catástrofes: la pandemia, las guerras de Ucrania y Gaza y el apocalipsis político de su retorno como está el mundo: con el rearme de Putin y la ultraderecha esperando, como buitres, la carroña de las democracias que caigan.
Tanto infortunio es insoportable para nuestra castigada memoria cívica. Queremos seguir confiando en que nuestro Estado de bienestar y nuestra seguridad saldrán invictos de este desafío, a menos de cuatro meses del escrutinio más temido en Occidente en casi cien años.
La bala de Reagan no le perforó el pecho y la de Trump solo le hirió en el cartílago de la oreja derecha. La cara ensangrentada bajo la bandera de los EE.UU. y el puño en alto entre agentes de los servicios secretos (una mujer lo cubría para evacuarlo), esa foto ya histórica, es el inicio de otra película. Ahí empieza a escribirse, probablemente, el adiós definitivo de Biden y entran en juego las serendipias. Que Dios las coja confesadas.